Un relato de Luz Tafoya.
Me urgía un disco duro. Vi una oferta en Mercado Libre y me animé, pero en lugar del disco duro de dos teras me llegó una enorme y suave pelusa. En exceso linda, la verdad. Primero pensé que podría tratarse de una envoltura única, personalizada. Entonces la aplasté con la palma de mi mano y ahí sentí una suavidad insospechada. En el acto salieron disparadas partículas de polvo que llegaron a mi nariz haciéndome estornudar. Lo hice tan fuerte que el cuerpo se me estremeció. La suavidad era incompatible con el polvo.
Si quería dormir y hacer una vida con la pelusa debía encontrar la forma de deshacerme del polvo. Corrí por una funda de almohada, la sacudí un par de veces y la extendí en la mesa junto al paquete. ¿Cómo le hago, cómo le hago? Me desesperé. Nadie podía ser testigo del error, no entenderían el amor a primera vista que me acababa de sobresaltar y me obligarían a dejarla. La solución a lo del polvo debía ser inmediata. Mil ideas pasaron por mi cabeza hasta que encontré la solución.
Fui a la cocina por un colador, abrí el cajón donde guardo ese tipo de utensilios y tomé uno de orificios diminutos. En el trabajo todos dicen que cierno la harina como los mismitos dioses. Y sí, le doy un largo tiempo a tarea tan relevante, no hay quien me iguale en la técnica tan prodigiosa de hacer que la sutileza del polvo blanco vaya llenando el recipiente donde una mezcla creará una delicia dulce o salada. Me llevaría algunos minutos cernir la pelusa, vi la hora, aún sobraba tiempo antes de que alguien llegara a casa.
Con ambas manos coloqué la pelusa en el colador y comencé el ritual. Una satisfacción se apoderó de mí. No dejaba de reír mientras los movimientos delicados del dorso de mi mano izquierda daban delicados y certeros golpecitos en la circunferencia del objeto que haría posible mi felicidad. Del colador al bowl de vidrio, veía caer el polvo con la lentitud que garantizaba un exitoso resultado. Mi felicidad aumentó cuando las partículas de polvo dejaron de caer en el bowl. Ya nada se interponía entre nosotras. Con lágrimas en los ojos acaricié mi pelusa, la retiré del colador y la recosté en la funda de la almohada. Luego la llevé a mi habitación, le hablé directo, le declaré mi amor y la puse en la cama.
Me acurruqué junto a ella hasta que escuché que alguien tocó mi puerta. «Voy», dije de inmediato.
–¿Llegó tu pedido? –me preguntó Francisca, una de las amigas con las que vivía.
–No, ¿puedes creerlo? Ya rastreé el pedido, que mañana al medio día llega –le contesté sin titubeos–. Me voy a dormir, estoy cansada –le dije y volví a la habitación.
Encendí la lámpara para poder admirar toda la noche a mi pelusa, su figura redonda, sus partes de fibras de tela, telarañas y pelos. Imaginé todo lo que podía ir recolectando para ella, para aumentar su frondosidad. Y así estuve hasta que amaneció. A las siete en punto sonó el celular. Llamaban de Mercado Libre para notificarme del error en la entrega. Una tal Guillermina tenía mi disco duro y suponían que yo tendría su pedido. Lo negué. Les dije que el día anterior había recibido un paquete sin revisar, que le había insistido al repartidor que no era necesario hacerlo y que había firmado la nota. Al menos esa parte era verdad. Continúe con mi relato. Les expuse que estaba por llamarlos porque el paquete estaba vacío, que agradecieran de mi parte la honestidad de Guillermina y que lamentaba no poder ayudarla. No me remordió la consciencia no corresponder a su gesto, pero la pelusa era mía, sólo mía. Además, quién pediría una pelusa por paquetería, de seguro el pedido de Guillermina estaba extraviado y lo reemplazarían o le devolverían lo pagado.
Me sentía una mentirosa y una ladrona, la más afortunada, tenía a la pelusa de mi vida y pronto el disco duro que tanto necesitaba.

Luz Tafoya (Ciudad de México): maestra, lectora profesional, crítica experta, inspiradora de adolescentes descarriados que se alegra enormemente cada vez que los ve reencontrarse y florecer.
La pelusa forma parte de la antología Mercurio (En sombra) de la que Desbandada publica una selección. Ver aquí.
Foto de portada: ©Pixabay, Devanath
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