Futureland, de Lola Arias – Lanzarse al vacío

Un texto de Dalila Muñoz.

Lola Arias

Con una animación digital que muestra cual videojuego de supervivencia a 8 adolescentes lanzándose desde un avión al vacío, abre Futureland, obra teatral dirigida por la argentina Lola Arias (1976). La apertura funciona como alegoría de la travesía a la que se arrojan personas de distintos orígenes en la búsqueda de esa tierra que promete futuro y porvenir. Un lanzarse al vacío que no corresponde a una acción suicida, sino quizás a la única opción que ofrece algo de esperanza cuando el Heimat se ha transformado en un lugar otro y las coordenadas políticas, religiosas y socioeconómicas lo han convertido en un espacio ajeno y amenazante. Futureland no es sino ese supuesto país que se instala en los imaginarios como el lugar seguro donde ir y por el cual vale el riesgo cuando lo cotidiano se ha vuelto peligroso.

Desde distintos rincones hemos escuchado de la guerra en Siria y del desplazamiento forzado de sus habitantes. La discusión, no sin razón, pensando en el ascenso de la xenofobia, racismo e islamofobia, se ha centrado en sensibilizar sobre el impacto de la guerra en la vida de las personas y la alternativa de la migración forzada como única salida. Pues aunque fotografías como la de Alan Kurdi han movilizado a la clase política, causado malestar en la opinión pública y sensibilizado e indignado, pasado el revuelo mediático volvemos a olvidarnos de la “crisis”, -y con ella me refiero a la crisis en la administración del refugio, como ha quedado demostrado en Moria y otros campos-. O a propósito de la actual pandemia, una vez que otro tema se instala en la agenda noticiosa, la realidad de les otres desaparece.

Futureland, sin embargo, instala otra discusión. Se centra en las que podrían ser las experiencias “exitosas” de aquellas personas que lograron sortear los peligrosos espacios fronterizos, los inciertos cruces en barco, las extenuantes caminatas, las estafas y violencias, las policías y ejércitos, todo, para llegar a ese país que promete porvenir. Sin embargo, Lola Arias muestra escepticismo frente a la idea de que el relato digno para narrar termine con la llegada a Futureland. No, ese arribo es justamente lo que da inicio a la historia que pone en escena, tal como lo hizo antes con What they want to hear (2018). Historias cuyo eje no se centran en la tragedia de la guerra o del viaje, aunque sean mencionadas, sino en el drama de la absurda, extenuante y desmovilizadora burocracia alemana. Para ello, como en sus últimas obras, escoge el teatro documental.

Hasta ahora el desplazamiento forzado ha sido traducido a través de números y cifras que podemos decodificar, pero que en el torrente de otras estadísticas se nos hacen cada vez más abstractos. Futureland se distancia de la vaguedad de las cifras, para acercarnos a lo singular. Tras los números hay biografías y subjetividades. Mamadou, Faiya, Bashar, Sarah, Sagal, Ahmad, Mohamed y May son los protagonistas de esta historia que está cruzada por el desarraigo y por la experiencia compartimentada de llegar sin sus padres a este nuevo país. Niñes y adolescentes provenientes de Guinea, Bangladesh, Siria, Afganistán y Somalia, develando junto a su procedencia una de las primeras críticas: la mirada hacia les solicitantes de refugio como un grupo homogéneo, pese a que provienen de países diversos en lengua, cultura, contextos e incluso empujados por distintas causas. Diferencia que a veces emergen para jerarquizar -dependiendo del país de procedencia-, quién tiene más derecho a asilo, pero que en otras circunstancias se hace invisible.

A través de sus relatos nos convertimos en espectadores de los procedimientos a los que deben someterse para adquirir la categoría de refugiade. Desde trabas burocráticas a la puesta en duda de sus biografías, lugar de procedencia, motivo que originó la salida del país y, uno de los puntos cruciales en el relato, su edad. El periodo de gracia que les permite permanecer en Futureland se termina una vez cumplida la mayoría de edad. Por ello, no basta enunciar la edad, sino probarla. Junto a la bienvenida a Futureland, una de las primeras experiencias en este país es el sometimiento a pruebas que verifiquen la correspondencia entre la edad enunciada con la del saber médico. La definen mediciones de huesos, exámenes a los dientes, inspecciones hechas por humanos y máquinas que le asignan un número. Porque al final esa es la que cuenta, la otorgada por las autoridades y no la de conocimiento propio.

Futureland es la tierra del futuro solo hasta que cumples 18 años. La garantía de la permanencia se diluye con la mayoría de edad. Hito conmemorativo que de fiesta se puede transformar en tragedia, no solo por la incertidumbre respecto al propio futuro, sino también porque llegada esa fecha la posibilidad de apelar a la visa de reunificación familiar, expira. Por ello, reflexiona uno de los chicos, “cómo pensar en el futuro si tengo miedo del mañana”. Un miedo que se instala desde el momento de la llegada cuando la oficina de migración les advierte:  „Alles, was du machst, wird ständig ausgewertet. Auch, wenn du alles richtig machst, kann es sein, dass du nicht bleiben darfst.“ (Todo lo que haces será permanentemente evaluado. También si haces todo bien puede ser que no se te permita quedarte). El miedo al error involuntario por no entender los códigos de la nueva cultura o por la comprensión parcial de la lengua; pero peor aún, el miedo a que pese a hacer todo lo que se espera que hagan -y no hagan-, sean expulsados.

La totalidad de les funcionaries responsables del proceso de integración: personal administrativo de la oficina de migración, tutores y profesionales de la educación son avatares que aparecen y desaparecen conforme el relato lo exige, tal como la imagen de videojuego con la que abría la obra. Su representación no es a escala humana, sino que a través de su gran tamaño constituyen una representación del poder; el poder que decide quién se queda y quién se va. Pero también a través de sus voces, tal como en un videojuego, es la máquina la que se hace presente, en este caso la máquina burocrática. Voces apáticas, frías, robóticas que reaccionan con el mismo tono para reprender, para informar o para entusiasmar a les menores respecto a su futuro y sus posibilidades de estudio. En este punto también emerge la crítica sobre la temprana categorización que hace el sistema de educación alemán para definir quién debe continuar con estudios universitarios y quién no, modelo que se replica a les menores que solicitan refugio.

Futureland podría ser cualquier ciudad, pero su estética moderna, aunque con edificios funcionales de reminiscencia socialista sumada a la torre que se levanta, evoca a Berlín. En Futureland también se habla alemán -eje de la obra-, porque pareciera que todo gira en torno al aprendizaje del idioma en el proceso de integración. Una integración que a veces pareciera confundirse con la asimilación. Una integración que a ratos tiene tintes coloniales al mostrar cómo debe vivirse la cultura y la religión, enseñando, por ejemplo, sobre empoderamiento femenino desde una óptica eurocentrista. Una integración en la que emerge también otra lectura: no son solamente intenciones solidarias lo que hay tras la acogida de refugiades, también hay una mirada utilitaria. Por ello, tras el término de la secundaria se promueve una formación técnica que coincide con aquellas donde en su paralela, Alemania, hace falta personal calificado.


Este artículo integra la serie CREADORAS LATINOAMERICANAS EN BERLÍN que publica Revista Desbandada.

Su primera edición se realizó en Hypermedia Magazine.

FUTURELAND se repone en el Gorki Theater de Berlín el 8 y 9 de octubre de 2021. Ver aquí.


Fotos: © Ute-Langkafel-MAIFOTO / Gorki Theater

Revista Desbandada

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