Kokon (2020), película de la directora alemana Leonie Krippendorff que inauguró la sección Generation de la Berlinale 2020, es la historia de Nora, una chica de catorce años que habita en ese universo propio berlinés que es el Kotti. Relato de un coming-of-age en el más tórrido verano en Berlín del que se haya tenido registro, es a la vez una historia de amor y de conquista de un@ mism@.

Berlín son islas. Basta a menudo con cruzar una avenida, o girar a la derecha o a la izquierda para que esto haga la diferencia y nos topemos con un mundo diferente. Otro universo. Y así sucede con Kottbusser Tor, el Kotti, como se lo llama popularmente. Técnicamente un área suerte de plaza que no lo es tanto en torno a un multicruce de calles y la estación del metro del mismo nombre. Pero el Kotti es toda una zona de influencia. Ubicado en el barrio de Kreuzberg, no está en el 61, el más burgués, sino en el Kreuzberg 36. Ese que lleva su nombre por su antiguo código postal SO36 y cuyo mito sigue viviente en la ciudad: con la Oranienstraße y su historia okupa, la escena punk, radical, contestaria, los enfrentamientos con la policía el 1 de mayo, las drogas, «la pequeña Estambul“.
Los años pasaron, el Muro cayó, pero hasta el día de hoy el Kotti conserva una propia identidad. Con la tristesse, como se ha dicho, de sus macizas moles de cemento. Edificios monoblocs surgidos como vivienda social en los `70 y los `80, entre los que destaca el icónico Neues Kreuzberger Zentrum. Edificios que, como en una colmena, aún albergan una población «multikulti“ predominantemente de origen turco, árabe, alemán, y en una especie de laberinto, cafés, bares, tiendas. Caleidoscópico, el Kotti es un mix de shisha, kebaps, mercado de frutas y verduras, bares cutres, de onda, y también de la disidencia sexual. Y por sobre todas las cosas, una fama que lo precede. Una fama de zona conflictiva: por los yonquis, dealers, sin techo, marginales y las patrullas de policía que son imagen cotidiana. Mientras tanto, detrás de cada una de las ventanas de los monoblocs, en el ajetreo de sus calles se desenvuelven vidas familiares. Más o menos armónicas, como en todas partes. Más o menos disfuncionales, como en Kokon.

Hablar de verano en Berlín es hablar de un bien preciado. Es hablar de esa inmensa luz, de esos rayos del sol que en la película se cuelan constantemente por las ventanas o entre las ramas y el verde de las hojas. El verano berlinés de Kokon, el del 2018, es un verano tórrido, ardiente, excepcional, el más caluroso del que se tenga registro. Récords de temperaturas, 37 grados, y tan seco que la piel se pela. «Mudamos de piel“, dice Nora, la protagonista. «Huimos al agua“, y cuando salimos de la piscina pública al aire libre «tenemos la piel arrugada del cloro“. Las chicas de Kottbusser Tor hacen chillin´ en los balcones con vista a los monoblocs y a las vías del paso elevado del metro, fumando porro y mostrándose videos en los celulares.

Ellas son Jule, de unos 16 años, hermana de la protagonista; Aylín, su compañera de clase, segunda generación de familia turca nacida en Alemania que aprende turco con una app en su celular rosa, y Nora, la hermanita menor, la que no pertenece del todo. Siempre atrás, esmirriada a diferencia de esas bombas sexys en el esplendor de la adolescencia que son las otras dos. Con el calor ,“el Kottbusser Tor está más ruidoso, más hediondo, más pegajoso que nunca.” “Somos los peces en el acuario. Nadamos en círculos de una punta a la otra del Kotti hasta que en un momento a veces saltamos fuera de la pecera”, relata Nora desde la voz en off en un diario con el formato y los filtros de las stories de Instagram en el que se enmarca la historia. Ese verano Nora conocerá a Romy y descubrirá un mundo nuevo. Un mundo de sensaciones. El despertar sexual. Nora tendrá su primera regla, se enamorará de una chica, aprenderá a ser ella misma y tendrá las primeras penas de amor. Valiente y al mismo tiempo con una sensibilidad romántica que se emociona ante la fugacidad de la belleza, cuando concluya el verano ya nada será lo mismo para ella. “Kokon cuenta la historia de dos chicas berlinesas salvajes que se abren paso por la “jungla de Kreuzberg” para hacer de la plaza, un bosque, de la piscina pública al aire libre, el mar, y del arenero, una playa”, comenta Leonie Krippendorff (1985), la directora.


