Apátridas

Texto de Simón R. B.

Apátridas involuntarios y voluntarios:  Yo escribí esto para no olvidar cómo llegamos a lo que somos.

Yo había estudiado en la carrera de Sociología el término apátrida. Toda persona que no tiene nacionalidad o la haya perdido (ACNUR).  Estaba reservado para unos pocos desafortunados de esta tierra: palestinos, rohingas, saharauis, rusos, judíos, y muchos otros migrantes. 

Pero por las vueltas de la vida nos tocó a nosotros los venezolanos tener esa condición en Alemania: primero sin quererlo, y después voluntariamente. 

No me siento orgulloso o triste de eso, la verdad no siento nada. Ser apátrida es igual que tener alguna ciudadanía: pagar la renta, tomar café, llamar a la familia, ir al parque. Todo sigue igual.

Primero, yo y parte de mi familia fuimos apátridas involuntarios por que nos quedamos sin identificación (pasaporte venezolano), y eso dificultaba realizar cualquier tipo de trámite. Mi pasaporte había vencido y siendo previsivos solicitamos pasaportes nuevos casi un año antes, esperé hasta casi un año después por mi pasaporte nuevo. Pero en la embajada de Berlín me recomendaron que solicitara la “prórroga”. La pedí ese mismo mes después del vencimiento y me llegó a mediados de ese año, dos meses después de pedirla. Es una calcomanía balurda que  no es muy bien vista por empleados de los bancos, correos, casas de cambios o máquinas lectoras de pasaportes. Las autoridades migratorias alemanas, en cambio, fueron muy comprensivas, esperaron por mí un año y dos meses. Sé por amigos y familiares que en otros países los venezolanos no tenemos tanta suerte. Mis hijas recibieron sus pasaportes a finales del año siguiente (es decir dos años, seis meses y un día después). En el ínterin mi hija más pequeña no tuvo ninguna identificación desde que nació hasta que le llegó su pasaporte.

Pero voluntariamente el jueves 28 de diciembre de 2019 renunciamos a la nacionalidad venezolana. Nos quitamos el yugo del #triplerecontrahipermaldito SAIME. Ese es el nombre del ente que se encarga de emitir la identidad en Venezuela. Somos apátridas porque lo queremos. Sí, renunciamos dado que es un requisito indispensable para poder nacionalizarnos alemanes. Es una exigencia de la ley de ciudadanía alemana (Staatsangehörigkeitsgesetz (StAG) artículo § 10, numeral 4. y artículo § 12). Y en vista de que Venezuela permite a sus ciudadanos renunciar a su nacionalidad, Alemania nos obliga. Para ciudadanos de otros países, donde no es posible renunciar a la nacionalidad de origen, Alemania no lo exige. (Ver Oficina alemana para las Migraciones y Refugio).

Una familia joven, con tres niñas pequeñas, se ganó un nuevo país. En papeles ya no seremos venezolanos, pero en nuestro ser sí: yo y mi esposa siempre hablaremos con nuestro acento en Alemán, comeremos arepas y extrañaremos Naiguatá, Caraballeda, Anare, y desde luego, las playas de Barlovento. A veces existen esas ambigüedades burocráticas. 

Mi esposa tiene una historia que siempre cuenta. Su maestra de ballet en Maracaibo llegó a Venezuela de joven justo después de la Segunda Guerra Mundial, fue apátrida por un tiempo hasta que se nacionalizó venezolana. Bailando en la guerra vivió el ataque de las bombas de la artillería durante un ensayo, se salvó de milagro, pero el teatro quedó derruido. Durante la guerra se mudó a Brest, en Bielorrusia, pero nunca volvió a su Tver, en el Volga. De allí con su familia decidieron ir a Sudamérica, también por casualidades de la vida porque alguien en la familia hablaba un poco de polaco, pudieron abordar un barco con destino a Venezuela. Al llegar a Puerto Cabello, y gracias al ballet, se integró rápidamente al mercado laboral. Probablemente, al principio no hablaba español, pero tenía una cualificación que alguien valoraba mucho. Yo esa historia la escuché cientos de veces de mi esposa, incluso mucho antes de pensar que nos iríamos de Venezuela. Pero el paralelismo con la misma vida de mi esposa es increíble. Mi esposa también encontró trabajo en nuestra nueva casa por sus cualificaciones artísticas y se integró rápidamente por la premura de aprender alemán. Gracias al arte hizo contactos y amistades aquí. “Ahora somos apátridas como lo fue ella”, dice, “y nos vamos a nacionalizar. Me he convertido en mi estricta maestra soviética de ballet. Con su acento extranjero que nunca se le quitó. Ahora solo me falta montar mi propia escuela y formar grandes artistas”.

