Dauerhaft geschlossen

Un relato de Elena Marcos

I feel like I’ve seen just about a million sunsets.

She said if you’re with me I’ll never go away.

Everybody’s gotta live – Love

Berlín es un vertedero hecho de escombros esplendorosamente nuevos. Cuando pienso en Berlín pienso en otro tiempo y otro espacio. Pienso en las calles de noche con el frío en la cara y el olor a cerveza en las mangas. Pienso en Martín, pienso en Moabit. En veinticuatro meses atrás y un bar de baldosas verdes que no llevaban a Oz.

Yo solía hacer el turno de noche. Cuando se hacía tarde y la barra se quedaba vacía, cerraba la puerta con llave y Martín se quedaba conmigo, en silencio con la música. Nos tumbábamos en el banco de atrás con las piernas cansadas y el tacto de terciopelo de los asientos usados. A veces hablábamos de grupos de viejos infames o del día en que pasó muerto. O él tramaba acordes interrogatorios con su guitarra y yo fingía que no le escuchaba. A veces bebíamos sin pagar ni escondernos de las cámaras. A veces no hacíamos nada. Ahora él ha vuelto a Rosario y a la terapia psicoanalítica. Estará tocando, componiendo canciones para películas eróticas de los años 70. Enamorándose y negando con la cabeza. Estará dejando de beber.

Pienso en Martín, pero podría pensar en cualquier otro que estuviera igual de solo cuando estábamos juntos. En cualquiera que se quedara encerrado conmigo unas horas en aquel limbo nocturno, en el que yo tenía el poder secreto de obsequiar con canciones y cervezas gratis. Pienso en K. en cada domingo de aquel septiembre, haciendo garabatos obscenos y fingiendo que llevaba efectivo. Todos somos actores porno desempleados, dijo, todos los sueños se escapan.

Collin era un ángel de la guardia nocturna. El más habitual. Rondaba los cincuenta y bebía una Jever tras otra mientras hablaba del amor con voz grave y rota. Tras el divorcio vivía solo en el ediΞcio enfrente del bar y venía siempre al terminar su turno a hablar del día en que él también tendría su bar. En cuanto me despistaba se apropiaba de la lista de reproducción y de pronto, ahí estaba, solo, bailando my darling, I.. (le encantaba Barry White) y yo miraba su coleta dando vueltas en el aire como una serpiente loca hasta que me sacaba a bailar con él. Vendrás conmigo cuando abra el Collin’s, decía tras las gafas redondas. Me dijeron que ha muerto y yo nunca conocí el Collin’s.

Cuando había más gente, se sentaba en la barra y observaba. Siempre decía lo guapo que era K. Que tenía una sonrisa de niño pequeño. Y es verdad que la tenía debajo de la barba larga y enmarañada. La última noche de aquel mes de septiembre, ya a punto de separarse, K. me dijo que no pensaba volver a casa.

Una noche sobre las 3 de la madrugada vino un hombre de unos sesenta años que se hacía llamar El Duque. Pidió un Southern Comfort con Ginger Ale y una cerveza con sabor a cereza y su voz sonaba como si Leonard Cohen fuese negro y se hubiese quedado afónico de beber y cantar de madrugada. Arthur Lee sonaba por el altavoz de la barra y El Duque cantaba: “todos vamos a morir”. Me quedé hipnotizada mirando las baldosas y cuando quise volver a mirarle vi que tenía los ojos llorosos.

La primera vez que vi a Martín, se pasó horas frente a un ordenador sin decir una palabra. Tenía el pelo revuelto y estaba serio, y me pareció pequeño. Cuando estaba por terminar mi turno me dijo que no tenía a donde ir y le contesté que podía quedarse en mi casa. Vimos vídeos de Charly García saltando por el balcón y amenazando a los periodistas, y en algún momento nos quedamos dormidos en el sofá. Se quedó conmigo unas semanas. Por las noches venía a visitarme y me traía falafel o compartíamos una pizza. Una noche nos emborrachamos y pensamos en casarnos para que nunca tuviese que volver. Al día siguiente, despertamos y nos pareció una idea lamentable. Nos reímos un rato. Después volvió a casa y yo me quedé aquí.

A veces pienso en escribirle, pero no sabría a dónde enviar las cartas. El bar de las baldosas verdes se ha convertido en un salón de lavado y mis recuerdos son como imágenes de una película en blanco y negro de la que nadie ha oído hablar. Pero a veces pienso en él y los coros resuenan en mi cabeza.


Elena Marcos

Elena Marcos. Nacida en Bilbao, criada en Berlín. Filóloga y chica ye-ye.

*Dauerhaft geschlossen significa «Cierre definitivo» en alemán.

Imagen de portada ©Claudia Baricco

Revista Desbandada

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