En numerosos rincones del mundo, el imaginario colectivo respecto a monstruos que habitan los lagos es abundante y data de muchos siglos. De todos, el más popular y simpático es Nessie, también llamado «el monstruo del lago Ness». Otros especímenes incluidos en el bestiario de zonas lacustres son, entre los más afamados, el Nahuelito en el lago Nahuel Huapi, en Argentina; el Storsjöodjuret, la Bestia del Gran Lago, en Suecia; el peligroso Mokèle-mbèmbé, que devora hombres e hipopótamos en lagos y pantanos del Congo; el Ogopogo en el lago Okanagan, en Canadá, o el Issie en el lago Ikeda, en Japón. Nunca faltan los astutos que trucan fotos y traman fabulosas historias para llamar la atención y, de paso, enriquecerse. Algunos dicen que de aquí nace la criptozoología, pseudociencia semejante a la ufología, que estudia e intenta probar la existencia de bestias sobrenaturales.
Lo que sucedió en Berlín-Zehlendorf es un caso más reciente y digno de mención. Comenzó con hechos reales, no muy relevantes de por sí, que fueron tergiversándose con el tiempo en mitos folclóricos dignos de una aldea medieval. Es un claro ejemplo de cómo la sociedad ve lo que desea y cómo esa necesidad condiciona y acomoda a su antojo la percepción de la realidad. En los años noventa, el pescador Hermann Liptow estaba haciendo su faena en el lago Krumme Lanke y sacó con su red un bagre de dos metros y medio, tamaño sorprendente para un animal de esta especie. Consciente de haber batido un récord regional, se apiadó del animal y lo devolvió al agua. El suceso no trascendió más que a la fanfarronería del pescador frente a sus familiares, amigos y algunos vecinos del lugar. Este fue el antecedente.
Pasaron más de diez años sin novedades al respecto, hasta que un bagre mordió el muslo de una mujer que tomaba un baño en el lago. El suceso salió en el periódico Berliner Morgenpost a falta de noticias más relevantes, pero tuvo un impacto inesperado: a la semana de publicarse la nota, tres personas aseguraron presenciar cómo emergía desde la superficie del agua la cabeza y el lomo de un monstruo gigante. Se creó un alboroto tremendo, la gente comenzó a hablar y resurgió la historia del bagre de Hermann Liptow. Pero el pez no era ya de dos metros y medio, sino que medía cuatro o cinco y su fisionomía era similar a la de un dinosaurio o, en otras versiones, una serpiente oscura de proporciones inverosímiles.
La prensa se congregó en la zona y no tardaron en aparecer testigos que aseguraron haberlo visto. Aquí, el mecanismo de fabulación colectiva estaba en funcionamiento y crecía de forma exponencial, ya no había vuelta atrás. Los vecinos de Zehlendorf cerraban las puertas con llave y se pasaban las noches con la escopeta al lado, por temor a que el monstruo pudiera ser anfibio y fuera a por ellos. Tuvo que intervenir la policía y patrullar las inmediaciones. Lo bautizaron como Krummie, el Monstruo del lago, y pronto se esbozó un perfil: tendría entre ochenta y noventa años, omnívoro y de tez gris verdosa; activo sobre todo por las noches, siete metros de longitud y su peso oscilaría entre cuatrocientos y quinientos kilos —si bien algunos hablaban de más de una tonelada—.
Otro pescador de la zona, aunque confesó no haberlo encontrado frente a frente, aseguró que estuvo muy cerca: «No sé cómo decirlo, pero cuando se aproxima a la superficie se crea un vórtice de agua espumosa que, en ocasiones, abduce a los patos desprevenidos. Es una criatura insaciable».
Por su parte, los buzos del ayuntamiento, que cada año se sumergen en el lago para limpiarlo, declararon haber visto bagres de hasta un metro y medio, pero nunca algo mayor. Liptow, en una entrevista para la televisión y en referencia a las habladurías, dijo: «Se trata solo de un pez inmenso, no hay por qué temer. Es un animal esquivo, por eso ha durado tanto». Otros afirmaron que, con toda seguridad, en el fondo del lago hay un hueco del tamaño del animal que lo une con el Schlachtensee —lago colindante al Krumme Lanke— y quizás con una cavidad más profunda, donde se refugia.
Un columnista dedicado y perspicaz del periódico amarillista Das Bild, y al cual no nombraré para evitar acciones legales, se tomó el trabajo de entrevistar a cada persona que dijo haber avistado al monstruo. Aparte de tomar nota en detalle de cada historia y buscar coincidencias y contradicciones entre ellas, también realizó numerosas preguntas sobre la biografía de sus informantes. Y aquí vino lo sorprendente: «El setenta y cinco por ciento de los entrevistados había sufrido una ruptura amorosa dentro de los seis meses anteriores a su encuentro con la bestia», escribió el periodista. Con la particularidad de que todos fueron abandonados de forma abrupta y sin miramientos. Este informe generó un revuelo mediático bastante interesante.
Se especuló con que el monstruo pudo sufrir la pérdida de su pareja, lo que lo habría dejado en un estado de melancolía crónica y muy sensible, es decir, con la capacidad de percibir la energía del sufrimiento de los visitantes. Entonces, decidía aparecerse con el generoso fin de consolarlos. No faltó la opinión de un psiquiatra experto: «Estas personas padecen un claro delirio postraumático agudo». La canciller Angela Merkel declaró, en tono maternal, alegrarse de que hubiera un lugar para las personas que sufrían del amor.
La delegada del recién creado club de fans de Krummie declaró: «¡Es muy sencillo! A tan solo dos kilómetros de aquí se encuentra el caudaloso río Havel, que se une con uno de los afluentes del Elba antes de llegar a Berlín. Es decir, podría haber una conexión con el mar y Krummie habría accedido a tierra firme por el puerto de Hamburgo y de allí a nuestro lago por túneles subfluviales. Hemos solicitado a las autoridades competentes que realicen un mapeo con cámaras infrarrojas desde un helicóptero».
Con todo, sea un mito o algo real, la gente dejó de temerle y comenzó a idolatrarlo. Desde entonces se ha vuelto una costumbre que las personas desoladas, con el corazón recientemente roto, se acerquen a la orilla del lago y esperen al atardecer, ansiando encontrarse con Krummie y que este les dispense algo de alivio en el pesado tránsito del desamor.
En los últimos años, fueron llegando peregrinos desde otras provincias de Alemania, como también desde Francia, Bélgica, Holanda, Polonia y la República Checa, estableciéndose en el lugar un santuario para los «desahuciados del amor». Este fenómeno ha contribuido de forma significativa a la economía de la región y a la proliferación de pequeñas tiendas que venden todo tipo de souvenirs: corazones de mazapán bañados en chocolate cuya mitad debe ofrecerse a otro peregrino, tazas, platos, camisetas… También postales y llaveros con la imagen de Krummie o unas graciosas velas con forma de dinosaurio. Lo más popular, y costoso, es la adquisición de candados rotos sobre los cuales se graba el nombre de las exparejas y que después se depositan en la llamada «cesta del olvido». Otra creencia muy expandida —y respetada a rajatabla— advierte que los recién casados deberían abstenerse de visitar el lago, hasta por lo menos un año después de la boda, para no lastimar o despertar la ira de la criatura.
La leyenda establece que, si tienes la suerte de verlo, encontrarás en muy poco tiempo al amor de tu vida. Pero hay una regla de oro, consensuada recientemente: si lo ves, no debes contarlo, para que el designio se cumpla.

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