Conversación con Víctor Ibáñez, líder del Mariachi Internacional El Dorado sobre el desarrollo de la música mexicana hecha en Berlín en el contexto de la música latina de nuestra ciudad.
Buenos días.
Qué tal.
Estamos aquí con Víctor Ibáñez, en su casa de Schöneberg. Vamos a conversar sobre música, sobre su mariachi, y sobre la música que se hace en español en Berlín. Me gustaría, para empezar, que te presentes tú mismo, que te definas como músico, quién eres, de dónde vienes.
Víctor Ibáñez es mi nombre. Soy músico. Vengo de México. Llegué en el invierno de 1986 a Berlín, Berlín occidental, todavía existía el muro. Y vine a aventurar un poco por acá, por estas tierras.

Directamente de México, ¿no? ¿Con qué expectativas venías?
Conocer… conocer lo que había visto yo en fotografías y en algunas películas en México. Este… Fotografías que me mostraba el maestro de historia del arte en la Escuela Nacional de Música, hoy Facultad de Música, en la escuela de iniciación artística de Bellas Artes en México. Historia del arte era una materia que no era obligatoria. Justamente por eso, por el tema de la historia universal del arte y ver aquellas fotografías que me llamaban tanto la atención me surgió la curiosidad y luego la necesidad de ver yo mismo aquello, ¿no? Así me surgió la idea de venir.
Tú en México te habías formado como músico…
Estaba estudiando la carrera de guitarra en el nivel propedéutico (antes del nivel superior)… Entonces, esos momentos que teníamos en la materia eran para mí fascinantes. Estaba estudiando también al mismo tiempo sociología, pero siempre inclinado por la música.
Cuando llegaste a Berlín te encontraste a un ciudad que estaba al borde de la ruptura, de la crisis… y tenías que sobrevivir con la música.
No, todavía no había ese movimiento tan fuerte que terminó con la caída del muro, ¿no? No se sentía. Había tensión como siempre, pues, era la guerra fría, pero no a tal extremo que llegó después.
¿Cuál era el ambiente musical, en español, en ese momento?
Sí había… Berlín, por el estatus tan especial que tenía, entonces se respiraba un ambiente así como de mucha digamos libertad, ¿no? Había muchos lugares donde se hacía música, además también la economía era diferente…
Era una ciudad privilegiada…
Exactamente.
Y era más fácil…
Era más fácil, claro, porque, te digo, y además la economía de alguna manera lo permitía. Entonces era realmente…, puedo decir hasta fácil, muy cómodo vivir de la música. Yo llegué con la guitarra y…, cualquier lugar donde llegaba, me paraba, me ponía a hacer música y me ganaba el dinero para comer por lo menos, para el día, ¿no?, incluso hasta para más, porque la situación lo permitía.
Recuerdo que ya entonces, después de la caída del muro, montaste un pequeño grupo.
Sí, fue en el 94. Antes de eso pues siempre estuve tocando con gente, ¿no?, algunos de los músicos que ya desde entonces estaban aquí, los primeros músicos latinoamericanos que llegaron aquí y que se establecieron aquí en la ciudad. Y yo llegué, hice contacto con algunos de ellos, me invitaron a tocar, armábamos un grupo así al vapor para tocar y pasarla bien, ¿no?
Pero no eran grupos estables, ¿no? El primer grupo más o menos estable con el que tocaste…
Lo hicimos con Maite Lamuño, mi esposa, y con Jaime Luengo, un amigo chileno que tú has de recordar. Él también es músico, y ya se fue a su país, a Chile. Y este… formamos con él un grupito para subsistir en ese momento. Tengo que decir, siempre ha sido por el gusto de hacer música. Nos encanta, nos fascina, y es nuestra forma de ganaros nuestro dinero.
Este grupo duró un par de años, dos o tres años, hasta que en algún momento decides formar un mariachi. ¿Había precedentes de mariachis en Berlín?
En Berlín no, en Alemania sí. Yo sabía de un grupo que traía un señor que vive en Múnich. No sé a él cómo le surgió la idea, pero era un fanático del mariachi, de música mexicana y especialmente del mariachi. Y él traía músicos de la ciudad de México, de Garibaldi, de los mejores músicos…
Era un representante, más que un director de un mariachi. El suyo fue el primer mariachi estable de Alemania, en realidad, ¿no?, con músicos que vivían en el país.
