Autor de los libros de poemas “Instrucciones para hacerse el valiente”, “Aspa Viento” (en colaboración con el pintor Jordi Boldó), “Deshuesadero”, “Drâstel”, “Nigredo” y “Sánafabich”. Con Luis Alberto Arellano editó “El país del ruido: 9 poetas mexicanos / Le pays sonore: 9 poètes mexicains”. Con Jen Hofer y Tupac Cruz tradujo al inglés el libro The Words of Others (Palabras ajenas) de León Ferrari. Obtuvo los premios nacionales de poesía Abigael Bohórquez, Francisco Cervantes y Amado Nervo. Entre las antologías que recogen su trabajo se encuentran: “Zur Dos: Última poesía latinoamericana” y “Malditos Latinos, Malditos Sudacas: Poesía Iberoamericana Made in USA”. Ha traducido al español los libros de poemas Switching (Alternarse) de Juliana Spahr, Instead of an Animal (En vez de un animal) de Leslie Scalapino y Where Do You Feel? (¿Dónde sientes?) de Donato Mancini.

Al fin de la mañana, los antílopes llegan al claro, resoplan, se detienen a beber del arroyo y descansar. Una elipse de cuervos sobrevuela el paraje en que abrevan. Su grajeo traza las coordenadas del banquete. Los antílopes ignoran el graznido que se multiplica sobre sus cabezas mientras beben. Ha sido un viaje largo. La elipse es una orla de estridente furia que intriga a los más jóvenes, pero el macho brama y señala el camino con las astas. El grupo comienza a separarse del oasis en formación morosa. Un joven, aún sin cuernos, alterna la mirada entre el cielo, las aguas, el sendero y es ahí cuando se ve rodeado de colmillos; una saliva oscura envenena su espalda, su cuello, sus ancas ligerísimas con un nido de fauces que desciñen el fuelle de sus músculos. El patriarca, de abundante melena, da un gruñido y propina tarascadas a los adolescentes hasta que aullando la manada se repliega. Cuando los lobos se alejan satisfechos, los cuervos se abalanzan sobre la carroña que sus picos nunca hubieran destazado y terminan de limpiarla hasta los huesos.

Als der Morgen endet, treten Antilopen auf die Lichtung, sie schnauben, sie rasten, um vom Bach zu trinken, auszuruhen. Über ihnen eine Ellipse von Krähen kreuzt die Wasserstelle. Ihr Krächzen markiert zum Bankett die Koordinaten. Die Antilopen verschmähn das Gekrächze, das über ihren Köpfen wächst und wächst, indes sie trinken. Die Reise war lang. Die Ellipse, ein Saum von geiferndem Zorn, ängstigt die Jungtiere, aber der Leitbock brüllt und weist den Weg, per Geweih. Nach und nach schleppt sich vereinzelt die Herde aus der Oase. Ein Jungbock, hörnerlos noch, starrt auf den Himmel, aufs Wasser, zum Weg, da sieht er plötzlich sich umringt von Zähnen; dunkler Speichel wie Gift im Rücken, im Hals, seine luftleichte Kruppe ein Nest aus Hauern, die seinen Muskeln die Kraft entziehen. Der Patriarch mit üppiger Mähne stimmt einen Schrei an, stößt die Jungtiere mit seinen Hörnern voran, bis sich die ganze Herde heulend zerstreut. Als die gesättigten Wölfe sich endlich verziehen, stürzen die Krähen hinunter aufs Aas, und nagen, was ihre Schnäbel nicht jagten, die fein zerteilte Beute ab bis auf die Knochen.

© de la imagen: Leopoldo Cuspinera Madrigal, 2019. Rūăḥ
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