Artículo de opinión de Luis Miguel Fernández López
Han pasado ya más de cinco años desde que el probablemente junto con Artur Mas peor político europeo de lo que va de siglo XXI, David Cameron, decidiera convocar de forma absolutamente injustificada un referéndum no vinculante sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea. Mucho ha llovido desde entonces, pero las consecuencias de un resultado sorprendente e inesperado siguen afectando de forma muy determinante a las relaciones comerciales y políticas entre Gran Bretaña y la UE, así como a la vida de los ciudadanos de ambos lados del Canal de la Mancha.
En primer lugar debemos discutir la conveniencia de dejar decisiones de gran calado en manos del cuerpo electoral en forma de referendos binarios. La falta de una constitución escrita en Gran Bretaña facilita por un lado la convocatoria de dichas consultas por parte del gobierno o el parlamento y, por otro lado, las convierte en un objeto político cargado de imprevisibles consecuencias. La organización de estas consultas está en la Europa continental muy regulada y solo se recurre a ellas en situaciones excepcionales. En toda la historia de la República Federal Alemana, por ejemplo, solo se han convocado referendos a nivel local, nunca a nivel nacional. Los más prestigiosos juristas de la República Federal discuten aún hoy si en el caso de ser necesario la aprobación de una nueva Constitución debería ser consultada la ciudadanía de forma directa o bastaría con la elección de una asamblea constituyente. El trágico fin de la República de Weimar, cuya Constitución dotaba al sistema político de un fuerte carácter plebiscitario, convenció a los legisladores alemanes de 1949 de restringir fuertemente este derecho.

Hoy en día se plantea de forma cada vez más abierta la conveniencia de realizar reformas en nuestros sistemas políticos que faciliten la implantación de democracias directas. Precisamente la experiencia fallida y traumática del referéndum sobre el Brexit nos recuerda los peligros de esta práctica. Ninguna sociedad está exenta de verse afectada por las palabras envenenadas de demagogos, o de ser manipulada mediante el hábil manejo de las redes sociales y de los nuevos medios de comunicación. Por ello, deben establecerse marcos muy estrictos, como un quorum elevado, una información detallada sobre las diversas opciones o una pregunta suficientemente clara, para que, en caso de tener que recurrir a una consulta popular, la decisión tomada por la ciudadanía lo sea asumiendo todas las consecuencias que dicha decisión pueda acarrear. Por otro lado, si queremos profundizar en la democratización de nuestros sistemas políticos, debemos tener una ciudadanía formada y educada políticamente para que pueda elegir libremente sin ser manipulada. Ninguna de estas cuestiones fueron tomadas en consideración cuando se decidió convocar la consulta sobre la posible salida de Reino Unido de la UE, dejando de esta forma patente la banalidad e irresponsabilidad de la clase política británica.
Una vez conocido el resultado del referéndum y su posterior ratificación, otro grave error por parte del parlamento británico, unos todavía conmocionados países miembros de la UE, y sobre todo Alemania y Francia, se conjuraron para que las condiciones de salida de Reino Unido fueran las más duras posibles, con el fin de desincentivar posibles veleidades en este sentido de otros países críticos con el desarrollo de la Unión como pudieran ser Hungría, Polonia o las Repúblicas Bálticas. Tras varias prórrogas, cambios de gobierno y elecciones en Gran Bretaña se llegó, por fin, a un acuerdo con el gobierno de Boris Johnson, personaje este que merece capítulo aparte cuando hablamos de las consecuencias del Brexit.
Desde que el acuerdo definitivo para el abandono de todo vínculo con la Unión Europea entrara en vigor, el 1 de enero de 2021, en la Europa continental no hemos apenas notado ninguna diferencia con los años de pertenencia británica a la Unión. Políticamente nos encontramos con una Europa donde es algo más sencillo consensuar decisiones, sin el continuo bloqueo británico a todo lo que tuviera que ver con el avance en la construcción de una Unión de corte federal o confederal. La salida de Reino Unido fortalece además la hegemonía franco-alemana y facilita la reordenación de los equilibrios políticos en el seno de la Unión.
Los datos macroeconómicos nos indican que mientras toda Europa se recupera a una velocidad inusitada de los estragos provocados por la pandemia, Gran Bretaña se enfrenta a dificultades mucho mayores. Por un lado la recuperación se ve lastrada por la falta de mano de obra, dado que el endurecimiento de las leyes de inmigración ha desincentivado a muchos europeos a buscar trabajo en Reino Unido. A esto debemos añadir que el ambiente xenófobo y excluyente fomentado por los partidarios del Brexit no invita precisamente a instalarse en la oscura y desapacible Albión. Las exportaciones británicas se están viendo fuertemente lastradas por la burocracia originada por la autoimpuesta salida del mercado común. Si a todo esto añadimos que la potente industria financiera británica ya no tiene libre acceso a los mercados financieros europeos, podemos concluir que la salida de la Unión Europea es, y lo será aún más, un completo desastre para la economía de Gran Bretaña, y no parece que el difuso plan „Global Britain“ del ínclito Johnson pueda contrarrestar de momento la sangría que para la economía británica representa la brillante idea de desligarse de la EU y «volver a tomar el control».
Por lo que respecta a la ciudadanía, los amantes del queso Cheddar y la cerveza fabricada en las islas podemos de momento seguir degustándolos, y, si no fuera así, encontraríamos suficientes alternativas, ya que el enorme mercado europeo produce numerosos productos de alta calidad. Nuestro acceso como turistas a Inglaterra, Escocia, Gales o Irlanda del Norte sigue estando asegurado, aunque para ello tengamos que presentar un pasaporte válido. Si tenemos una empresa y queremos exportar sin restricciones disponemos de un mercado de más 300 millones de personas para vender nuestras mercancías o servicios. Y si queremos buscar oportunidades laborales fuera de nuestros países podemos hacerlo en otros 26 sin restricción alguna. Los ciudadanos británicos se enfrentan a crisis de desabastecimiento, menos posibilidades laborales y problemas burocráticos cada vez que deseen abandonar las islas para, por ejemplo, disfrutar de unas merecidas vacaciones en el sur de Europa.
Los que amamos pasear por las calles de Londres, Mánchester, Glasgow o Edimburgo, y tomarnos una pinta en un maravilloso pub mientras disfrutamos de un partido de la Premier League, los que admiramos profundamente el legado cultural e histórico británico, los que disfrutamos del sentido del humor, la educación y el saber estar de gran parte del pueblo británico, lamentamos profundamente que este haya sido secuestrado por una banda de arrogantes, ambiciosos, inútiles y mentirosos compulsivos cuyas vanas promesas ningún bien van a producir al país que tanto dicen amar. Esperemos que algún día nuestros hermanos del otro lado del Canal de la Mancha despierten de este mal sueño y decidan volver a casa.

Luis Miguel Fernández López
Nacido a orillas del Pisuerga en el ya lejano año de 1976, es profesor de Historia y Lengua Española en un instituto de educación secundaria en Berlín. Apasionado de las artes, las letras y la política, escribe sesudos artículos de esta última disciplina cuando tiene ocasión.