Pues sí.
Algunos músicos han podido variar, pero hay un núcleo estable desde entonces.
Sí, del grupo original quedamos tres, que somos el pilar del grupo, ¿no? Yo, Alla Borta y Semjon Barlas.

¿Qué te impulsó a formar el mariachi? ¿Era solo una cuestión económica? ¿Viste que había un público receptor posible, un interés por la música mexicana auténtica? Porque lo que tú haces no es música para bailar, es música mexicana muy… muy seria.
Sí, digamos lo más ortodoxo que hay… Bueno, la idea de formar el mariachi surgió porque en una fiesta conocí a un amigo alemán, en ese tiempo estudiaba medicina, pero aficionado a la trompeta, aficionadísimo, Wolf Scheiza. Estaba tocando con dos músicos que se convirtieron en una leyenda aquí en la escena latinoamericana de la música: Victor Cruz – Vitico – y Eduardo Villegas. Luego podemos hablar de ellos. Este muchacho, Wolf, estaba tocando ahí, yo había ido con una amiga cantante mexicana, y cuando este amigo nos escuchó interpretando nuestra música, era una boda, le gustó. Estaba fascinado porque él acababa de regresar de un intercambio profesional en Los Ángeles. Entonces, cruzaba la frontera e iba a Tijuana y ahí, estando en un restaurante comiendo, llegó un grupo de mariachi que tocaba en el restaurante, pasaba el plato, y quedó impresionado por el sonido de las trompetas. Entonces, cuando nos escuchó en la fiesta, al hacer la pausa, nos abordó enseguida, y “oye, vamos a hacer un mariachi”.
El impulso fue de Wolf.
No, más bien fue coincidencia, los instrumentos mariacheros, el guitarrón y la vihuela, ya los tenía yo desde hacía años. Todos los instrumentos de cuerda que se tocan como guitarra, me encantan. Tengo una colección ahí que después podemos ver. Entonces yo ya tenía los instrumentos que le dan el sonido al mariachi, con la idea de que quizá algún día a lo mejor se puede hacer algo…
O sea, que fue una feliz coincidencia. Este… la impresión que se tiene desde fuera es que los músicos son un poco informales. No sé si coincides, pero para armar un mariachi estable hay que tener una conciencia profesional muy grande, sobre todo porque tú exiges mucho, exiges esta ortodoxia. ¿Qué dificultades encontraste en ese momento para empezar a armarlo? ¿La calidad de los músicos, la capacidad profesional, dificultades más bien legales?
La dificultad mayor fue encontrar los músicos que tuvieran el interés y la disposición para someterse a la disciplina del aprendizaje de la música del mariachi. Eso fue el reto principal.

Músicos hay muchísimos.
Y muy buenos. Sobre todo trompetistas y violinistas. En realidad la difusión de la música mexicana en ese tiempo no era igual, ahora es ya un poco más conocida por los medios de comunicación, las redes, internet, no tanto las películas, y también por el trabajo que hemos hecho nosotros. Tengo que decirlo, y lo digo así sin falsa modestia.
Un trabajo de promoción de la música mexicana, reconocido por la propia embajada de México.
Sí, la dificultad era encontrar músicos que tuvieran el interés y la disposición para someterse a eso, ¿no? A ensayar, a aprender una música de la que yo mismo no conocía ni el estilo ni la técnica de los instrumentos mariacheros, ni siquiera su afinación (vihuela y guitarrón)… Yo me hice mariachi con el grupo.
En México no habías tocado mariachi.
No lo había tocado. Yo conocí la música, así como la conozco, ahora a partir de que formé el grupo. Antes, como todos los mexicanos, pues escuchaba música de mariachi, las canciones de Jose Alfredo Giménez, Vicente Fernández, a Pedro Infante, pero nos pasa así por un lado, sin escucharla con atención, sin analizarla. Lo que a mí me gustaba en ese tiempo era música de la nueva trova cubana, las canciones de protesta, ¿ves?
Para ti fue también un reto musical.
