A modo de aclaración: El que mi nombre figure como autora de esta entrada, y no Revista Desbandada, no significa de ningún modo atribuirme la autoría de este texto de Paul B. Preciado, sino asumir la responsabilidad por la publicación de la serie que hoy se inicia bajo el título de Otras Voces y que aspira a ampliar perspectivas y estimular la reflexión y el debate ante textos con otras visiones que la revista ha publicado. C.B.
Feminazis, por Paul B. Preciado
(artículo publicado originalmente el 29.11.2019 en el periódico Libération)
Link a la publicación con el audio aquí.
Este es el nuevo insulto que nos lanzan los señores del patriarcado colonial con toda la violencia totalitaria que ha sido y sigue siendo patrimonio suyo.
Desde que las mujeres hablan por sí mismas, los representantes del antiguo régimen sexual están tan nerviosos que ahora son ellos los que empiezan a quedarse sin palabras. Tal vez por eso los señores del patriarcado colonial han estado escarbando en sus libros de historia necropolítica en busca de insultos para arrojarnos a la cara y, por un curioso azar, han elegido el que siempre tienen a mano: ¡nazi!
Dicen que somos feminazis. Dicen que ya no pueden subir al ascensor solos con una chica – qué lástima – porque podría ser una «feminazi» que los acuse de violación. Dicen que ya no pueden ejercer libremente el arte de la conquista viril al estilo francés. Dicen que las mujeres han tomado el poder en las universidades, que están ganando premios literarios y que son ellas las que, embriagadas de gender studies, establecen las normas en el cine y en los medios de comunicación. Al invertir las posiciones de hegemonía y subalternidad, los padres del tecnopatriarcado atribuyen un poder absoluto a las minorías sexuales, mujeres, transexuales, homosexuales, maricas, lesbianas y cuerpos de género no binario; les transfieren fantásticamente la violencia totalitaria que ha sido y sigue siendo patrimonio suyo. ¿Cómo es posible aplicar el adjetivo «nazi» precisamente a los cuerpos que el nazismo consideraba infrahumanos y prescindibles?
Nada justifica el uso del adjetivo «feminazi» para calificar las demandas de reconocimiento de las mujeres, trans, homosexuales o personas no binarias como sujetos políticos soberanos. No creo que valga la pena perderse en una discusión teórica. El mejor y más efectivo argumento es atenerse a los hechos.
Cuando hayamos violado y descuartizado la misma cantidad de hombres como ustedes lo han hecho con mujeres, o con homosexuales o transexuales, simplemente porque eran hombres, o porque sus cuerpos o prácticas no se correspondían con lo que entendemos como una buena y sumisa masculinidad heterosexual, entonces podrán llamarnos feminazis. Cuando hayamos decidido en un Parlamento compuesto solo de mujeres, en un consejo de administración compuesto solo de mujeres, que un hombre, por el mero hecho de serlo, debe recibir menos paga que una mujer en cualquier trabajo y en cualquier circunstancia, entonces podrán llamarnos feminazis. Cuando se les prohíba eyacular fuera de la vagina bajo pena de ser acusados de aborto y todas sus prácticas sexuales por fuera del lecho heterosexual sean consideradas grotescas o patológicas, entonces podrán llamarnos feminazis.
Cuando les tiemblen las piernas al cruzar una calle oscura y busquen con miedo las llaves en los bolsillos para entrar a su casa lo más rápido posible, cuando una figura femenina al final de un callejón los haga girar y correr, cuando las calles de todas las ciudades sean nuestras, entonces podrán llamarnos feminazis. Cuando las escuelas sólo enseñen con libros de Gertrude Stein y Virginia Woolf y James Joyce y Gustave Flaubert se hayan convertido en escritores «masculinistas», cuando los museos de arte dediquen una semana al año a explorar las obras desconocidas de los «artistas masculinos» y cuando cada década los historiadores publiquen una revista para hablar del rol de los «hombres invisibles de la historia», entonces nos podrán llamar feminazis.
Cuando los psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras, expertos en sexualidad humana sean exclusivamente lesbianas radicales y se reúnan en asambleas cerradas para determinar la diferencia entre la masculinidad normal y la patológica, cuando en lugar de comentar a Freud y Lacan interpretemos su sexualidad masculina heterosexual, sus expectativas y su placer según las teorías de Valerie Solanas y Monique Wittig, entonces podrán llamarnos feminazis. Cuando sus madres, tías, primas, hermanas, amigas y esposas siempre tengan algo que decir sobre cómo se visten, cómo se peinan, cómo hablan, sobre lo feos o gordos, guapos o delgados que son, y cuando ellas se lo digan constantemente, en voz alta, delante de todo el mundo, y pretendan que los complacen con esta forma de control, cuando llamemos a esta forma de lenguaje «galantería femenina», entonces podrán llamarnos feminazis.
Cuando salgamos en grupo para pagarnos un trabajador sexual precarizado al que encontraremos semidesnudo al borde de la carretera en la periferia de la ciudad, un joven que por lo común será un migrante y al que no le reconoceremos su derecho a trabajar, que será considerado como un delincuente y al que una fuerza policíaca compuesta casi en su totalidad por mujeres tendrá el derecho de violar y acosar, entonces sí, en ese momento, cuando le paguemos a un trabajador sexual cinco euros por una pequeña chupada de clítoris en un coche, entonces podrán llamarnos feminazis.
Y aunque un día los sometamos, exoticemos, los violemos y matemos, aunque realicemos una tarea histórica de exterminio, expropiación y sometimiento comparable a la de ustedes, entonces simplemente seremos como ustedes. Entonces, sí, en ese momento, podremos compartir el adjetivo «nazi» con ustedes. Pero para estar a la altura de sus técnicas políticas patriarcales necesitaríamos un monumental trabajo colectivo, y poner en marcha un odio organizado y una industria de la venganza que, sinceramente, no imagino ni deseo. Por el momento, y lo digo con la objetividad con la que un científico observaría la diferencia entre la cantidad de granos de arena en el desierto del Sahara y el grano de arena que entró en un ojo, nos queda un margen. Mucho, mucho margen.

Paul B. Preciado (Burgos, 1970): Es filósofo, comisario de arte y escritor, considerado uno de los pensadores contemporáneos más influyentes por su trabajo sobre la construcción política de los cuerpos, la disciplina normativa del sexo-género, el feminismo disidente y queer, así como los efectos del capitalismo en nuestras identidades, deseos y subjetividades. Estudió en la Universidad de Princeton y en la New School for Social Research de Nueva York. Alumno de Derrida, más adelante se trasladó a París, donde participó en los seminarios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Es autor de Manifiesto Contrasexual (2002), Texto Yonki. Sexo, drogas y biopolítica (2008), Pornotopía. Arquitectura, sexualidad y multimedia en “Playboy” durante la Guerra Fría (2010) y Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce (2019), donde relata su proceso de transformación de Beatriz en Paul B., un proceso donde las hormonas y el cambio de nombre legal son tan importantes como la escritura. En 2020 publicó Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas (Anagrama).
Traducción al español de «Feminazis»: Claudia Baricco.
Imagen de portada (autobús de la organización Hazte Oír): Use
2 comentarios sobre “Otras voces: Feminazis, un texto de Paul B. Preciado”