La renuncia

El 28 de diciembre de 2019 nos despertamos a las 4 de la mañana. Preparamos todo lo que se puede con tres niñas pequeñas y una cita en una embajada. Los niños se despertaron sorpresivamente de buen humor. Había que vestirlos con varias capas de ropa para que viajaran cómodos durante las cuatro horas de viaje en carro a Berlín desde Leipzig. Nos paramos solo una vez para estirar las piernas y para que yo tomara café.

Embajada de Venezuela en Berlín

Llegamos sin problemas a la embajada venezolana. Google cumplió su trabajo y navegamos hasta llegar a un estacionamiento de un hotel cercano. La caminata del estacionamiento a la embajada fue tranquila, pero en mi mente me preguntaba sobre lo que vendría: será todo tranquilo, nos harán muchas preguntas, lloraremos, nos faltará algún papel o no habrá sistema. Al llegar a un cuarto para las diez al consulado saludamos a los dos funcionarios con aprecio. Son muy atentos. Mi dos hijos y yo necesitamos ir al baño, pedimos la llave y en las escaleras del edificio de la embajada hay dos puertas. En una se lee “sanitarios” con los dos muñequitos en español <hecho en Venezuela>. Ya la embajada venezolana no es lo que era. Entregaron medio piso al arrendador, ahora en lo que era el ala del consulado hay una oficina de la alcaldía de Berlín para viviendas. Seguro ya no podían mantener los costos, me pregunto qué habrá sido de los libros y material de la bella biblioteca que tenían. Esa biblioteca, repleta de libros de Monteávila, material educativo y publicitario sobre Venezuela, era un oasis para la espera de algún trámite. 

Sorprendida, mi hija mayor nos dice ”Aquí todo el mundo habla español”, y le explicamos que estamos oficialmente en Venezuela. Ella no la conoce, está pronto de cumplir los 7 años y cuando llegamos a Alemania tenía solo dos meses. Dos meses tiene su hermana menor. La mayor habla perfecto alemán y español. La segunda va a cumplir 3, a ella le ha costado un poco más hablar, pero dice muchas cosas en los dos idiomas, lo normal sumado a que los niños bilingües tardan más. Mis dos niñas mayores se metían en la oficina de los funcionarios para preguntarles cosas, pedir la llave del baño, para jugar con ellos, por curiosidad y por fastidio de esperar casi cuatro horas. Al llegar el funcionario joven nos pidió los papeles. Todos estaban en orden. Él los ojeó diciendo ”Todo bien, voy a montar las actas, va a tomar un tiempito”. En el consulado había dos funcionarios, el joven Sr. C. y el mayor Sr. J. El Sr. J. es, desde que se fue la Cónsul anterior, el Cónsul encargado casi de carambola. Se ve que tiene mucho tiempo aquí y parece ser funcionario de carrera, pero parece alguien más técnico que un abogado. Ese día no había mucho que hacer para él: los días fuertes son los lunes y martes porque vienen todos los solicitantes de pasaportes. Durante nuestra espera atendía el teléfono y contestaba a las preguntas sobre pasaportes, “la valija no ha llegado, no sabemos cuándo llegará, la página funciona casi siempre, tiene que ser un poco paciente”, revisaba su celular y le gustaba conversar con mis niños. Les preguntaba cosas sobre la escuela, seguro tiene hijos o nietos, y la daba papelitos y colores para que pintaran. El otro es el Sr. C. Joven, habla alemán, pareciera que prepara las cosas más complicadas y contesta los correos electrónicos. Los dos contestan con paciencia miles de preguntas que les hacen nuestros desesperados compatriotas sobre los pasaportes que no llegan.

El Sr. J. le preguntó a mis hijas si les gustaba bailar o les gustaba escuchar música, y como lo que se hereda no se hurta, los dos gritaron que sí. Le costó un poco poner el DVD publicitario en la televisión de la sala de espera, pero después de algunos minutos comenzamos a escuchar las primeras notas de una Alma Llanera instrumental y en la pantalla había fotos bellas, a veces pixeladas, de los sitios turísticos venezolanos. Con las niñas nos pusimos a bailar al ritmo de joropos, golpes, galerones y pasodobles. Cada vez que cambiaba la imagen decíamos “mira que bella playa, eso es en Juan Griego”, “mira eso es el Ávila en Caracas”, “allí también hay nieve, eso es Mérida”, ”mira eso es Canaima”, “en el Llano hay muchos caballos y el horizonte es plano”, “qué linda son las playas en Venezuela”. Todo era paradisíaco. Todo era muy verde. Pero eran fotos viejas, se veía por la ropa y la publicidad que tendrían unos diez años. La realidad ya no es así, en Venezuela las cosas son muy distintas desde la continua crisis. Pero ese es un tema aparte. Bailábamos en una honorable, respetable y seria oficina consular y embajada. Teníamos un bello momento como familia, las imágenes también nos daban a mi esposa y a mí la añoranza de ese bello país que existe en nuestra memoria. Romantizado por nosotros desde la distancia, el tiempo y los inviernos. Fue un momento agridulce, que llegó a su fin cuando el DVD dio la vuelta por cuarta vez y se detuvo.