Claro. Nos metimos de cabeza a formar el mariachi por el gusto, por conocer un nuevo estilo de música, y además porque estaba en puerta la celebración del día de los muertos, te estoy hablando del año 94.
El mariachi se creó poco después del grupo La Calaca.
No, no, al mismo tiempo, incluso antes te podría decir. Nos invitaron a presentar la ofrenda en la Casa de la Culturas del Mundo, aún no había Calaca, estábamos Mario Vázquez y yo, y junto con nosotros Maite Lamuño y Ellen Häring, y otros amigos que nos apoyaron, pero no había Calaca como asociación, ¿no? Ofrendas sí, desde el 86.
La oferta de la Haus der Kulturen era ya palabras mayores, ¿no?
Sí, era una ofrenda gigante, pero había que enmarcarla, ¿no? Si la gente iba a pagar por asistir a una celebración, había que enmarcarla con música, con teatro…
¿Cómo te planteaste musicalmente esa ofrenda? ¿Era música para “decorar” la ofrenda? ¿O esa música tenía que tener un peso específico? ¿Era la música que comercialmente es lo que tiene que sonar? ¿Te la planteaste independientemente del público?
Realmente en el público no pensé tanto. Yo quería presentar algo original o auténtico, como yo lo entendía, porque no nada más presentamos música de mariachi, formamos también duetos, tríos, así, interpretando música tradicional mexicana. Me acuerdo también que pasamos también unas diapositivas con grabaciones de campo.
Se corría el riesgo de que pareciera una muestra antropológica, museística, que algo auténtico, ¿no? ¿Cómo conseguiste que, siendo música tradicional, tuviera un aire moderno y apropiado para la gente que vive en Berlín, que no ha estado nunca en el campo en México?
Cada persona en México celebra a su manera, ¿no?, y todos te van a decir que es original. Lo que yo hago aquí yo digo que es original. Me puse a investigar, a aprender, a buscar la música, las partituras, y eso que las partituras, las transcripciones de las canciones, no es música original, ¿no? Pero, pues ahí viene la pregunta “¿Qué es original?”.
Te hago la pregunta al revés, entonces. ¿Qué acogida tiene por parte de los mexicanos que tienen el trasfondo de la música mexicana tal y como se escucha en México?
Justamente a través de ese estudio que hemos realizado, de ese aprendizaje, el público se reconoce. Y eso para mí realmente el mayor motivo de orgullo.
Es un producto de música mexicana, pero es un producto berlinés.
¡Sí! Igual que la ofrenda.

Puede tener un toque berlinés que a alguien venido de México le puede resultar extraño.
Pues realmente no. Te digo, se identifican con lo que hacemos.
De hecho, tú eres el único mexicano, Alla es ucraniana y Semjon también.
Actualmente está tocando con nosotros una chica chilena, Stephanie Gonsior y un músico ecuatoriano: Fernando Velasco.
No vienen de tradiciones cercanas a la mexicana, Semjon viene del Jazz, Alla y Stephi de la música clásica, y sin embargo todos se aúnan. ¿Cómo consigues aunar tradiciones diferentes en una misma disciplina musical, en torno al son, fundamentalmente?
Este… De escuchar mucho. El escuchar es una fuente de aprendizaje muy importante.
Pero hay que aprender a escuchar. Y la mano tiene sus manías interpretativas, sus rutinas.
Es el interés, y la disciplina. En un tiempo, antes de empezar con el mariachi, me dediqué al flamenco, y sigo siendo aficionado. Lo conocí relativamente bien, todos los palos flamencos, y lo mismo hice con la música de mariachi. Anteriormente había hecho lo mismo con la música andina.
La clave es el sistema.
Sí.
En este ambiente musical, bohemio, da la sensación de que influye más el talento y el virtuosismo, que la disciplina. ¿En qué te reflejas? ¿En el músico bohemio del que estamos hablando?
No, no. En el músico popular que se toma en serio su profesión, ¿no? Para alcanzar una cierta calidad, un cierto nivel musical, hay que someterse a eso.
¿Hay alguien que te ayudó fundamentalmente en este proceso?
