Javier Peñalosa

(Ciudad de México, 1981)

Escribe poesía, literatura infantil y guiones para cine y televisión. Es autor de los libros de poesía “Aviario”, “Los trenes que partían de mí”, premio nacional de poesía Enriqueta Ochoa, y “Los que regresan”, reconocido con el premio de poesía Joaquín Xirau Icaza en 2017. Algunos de sus poemas aparecen en antologías, revistas nacionales y extranjeras, obras de teatro y en la película “Güeros”. Es Maestro en Escritura Creativa por la New York University y ha sido becario de la fundación para las letras mexicanas, del programa “Jóvenes Creadores” del FONCA y del New York Fund For The Arts. Es autor de los libros de literatura infantil “El día que María perdió la voz”, que fue adaptada a ópera para niños, “Un grandioso desorden” e “Historia de Ele chiquita” entre otros. Es coescritor de la película “Los adioses” y de series como “XY”, “Juana Inés” y “Malinche”, entre otras. Actualmente colabora con artistas de distintas disciplinas y prepara un nuevo libro de poesía.

©Leopoldo Cuspinera Madrigal
Litografía. Poema de Javier Peñalosa. Leído por el autor.
En una ciudad con más avispas que personas
los duraznos crecen para nadie
y los muros se recargan en las higueras para no caer.
Un viejo que aparece por la callejuela nos grita: ¡soy yo!
Somos nosotros. ¡Somos nosotros! Respondemos.
Pero el viejo es sordo y su bastón una vara quieta.
El sol se come las fechas y los nombres en los carteles.
Los que pueden moverse se repliegan a la sombra
pero ya no hay nieve en el glaciar; llegamos demasiado tarde.
O llegamos temprano.
Pero llegamos
a tiempo para comprender que la vida se viene a pedacitos,
que al fondo de todo esto hay una piedra.
Estaba en mi cuerpo. Mi cuerpo estaba en el mar.
El mar estaba cerca de la costa.
La costa estaba.
La luna estaba
de día en el cielo. Estaba creciendo la marea.
¿Quién estaba en mi cuerpo?
En mi cuerpo estás tú. Estamos todos nosotros.
Mi cuerpo estaba en el mar. Y yo en la cresta
de la ola de mi cuerpo.
Yendo hacia abajo dándome contra el agua
me acabo el aire para ir al fondo
por un guijarro que brilla.
Una piedra aguamarina en un pendiente que me diste.
Estaba en mi cuerpo.
Mi cuerpo estaba en el mar.
Tomé la piedra o ella me tomó a mí para que nos lleváramos.
Al fondo de todo esto hay una piedra. Encima de esto hay una 
piedra. Al centro hay una piedra latente. Hay una piedra dentro
de mí; calcio, magnesio, fósforo en los huesos y en la sangre,
fierro. Al centro de todo esto hay una piedra que hierve y que
se enfría. Cantera. Aguamarina. Obsidiana, malaquita, tezontle.
Lenta piedra que sale, que no se extrae debajo de la lengua.
Una cueva. Hay una piedra que nos guarda y que nos sabe.
Pero también es piedra que no sabe y pregunta ¿a dónde han ido
los insectos y los animales? ¿Quiénes faltan? Faltan cerros, faltan
laderas. Donde falta uno faltamos todos. Ustedes saben quiénes
son y quiénes faltan. Hay una piedra debajo de la casa.
Debajo de la selva. Desiertos. En los bosques. Hay una piedra
en el fondo del mar. Encima hay la piedra redonda de la luna
que aparece y se oculta. Piedras que pasan encendidas en el
cielo. Piedras que se lanzan girando con fuerza hacia la superficie
del agua y que dejan estelas que se extienden hasta tocar la
orilla de qué. Hay una piedra al centro de todo esto y nos lleva
y me sigue.

©Leopoldo Cuspinera Madrigal
Litografía. Poema de Javier Peñalosa, traducción al alemán de Birgit Kirberg y Christian Filips. Leído por Lothar Beutin, estudiante del Instituto Cervantes de Berlín.
In einer Stadt mit mehr Wespen als Menschen
wachsen Pfirsiche für keinen
und Mauern stützen Feigenbäume, dass sie nicht stürzen.
Ein alter Mann erscheint auf der Gasse und ruft: Ich bin’s!
Wir sind‘s. Wir sind‘s! Lasst uns antworten.
Aber der Alte ist taub und stumm ist sein Stock.
Die Sonne frisst Daten und Namen von den Plakaten.
Die sich noch regen können, verschwinden in den Schatten,
doch auf dem Gletscher kein Schnee mehr; wir sind zu spät.
Oder zu früh.
Aber wir kommen
noch rechtzeitig, um zu verstehen, das Leben ist Stückwerk,
ein Stein auf dem Grund aller Dinge.
Ich war in meinem Körper. Mein Körper im Meer.
Das Meer bei der Küste.
Die Küste war hier.
Der Mond war hier
am Himmel bei Tag. Die Flut stieg.
Wer war in meinem Körper?
In meinem Körper bist du. Hier sind wir alle.
Mein Körper war im Meer. Ich auf dem Wellenkamm
meines Körpers.
Auf dem Weg hinab stieß ich auf Wasser,
die Luft war knapp, zum Grund hinab,
zu einem Kiesel, der glänzt.
Ein Stein, aquamarin, an einer Kette, die du mir gabst.
Sie hing an meinem Körper,
mein Körper war im Meer.
Ich nahm den Stein oder der Stein nahm mich, dass wir
einander trugen.
Ein Stein auf dem Grund aller Dinge. Über allen Dingen
ein Stein. Ein verborgener Stein in der Mitte. In mir ein
Stein, Calcium, Magnesium, Phosphor in meinen Knochen,
und Eisen im Blut. In aller Dinge Mitte ein Stein, der glüht
und der kühlt. Steinbruch. Aquamarin. Obsidian, Malachit,
Tuffstein. Langsamer Stein, der auftaucht, sich unter der
Zunge verbirgt. Eine Höhle. Es gibt einen Stein, der uns
schützt, der uns liest. Auch der ein Stein, der es nicht weiß
und fragt: Wohin sind die Insekten, die Tiere? Wer fehlt?
Anhöhen, Abhänge fehlen. Wo einer fehlt, fehlen alle. Sie
wissen, welche fehlen, und wer. Es gibt einen Stein unterm
Haus. Unterm Urwald. Wüsten. In den Wäldern. Es gibt
einen Stein auf dem Meergrund. Darüber der runde Stein
des Mondes, der erscheint, sich verbirgt. Steine, im Himmel
entzündet. Steine, die sich drehen, wenn sie mit aller Kraft
auf die Wasserfläche geschleudert werden, wo sie Sterne
hinterlassen, sich dehnen, bis sie ein Ufer erreichen,
von etwas. Es gibt einen Stein in aller Dinge Mitte und
er trägt uns mit sich und folgt mir.

© de la imagen: Leopoldo Cuspinera Madrigal, 2019. V

Revista Desbandada

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