Escudo de Venezuela en la entrada de la embajada.

Mi hija necesitaba ir de nuevo al baño. Estamos en la etapa de dejar de usar los pañales y a veces son falsas alarmas. Pero siempre tenemos que ir corriendo. Lo normal. Pedimos la llave y al “sanitario”. Cuando vuelvo, mi esposa me dice en un susurro “te tengo que contar algo”. Pensé y dije, se fue el sistema, ahora sí nos jodimos. “No, vale, eso no. Acaban de  volver de una reunión con el embajador, y se quejaron que ahora no tienen ni seguro médico” (Dijeron otras cosas como que los jerarcas viven en burbujas de cristal). Yo pensé en algo que me dijeron una vez sobre los jerarcas y sus andanzas por Europa, pero en el momento no supe qué decir. Escuchamos de amigos que los funcionarios diplomáticos no cobran desde hace 6 o 7 meses, y que varias oficinas consulares o embajadas han cerrado. El sistema de salud alemán es muy bueno, sin embargo todo está basado en que las personas tienen que tener seguro. Aquí las cuentas médicas son muy caras, lo sabemos por experiencia propia. Obviamente alguien trabajando en esas circunstancias tiene que estar frustrado y molesto. Ese tema de conversación volvió varias veces entre mi esposa y yo: qué harías tú, te devuelves a Venezuela, cómo. Sí. No. Tienes plata, buscas un segundo trabajo, renuncias: ajá, y tu carrera, y lo que te deben, y los papeles. Escuchar eso me reforzó mi decisión de que renunciar a la nacionalidad era lo correcto para mi y los chamos.

Después de corregir las cinco actas de renuncia varias veces -es copiar y revisar varios papeles. Multiplicado por 5 personas, 3 actas distintas en 2 idiomas mientras llaman personas molestas y desesperadas preguntando por los pasaportes-, por mi experiencia como es cosa normal en cuanto a documentación legal se refiere. Firmamos e impusimos nuestros pulgares: declaramos que renunciamos a la nacionalidad venezolana. Una sensación rara, no todos los días ocurre eso en la vida de alguien. Nos dieron constancias para distintos trámites y, por fin, nos podíamos ir. Nos sorprendió que no se quedarían con nuestros originales. Serán las autoridades alemanas las que nos pedirán que entreguemos nuestros pasaportes. También nos sorprendió que nos trataron muy bien. Y la mayor sorpresa es que no lloramos. Al despedirnos, ya la hora de almuerzo estaba por terminar, los funcionarios fueron muy amables y fueron muy empáticos. Entendían que la razón de nuestra renuncia no es que detestamos a Venezuela (solo al SAIME), sino que es un mero trámite para obtener otra nacionalidad. Ellos ven todos los días cómo el SAIME y el estado Venezolano han desamparado a los ciudadanos en el extranjero. Se despidieron de nosotros dando consejos de cómo recuperar la nacionalidad venezolana y que todos nos encontremos en Margarita, ese paraíso en la tierra, para comer y conversar. Nuestra decisión fue lógica, nos fuimos por el estado que garantiza mejor los derechos de sus ciudadanos, en especial su identidad: porque un pasaporte alemán normal para un adulto cuesta 60 euros y está listo en un par de semanas, o una tarjeta de identidad cuesta 37 euros y esta lista en dos semanas. Sí, Alemania no es perfecta y tiene miles de problemas, aquí en Sajonia lo sabemos. Se disculparon por nuestras dificultades con el SAIME y las casi cuatro horas de espera para terminar el trámite de renuncia. Pero de regreso a casa mi esposa y yo discutimos sobre lo que habíamos vivido: si más venezolanos renuncian significa menos trabajo para los consulados, menos llamadas y emails preguntando por trámites. O por el contrario de verdad los funcionarios se sienten bien por nosotros porque desde su posición saben la dimensión de las dificultades de depender del gobierno venezolano.

Para celebrar nuestro limbo jurídico paramos en un McDonald’s de la Autobahn 9. Nunca comemos allí, pero mi hija insistió y de verdad un BigMac no era una mala idea. En el restaurante, por pura casualidad, me encontré a Khaled, un compañero de estudios afgano, no le dije lo que hice en la embajada venezolana, pero sé que un pasaporte afgano tarda 5 meses y es más barato que uno venezolano. 