Sí, los músicos que he conocido de México. Un tiempo tuvimos la posibilidad de invitar a músicos mexicanos de mariachi. Los invitamos, se quedaban aquí trabajando con nosotros uno o dos años, durante seis años lo estuvimos haciendo, y con ellos aprendimos mucho. No hacían otra cosa más que eso, ¿no? Y luego también mis viajes a México eran también viajes de trabajo, a aprender a tocar los instrumentos, la vihuela, el guitarrón, buscar música, partituras.

El mariachi lleva ya…
¡25 años!
Son muchos años. ¿Cómo se mantiene eso? Un público tan estable crea un público estable, y una imagen de estabilidad, de seriedad. ¿Cómo ha sido la conexión con el público?
Sí se ha creado un público estable con el que seguimos teniendo contacto. La estabilidad del grupo la conseguimos gracias al trabajo. Formamos el grupo, empezamos a trabajar, y caímos en un momento de apertura entraron productos de México, México se convirtió en una moda comercial, salieron restaurantes como hongos, llegó la cerveza mexicana, los chips, el tequila, la gastronomía es muy importante, todo ello fue un apoyo para la promoción de la música y a nosotros nos dio presencia. El trabajo le dio estabilidad al grupo, convivíamos mucho, trabajábamos mucho, y no solo en Berlín, en toda Alemania, incluso fuera, Polonia, Hungría, Austria…
Y todo esto sin representante.
¡Y sin Internet!
Si hubiera habido un representante, ¿crees que el grupo hubiera mantenido esa línea ortodoxa?
No creo, porque hubiera regido más, desde el punto de vista del repertorio, lo que estaba de moda. Hubiéramos terminado cantando en inglés o en alemán, o bailando en el escenario para divertir a la gente. Nosotros tenemos libertad para elegir lo que tocamos.
¿Cómo crees que va a continuar el mariachi El Dorado? Habrá que dejar el testigo a alguien, es una estructura, casi una marca.
A mí me gustaría mucho, y es algo que estoy considerando, prolongar el trabajo del grupo. Se me ha ocurrido la idea… Desde hace años doy clase de guitarra y hay aquí en la comunidad mexicana niños cuyos papás seguramente que les inculcan un poco de la cultura mexicana, de ahí me surge la idea de empezar a entrenar a estos niños y hacer una escuelita.
¿Cómo ha sido la relación con la embajada mexicana durante todos estos años? ¿Ha ayudado a la difusión de la música mexicana?

Mira, hemos tenido una relación muy amigable. A nosotros nos ha resultado de mucha ayuda por la promoción que nos han dado. Nos han invitado a tocar en sus eventos, en la Grüne Woche, en las ferias de turismo, en la feria del libro, en la inauguración de la embajada, las visitas y actos oficiales.
Vamos a ampliar un poco la conversación a la música en español que se hace en Berlín. ¿Cómo era en general la música en español en Berlín cuando empezaste? ¿Qué locales había y qué músicos había?
Había algunos bares, restaurantes, clubes, alguno legendario, el Salsa, ese lugar programaba música en vivo todos los días. Estaba en Wielandstr. en Charlottenburg. Los fines de semana se presentaban grupos, orquestas incluso. Era música latinoamericana: música andina, salsa, tango, cumbia. Era un punto de encuentro y de referencia. Había otros restaurantes legendarios, La Batea, La Estancia, El Borriquito, Los Indios, el restaurante Latino América, en Steglitz había uno mexicano, La Hacienda…
Eran sitios donde los grupos solían ir a tocar de manera regular.
Sí, informal, pero íbamos a tocar allí. Llegábamos, tocábamos veinte minutos, y pasábamos el plato, hacíamos una ruta, y luego llegaban otros músicos. Había otro que se llama Son tropical.
Se organizaban los grupos entre sí, para no coincidir… ¿Había buen ambiente?
Sí, sí. No había envidias. Te ponías de acuerdo. No había tantos músicos.
¿Recuerdas de esa época algún músico en especial por su calidad, por su repertorio, o por su carisma personal?
