Artículo de Dalila Muñoz Lira sobre el poeta Raúl Zurita, recientemente galardonado
¿Se puede escapar del mar en un país con 4.200 kilómetros de costa?, ¿omitir la cordillera en una geografía atravesada por ella?, ¿olvidar el ocre del desierto, cuando refleja la opacidad de nuestra historia? ¿Hablar del país sin remitir a su geografía cuando sus particulares características hicieron posible imaginar la desaparición total?
Imágenes de archivo nos sitúan frente a la catástrofe, aquella sistemáticamente negada por la dictadura: el hallazgo de osamentas en Pisagua, donde confluyen desierto y mar. Lugar, donde, como en muchos otros, se conjuró el secreto y silencio. 21 cuerpos desaparecidos en 1973 son encontrados en estado momificado casi 17 años después. Es el primer año de la década del 90, el mismo que inaugura la así llamada “transición a la democracia”. Posdictadura que mientras llamaba a la reconciliación nacional mantenía como general en jefe del Ejército a Pinochet. Posdictadura que, aunque -una vez más- confirmara la práctica de la desaparición como política de Estado, sustituye la justicia por el perdón. Con estas imágenes inicia el documental de Alejandra Carmona Cannobbio, advirtiendo los efectos de la dictadura en la experiencia vital y artística de Raúl Zurita. Anunciando, en cierto modo, las marcas que dejará en su poesía y cuerpo.
Dos constataciones: escribo a 10 días del Plebiscito que decidió mantener la Constitución de 1980 -reformada posteriormente-, pero que sigue siendo la de Pinochet. El 11 de septiembre, el ex candidato presidencial de ultra derecha, José Antonio Kast, publicó una foto de aviones sobrevolando La Moneda con el texto: “El 11 de septiembre de 1973, Chile escogió la libertad”. Escribo estas líneas atravesada por la sensibilidad de estos dos acontecimientos. Ante lo que pareciera ser el retorno desatado del negacionismo, pienso en Chile.
Lectura de Raúl Zurita en la librería Andenbuch de Berlín, 19 de septiembre de 2022. Fotografías: ©Teresa Cosci
Territorios, cicatrices y poesía
Cuando un país causa tanto dolor, la geografía emerge como lugar imperecedero al que aferrarse; cuerpo-territorio que sobrevive a las tragedias epocales, pero que va incorporando cicatrices, cementerios y memoriales. Cuerpo-territorio cuyas heridas no tienen lugar en la posdictadura que necesita construir una “democracia” que supere al pasado y mire hacia el futuro. No obstante, el dolor, la lesión y la cicatriz abierta son rescatados por Carmona para narrar la obra de Zurita y la historia de un país.
“Nuestras vidas son apenas una millonésima de segundo enfrentados a esta especie de eternidad del mar y estos cerros”. Esa futilidad de la existencia humana pareciera tener eco con la vulnerabilidad de la carne: cuerpos vulnerados por la pobreza, las secuelas de la tortura, o la vejez prematura como consecuencia de la enfermedad. Como dice Zurita: “Creo que arte y salud son términos disjuntos. Es precisamente ese desajuste de tu vida con el mundo lo que crea la necesidad de expresarse. Solamente a través de la herida, sale el arte”. Un arte que nace del desmembramiento de la comunidad, de la fractura de un proyecto político, del desgarramiento de vidas. Por ello reflexiona: “No sé si el arte y la poesía estuvieron a la altura de lo que estaba sucediendo. A veces lo dudo”.

En la dictadura el arte sobrevive como lenguaje metamorfoseado. Cuando las palabras, consignas e imágenes del ayer se encuentran bajo sospecha, toca inventarlas, trastocar sus sentidos, invocar nuevos lenguajes. Sobreponerse al silencio y censura dictatorial, como lo hizo el CADA, Colectivo de Acciones de Arte, que irrumpió en la higienizada ciudad dictatorial para intervenir los espacios públicos y evocar lo clausurado. Sobreponerse a la muerte nombrándola; a la experiencia autoritaria, haciendo resistencia, comunidad y tejiendo redes de solidaridad.
Trabajar con la luz y las sombras de la Historia y la propia historia. Dejar registro de ello, en el cuerpo-territorio, sean los cerros, desierto o cielo, y en el propio cuerpo-político a través de autoflagelaciones. Pero la segunda acción no responde a una acción de arte, sino como describe Zurita, a “la acción de un tipo desesperado que estaba al límite de sus capacidades de resistencias.” Trabajar con el dolor y las sombras, pero también con la luz, parte constitutiva de ella. En cierto modo, dice el poeta, trabajar con la luz evoca su propia inminente desaparición.
Pulsión de vida
La espectacularidad de los paisajes es intercalada con el ritmo y visualidad de lo cotidiano: Valparaíso, el puerto, el disfrute por la música, por un trago, su casa, el trabajo. Zurita poniendo cuerpo y voz en cada uno de sus proyectos, parte de un todo indivisible, porque no es lo mismo leer uno de sus poemas, que escucharle declamar uno.
Por ello lo central del documental es la pulsión de vida del poeta, del sobreviviente. Una vida que se va armando no por el cálculo, sino por el sentir del instante, como el momento en que decide quedarse en Valparaíso: “nada de lo que hice se podría explicar sin este paso. Aquí se definió lo que sería mi lugar en este mundo”. Valparaíso, ciudad de los amores y desamores; también el lugar donde comenzó el Golpe. El mar, el cielo y la poesía como soportes durante los días en el buque de la Armada, bajo la violencia impuesta desde el 11.

Esa pulsión de vida es la que interpela a Zurita a pensar, al decir de Agamben, en las nudas vidas, vidas desechables de acuerdo, entre otros, a su ubicación geopolítica. De allí nace “Sea of pain”, obra expuesta en la bienal de Kochi-Muziri, en la India, para recordarnos los horrores del presente. Con ello nos invita a pensar y mirar más allá de la imagen mediática y su funcionamiento como imagen de consumo, a propósito de la imagen de Aylan Kurdi. Imagen que nos produce un shock fugaz, pero descartable. La obra se centró en el hermano de Aylan, Galip Kurdi, cuya muerte desprovista de imagen fotográfica es equiparable a la de miles de personas que mueren en total anonimato cruzando el Mediterráneo. Restituir su nombre es en cierto modo restituir su humanidad.
“El gran sueño humano es que algún día los poemas no sean necesarios porque habrán dejado de existir las causas que hacen a los poemas necesarios, y ese será el gran poema humano”, afirma Zurita.
Nota de la redacción. Raúl Zurita fue galardonado en 2022 con el premio XIX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada, dedicado a la memoria de Federico García Lorca. Los libros que aparecen en las imágenes de este artículos están disponibles en la Biblioteca del Instituto Cervantes de Berlín.
Fotografía de portada: ©Timo Berger