El divorcio

Un cuento de Fabián Edgardo González.

Tuve que buscarme un abogado cuando tomamos la decisión. Va, en realidad fue mi ex mujer la que tomó la decisión de divorciarnos. Llevábamos tres años separados y quería cerrar ese capítulo de nuestras vidas con una firma, como buena alemana. Los alemanes, si no hay papel de por medio, se desesperan, entran en pánico.

En cambio a mí, como buen latinoamericano, me daba igual que hubiera firma o no, y también mucha pereza, sobre todo tener que hacer miles de papeles, conseguir abogado, perder el tiempo en algo que realmente no me interesaba; me rompía los huevos. Por otra parte, un divorcio siempre es costoso.

Le dije (a mi ex) si tanto lo quería y era tan importante para ella, que lo hacíamos, pero yo no iba a gastar un peso (que además no tenía) en un capricho suyo.

Me dijo que no iba a costar nada, que si estábamos de acuerdo en todo, no habría problemas. Como no teníamos ni dinero, ni herencia, ni casas, ni autos, ni nada, no había nada que discutir. La tenencia de los chicos estaba muy clara, así que el trámite no duraría demasiado.

De todos modos, tuve que buscar un abogado, fui a ver uno que en realidad no se dedicaba al divorcio, pero viendo que lo nuestro era solo un trámite, aceptó la representación legal, además la ayuda social correría con los gastos, abogado incluido. 

Este señor se llamaba Udo y rondaría los sesenta y cinco o setenta años. Hablaba algo de español y esto facilitaba las cosas. Era berlinés en toda la regla, de los de antes. Si así se les puede llamar. Vio con sus propios ojos la construcción y posterior caída del muro de Berlín. Conocía cada rincón de la ciudad.

Me atendía en chanclas, mal vestido, pero simpático, se notaba honestidad en el trato. Su estudio olía mal, ya que tenía a su perro bastante viejo durmiendo en el suelo del mismo. Un desorden mayúsculo, papeles apilados por todas partes. Copias viejas y malas de cuadros que iban desde Picasso y Gauguin a Dalí y Max Ernst. Me gustó, me cayó bien y fue muy amable, ya que terminó por ayudarme y rellenar todos los papeles que yo tenía que hacer. El preguntaba y yo respondía. Claro está, él se ponía de mi parte, o lo miraba desde mi perspectiva en caso de quedar mal parado en algún aspecto de lo que al divorcio se refería. Le expliqué que mi relación con mi ex era muy buena, solo que se le había metido la idea del divorcio en la cabeza y no había quien se lo sacara. Él sonrió y me dijo: ¡Ah!, las alemanas quieren hacer siempre lo correcto.

Exacto, dije, usted me entiende y por eso estamos acá. Terminamos el papeleo y me dijo que me llegaría información por correo. Más papeles del juzgado, etc.

Así que lo vi un par de veces más antes de la cita final ante el juez. Siempre charlábamos un rato sobre Argentina, de que a él le gustaría viajar a Sudamérica y conocer la Patagonia. También discutíamos sobre arte, le gustaba mucho el impresionismo francés y el surrealismo alemán entre otras cosas.

Llegó el día esperado o desesperado por mi ex. Hablamos por teléfono con Udo y quedamos a las nueve en punto en las puertas del juzgado.

Al llegar encontré a mi ex y entramos juntos, era una sensación extraña ya que nos veíamos a diario, pero no siempre era para divorciarnos. Vimos llegar a nuestros abogados, que también eran colegas. La de ella era una mujer muy guapa, por cierto.

Mi abogado se acercó, me tendió la mano y me dijo: Vamos a revisar que tengamos todo en orden. Nos fuimos a una sala de espera que daba a la calle, desde donde se podía ver la parte Oeste del barrio de Kreuzberg. Nos pusimos a charlar muy distendidos, de repente estábamos envueltos en una conversación sobre música. Le contaba sobre la revolución que causó Piazzola en el tango. Entonces recordó y me dijo, entre nostálgico y emocionado, que el vio en vivo en dos ocasiones a Atahualpa Yupanqui en Berlín. Me alegró saber que mi abogado alemán había estado no en uno, sino en dos conciertos de uno de nuestros mayores exponentes de la música popular latinoamericana y uno de los artistas que más quiero y admiro.

Se lo dije, entonces empezó a entonar las primeras estrofas del «Arriero»: 

En las arenas bailan los remolinos

el sol juega en el brillo del pedregal…

Y juntos cantamos a coro el estribillo:

Las penas son de nosotros

las vaquitas son ajenas.

Llenamos la sala vacía con nuestras voces e invocamos el espíritu del gran cantautor.

En ese momento llegó una secretaria y nos pidió pasar a la sala del juez. Eran tres, tenían unos trajes ridículos como en las películas americanas. Leyeron algo, firmamos y se acabó. Salimos con mi ex, vimos a nuestros abogados marcharse juntos como habían llegado, pero satisfechos del trabajo concluido.

Nosotros, por nuestra parte, desatamos las bicis y nos fuimos a un café a celebrar juntos nuestro primer día de divorciados. Comimos, brindamos, charlamos. Al final y como casi siempre, discutimos y nos volvimos a pelear.

Fue ahí cuando entendí por qué nos habíamos divorciado.


Fabián Edgardo González nació en Argentina (Chaco), en 1974, y es poeta y escritor. Ha vivido en Buenos Aires, Córdoba, Barcelona; actualmente se encuentra radicado en Berlín. Ha publicado de manera independiente los libros: La verdad de la poesía (2003), Poemas a rabiar (2007) y con la Editorial Contexto Versos fuegos y cuentos para no olvidar (2013). En 2019 presentó con Ediciones Oblicuas (España) su último libro de relatos: Piernas Manara, del que Desbandada publicó anteriormente otro cuento y forma parte también El divorcio.

Imagen de portada: Eduardo Sánchez/Unsplash

Revista Desbandada

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