Sí, cómo no, el Vitico. Un músico cubano, yo creo que fue el primer músico cubano que llegó a Alemania y se estableció en Berlín. Él tocaba el contrabajo. Se dice que llegó con la orquesta de Pérez Prado, no creo que sea tanto así, pero era una leyenda por su carácter, su generosidad. Tenía su grupo, el Sugar Cane. Tocaban música caribeña: boleros, sones cubanos, cumbias. Tocaba con otro músico que es igual una leyenda, Catico Barragán, colombiano. Tocaba con Eduardo Villegas, venezolano, o con un peruano, Ramón Loo… Eran diferentes constelaciones, se juntaban dos o tres y tocaban juntos, y halaban a otros. Y así es como se armaban los grupos, ¿no?
Estamos hablando de principios de los años 90.
Sí. Yo llegué en el 86, y cuando llegué ya se conocían todos ellos.
Eso fue evolucionando, vinieron músicos más jóvenes y las redes sociales permitieron organizar fiesta estables. ¿Cómo ves la manera como se organiza ahora la música latina en Berlín?
Pues… La verdad que tengo poco contacto. Una fiesta siempre es una fiesta. Sé que hay grupos jóvenes, muchos músicos jóvenes buenísimos, que hacen fusiones, cumbia con elementos electrónicos, son cubano con reguetón… Y está bien, es producto de la época.
Hay otro mundo musical en Berlín que no sé si incluirlo en lo que estamos hablando que es el mundo del tango.
Es como el público del mariachi, el público es de aquí y latinoamericano. El tango es igual. Hay muchísima afición, yo creo que es la música que más afición tiene.
La cantidad de milongas que hay no se puede comparar con donde se toca cumbia…
Ni salsa, no. Pero todo está mantenido por los propios tangueros argentinos. Vienen músicos de argentina, hacen sus giras, pasan en Berlín dos o tres días, tocan en las milongas, se van a otra ciudad, y vienen cada año.
En Europa en general se puede hacer eso, ¿no?
Sí. Y esa escena del tango, si no fueran argentinos, hay músicos alemanes que tocan tan bien el tango como los argentinos. Te digo, pues la afición lo ha permitido. Es una tradición muy apreciada por los europeos, ya ves que en Finlandia es la música nacional.
Volviendo a los locales que fueron emblemáticos, como La Cueva, de María Magdalena González, parece que se están limitando los espacios, ¿tienes esta sensación?
Sí, desgraciadamente. Te digo, yo creo que la economía ha influido mucho, y también la oferta que hay. Hay mucha oferta de músicos y hay pocos espacios para tocar, casi no hay lugares donde hacer música y que paguen, y además que te paguen bien. Berlín es la ciudad donde menos se paga por la música.
¿Y a qué atribuyes esta pérdida de espacios?
Pues ya te digo, yo creo que la economía.
¿Cuáles son los espacios en este momento para escuchar música latina?
Hay un lugar que se llama el café Mila, por Savigny Platz. Ahí nos reunimos cada mes muchos músicos, el primer miércoles. Hay escenario libre y el que quiere tocar, el que quiere presentar su repertorio, toca. Hay un público también estable que aprecia, ¿no?
Qué otro espacio.
Nada más ese, así, espacio abierto, donde tú llegar y tocar.
¿El único? Es muy triste, ¿no?
Bueno, El Borriquito, legendario, ahí siguen tocando todos los días. Ramón Loo y Eduardo Villegas están tratando de abrir otros espacios, están tocando en Steglitz en un restaurante…
Si no hay espacios donde poder ir a tocar y ser escuchado por otros músicos, entonces profesionalmente cómo te desarrollas.
Hay espacios donde te programas, pero no te pagan, sino que tú llevas tu público y lo que se saque por las entradas, es lo que te toca. Lucho Meneses, que también gestionaba La Cueva, abrió un espacio así que es su taller. Ahí te programan, y pasa gente muy buena. Son espacios no oficiales, no puedes anunciarlo abiertamente.
Los impuestos te comen.
Yo creo que también por eso muchos locales no programan. No puedes vender bebidas alcohólicas porque te crea un impuesto. Y lo que también te crea un impuesto es la GEMA, ¿ves?
La GEMA protege a los autores, pero perjudica a los intérpretes.
Pues sí.
Pues muchas gracias por la interesante conversación. Y bueno, ¡larga vida al mariachi!
En eso estamos.
*Víctor Ibáñez aparece también en esta entrevista hecha a la asociación La Calaca.

Portada: Fotografía de ©Iñaki Tarrés.
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