Berlinesa, la cineasta recuerda que para ella y sus amigos de la infancia y juventud Berlín no era la ciudad hype que es actualmente, sino simplemente el lugar donde crecían, un lugar de absoluta libertad. Nora crece en Kreuzberg 20 años más tarde. Las preguntas de la pubertad siguen siendo las mismas, pero Nora ya pertenece a la generación Z, la de los verdaderos nativos digitales. Aquellos que no conciben la vida sin medios sociales y cuya identidad se define a partir de la constante visibilidad en estos. Y en esa vida mediatizada por Internet a través de las pantallas de los celulares son influencers y tutoriales, y no ya los adultos de la familia de los que los separa esa brecha, la fuente de orientación y quienes dictan hasta las pautas corporales. Qué cuerpos hay que tener. Cuál es el patrón de la femineidad. Cuáles son los trucos de las models. «El film cuenta la historia de cuán liberador es deshacerse de esas imágenes corporales producidas por los medios para sentirse por primera vez“, dice la directora.
Kokon es un diario –¿y qué más adolescente que un diario?– de un verano, un verano de eclipse lunar y luna roja o de sangre, uno de los fenómenos astronómicos más raros, que trae a la vida de Nora a Romy, una chica que elige Space Oddity, esa rareza espacial de David Bowie, como banda de sonido para abrirle un sendero rebelde y mágico en el bosque. Y así Nora dejará atrás el hiphop de los raperos del Kotti y se irá transformando en ella. Al ritmo de la canción She de Alice Phoebe Lou, la cantante indie revelación que alguno quizá haya podido escuchar algún día en las calles de Berlín, en el Mauerpark o en la Warschauerstraße.

She, she
She, she
She cut a hole in the fence and she ran
She left her troublesome prison behind
She didn’t wanna fuel the fire
She didn’t wanna lose her desire
(…)
Ella
Ella
Abrió un agujero en el cerco y corrió
Dejó atrás su fastidiosa prisión
Ella no quería avivar el fuego
Ella no quería perder su deseo
(…)
Para convertirse en mariposa, la oruga tiene que dejar atrás lo que era. Tiene que convertirse en crisálida creando un capullo, el Kokon (cocoon) del título, en el interior del cual entrará en la fase de metamorfosis para emerger de allí finalmente como un nuevo ser. Con un romanticismo que no evita algunos clichés, pero que siempre logra ir más allá, Kokon cuenta con frescura esta historia. Dentro de un excelente elenco de jóvenes actrices, ya con sorprendentes carreras tras de sí, Lena Urzendosky está perfecta en esa chica nada llamativa, parca pero osada de la que va emergiendo Nora. Y cuando la vemos andar decidida pensamos que es maravilloso cuando se nos nota en la cara y en el cuerpo que –seamos más esmirriad@s o más despampanantes, más alt@s o más baj@s, quizá más gord@s o más flac@s, más blanc@s, más negr@s, más clar@s, más oscur@s, nos enamoremos de quien nos enamoremos, seamos correspondid@s o no– estamos list@s para salir a conquistar el mundo. Lo que quiere decir, para conquistar aquello que nos importa.

Kokon está disponible en streaming en VO con subtítulos en inglés en Salzgeber Club (Vimeo on Demand) en Alemania, Austria y Suiza. Enlace aquí. También en DVD.
Todas las imágenes salvo panorámica de Kottbusser Tor ©Salzgeber
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