Dos instantáneas

Por Mario Orías

La leona

Me acaricia el pelo con dulzura. En su dedo índice enrolla lentamente un mechón de cabello. Lo suelta muy cerca de mis cejas. Cierro los ojos y, entregándome a las caricias, dejó caer el peso de mi cabeza sobre sus piernas. Desliza los dedos por mi cuero cabelludo. Empiezan cerca de la frente y dibujan toda la circunferencia de mi cráneo, con delicadeza terminan en la nuca. Entonces, siento una punzada detrás de la oreja. Me quejo.

—Lo siento —dice—. Tengo las uñas salvajes y no tengo tiempo de arreglármelas.

—No es nada —le respondo mientras froto el lugar donde me lastimó. Ella continua pero ya no puedo cerrar los ojos.

En la televisión una leona se agazapa detrás de unos arbustos, atenta, acecha a un antílope joven alejado de su grupo.

Los dedos se posan ahora en mi coronilla. Revuelven un remolino. Quisiera bostezar.

El antílope levanta la cabeza violentamente y algo me rasguña. Protesto.

—¿Qué pasa? —pregunta.

Palpo mi cabeza y noto algo húmedo. Miro las yemas de mis dedos manchadas.

—¡Me rasguñaste!—contesto mostrándole las gotitas de sangre.

La leona salta por encima de los arbustos. Bajo la piel sus músculos se adivinan, la velocidad aumenta, y el mundo alrededor de ella se desfigura. La manada de antílopes huye despavorida y se dispersa, pero el macho joven se va quedando atrás. La leona alcanza ahora los noventa kilómetros por hora y desaparece detrás de unas rocas.

—Lo siento —repite sin dejar de mirar la pantalla. Intento encontrar su mirada pero es inútil.

El joven antílope rebota en cámara lenta contra el suelo de la sabana, en su trayecto levanta una nube de polvo y hierba. La leona emerge de la nada y se lanza sobre él, sus garras afiladas se aferran entonces a la presa sin piedad.


Paradoja

Rubrico un garabato cualquiera con impaciencia y el mensajero me entrega el paquete con mucho cuidado. Cierro la puerta y sacudo ligeramente la caja para arrepentirme de inmediato. La coloco sobre la mesa de la sala y arrimo una silla. Respiro hondo para evitar apresurarme. Tengo el corazón asilvestrado y me tiembla el pulso. No consigo sentarme. En algún momento, me parece que la caja se mueve y sé entonces que ha llegado el momento de seguir adelante. Me cuesta, pero, tras una fugaz pausa, la agarro con las dos manos venciendo mi aprensión y me dirijo a la habitación. Todo está dispuesto para el experimento. Me detengo frente al espejo de cuerpo entero, levanto la mano y saludo. Desde su lado, el otro Erwin Rudolf Josef Alexander Schröedinger me responde sudando también con su caja en la mano. Entonces empezamos a moverlas simultáneamente. Él mueve su caja y la mía repite el movimiento en una perfecta coreografía especular. Finalmente, llega el momento de abrirlas, me agacho y él me imita, pero entonces algo nos detiene. Nos miramos y aunque nadie dice nada, sé que él también se pregunta si nosotros, como los gatos, estamos dentro de una caja, una caja más grande sí, pero también a punto de ser abierta.


Audios. Versiones grabadas por el propio autor.

Mario Orías es venezolano. Lleva muchos años viviendo en Europa. Estudió Comunicación social  y Filosofía. Profesionalmente trabaja en edición y montaje de films en corrección de color para spots publicitarios, videoclips y televisión principalmente. Además de relatos, escribe guiones.

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Revista Desbandada

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