Mis hijas

Ellas, por supuesto, no entienden qué es lo que pasa. Espero que cuando sean mayores nos juzguen analizando los hechos sin tener una visión romántica e idílica de Venezuela. Una que yo les doy y probablemente tengan. Espero que no tengan que vivir un retorno o una migración forzada, pero quién sabe las vueltas que da el mundo. Muchos extranjeros en Venezuela tuvieron que renunciar a sus nacionalidades de origen para nacionalizarse venezolanos y poder ejercer alguna profesión. La Constitución venezolana de 1999 cambió en gran medida eso, ahora es permitido la doble nacionalidad. Pero tal vez esos hijos y nietos de nacionalizados sueñan con volver en el tiempo y evitar la renuncia de sus abuelos y padres.

Nueva identidad

El cuento de nuestra nacionalidad alemana siguió después de renunciar en la embajada venezolana. En marzo de 2020, justo antes de que absolutamente todo cerrara por la primera ola de la pandemia por Coronavirus, fuimos invitados a buscar nuestra acta de nacionalización. La funcionaria, súperamable, nos explicó el proceso y nos dijo que teníamos que prometer que „Ich bekenne feierlich, dass ich das Grundgesetz und die Gesetze der Bundesrepublik Deutschland achten und alles unterlassen werde, was ihr schaden könnte” (frase en alemán que dice cumpliremos con la constitución y leyes alemanas, y que nos abstendremos de perjudicar dicho sistema). Estábamos saliendo de una gripe espantosa, nos testeamos de Corona y dimos negativo todos, y en ese acto yo trataba de esconder mi tos. No fue como lo imaginamos: ante una sala con mucha gente y jurando lealtad, sino muy burocrático y felicitados solamente por esa funcionaria que llevó a cabo todo el proceso cuando lo iniciamos unos dos años antes. Ella nos comentó: sus actas de nacionalización son como sus nuevas actas de nacimiento, eso lo necesitarán para solicitar sus tarjetas de identidad y pasaportes alemanes. En eso tomó nuestros permisos de residencia (visas para los extranjeros) y los destruyó frente a nuestros ojos. “Ya no necesitan esto, están en su país, su nuevo país”. Se contentó mucho. Nos despedimos y fuimos a nuestro restaurante-italiano-regentado-por-ex-yugoeslavo favorito en Leipzig. Dije, “ahora sí podré visitar a mis hermanos y amigos en todo el mundo sin problemas” El lockdown mundial empezó al fin de esa misma semana.

Solo porque nuestra situación era excepcional nos dieron cita para solicitar nuestras nuevas tarjetas de identidad alemanas. Fui con mascarilla a la oficina de la ciudad y me trataron muy bien. La tarjeta llegó después. Mi esposa pidió junto con la tarjeta, su pasaporte. “Pero sí no podemos viajar a ningún lado. Estamos en el medio de una pandemia mundial”, “No me importa, me saco mi pasaporte porque quiero y necesito verlo y tenerlo.” Me dijo, tenía toda la razón, el SAIME venezolano deja traumas. 

Ese abril empecé en un trabajo nuevo y todos mis papeles decían “Deutsch”. Todavía no me acostumbré. Tal vez nunca lo haga. La mayoría de las  cosas siguen igual. Ahora no es que soy nativo hablando alemán, pero ya no necesito visa para estar aquí. Este es mi país también. Pienso que el resto de mi vida será aquí en Leipzig, y eso me gusta. La nacionalidad abre cosas que no son obvias: algunos puestos burocráticos exigen la nacionalidad, poder acceder a créditos bancarios o, en mi caso, para mi equipo de basket es mucho mejor porque en el campo debe haber al menos seis de nueve jugadores alemanes.

Última reflexión

Lo negativo es que cuando vaya a Venezuela, cuando lo pueda y quiera hacer (desde que vine en 2012 no he ido), será solo como turista. Y ya no puedo quedarme a vivir, necesitaría una visa. Sueño que algún día podamos volver, pero por los momentos es mejor vivir de esa visión romántica que mis hijos tienen.

Vieja botella de Angostura (nombre antiguo de Ciudad Bolívar), aromatizante creado por un médico alemán residente en esa ciudad, usado para la preparación de cócteles. Hecho en Venezuela.

Nota del autor. Los nombres, lugares y otros datos personales han sido modificados para proteger a los familiares y amigos de los autores que siguen en Venezuela.

Nota de la redacción. Las opiniones vertidas en las colaboraciones de la revista Desbandada son de exclusiva responsabilidad de sus autores.

Revista Desbandada

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