Rojo (2018), dirigida por el argentino Benjamín Naishtat: un thriller policíaco en la antesala de la más sangrienta dictadura militar que nos habla de la sociedad civil. Formidable actuación de Darío Grandinetti. Ya está en los cines berlineses. No se la pierdan.
Los rubios
Hay una escena en Rojo en la que una vecina del barrio está cómodamente sentada en el jardín de la casa ahora desocupada. No tras una mudanza se percibe por los signos de violencia; ha habido «un procedimiento». La señora solo lamenta que esa casa tan bonita vaya a quedar así. ¿Conocía a los dueños?, le preguntan. «No, solo a los chicos, unos rubiecitos», responde y su respuesta es un guiño a otra película argentina que marcó época. En Los rubios (2003) su directora, Albertina Carri, de solo tres años cuando sus padres fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura, regresa al barrio donde vivía en ese entonces y entrevista a la vecina que solía cuidarla y mientras esperaban acogió en su casa a los militares que llevaron a cabo «el procedimiento». La vecina, que no la reconoce, comenta qué tranquilo se vivió en el barrio después de aquel incidente. ¿Cómo era la familia? Rubios, responde. Nadie de la familia lo era. Los rubios marcó época porque, entre otras cosas, reflexionó sobre la dictadura no centrándose en los militares o las altas jerarquías, sino dejando al descubierto la complicidad silenciosa del pequeño ciudadano. El buen vecino. En alemán existe una palabra: Mitläufer. Originalmente una de las categorías en las que se clasificó a los responsables durante los procesos de desnazificación tras la segunda guerra mundial, actualmente sigue siendo un concepto utilizado aunque en un contexto más amplio. Término difícil de traducir, se aplica a quien, sin verse involucrado directamente en sus crímenes presta apoyo pasivamente a un régimen. Rojo trata de esto.

Simplemente sangre
1975, una provincia argentina. Claudio Morán es un reputado abogado. Espera en un restaurante del pueblo la llegada de su esposa cuando de pronto un extraño lo increpa desatando una situación inusitada ante la cual el abogado reaccionará en un principio con total superioridad para luego –al mejor estilo de las películas de los hermanos Coen, como en la magnífica Simplemente sangre– no hacer más que lo peor que puede hacer. Lo que parecerá haber quedado en el olvido resurgirá cuando se presente un famoso detective. «Rojo es la historia de un hombre al que le gusta ser alguien normal, como él diría, y de pronto una situación extraordinaria lo pone ante una encrucijada moral. Y uno entonces se pregunta: ¿Quién es esa persona?, ¿quién es esa comunidad?», señala el director, Benjamín Naishtat (1986).
«No pasa nada, doctor», le dice el mozo del restaurant, donde tras el incidente volverán a reinar las buenas maneras. Pero en Rojo la violencia seguirá invadiendo lenta y progresivamente –a veces crispada, otras inesperada, otras solapadamente o contenida– escena tras escena: un arma en un vestuario, un control policial en la ruta, un día de yerra en el campo, escarceos amorosos de adolescentes. Aunque se mantengan las apariencias y las cosas se digan por lo bajo. Aunque en la banda sonora Camilo Sesto cante su hit romántico de los setenta Quiero ser tu amante.
Es que no es fortuita la elección del año 1975. Un año antes del golpe militar de 1976 y de la instalación del régimen que llevará a cabo un genocidio ya se aceita el aparato represivo del Estado. Ya se vive un clima de violencia. Este clima es lo que toma Rojo, una película que crea una hipnótica atmósfera cargada de suspenso y amenaza. Señala el director que la premisa fue hablar de la represión sin presentar militares ni torturas. Sin tratar directamente temas históricos. Ya en su primera película, Historia del miedo, supo trabajar con la paranoia y un trasfondo de violencia detrás de la llamada normalidad, con situaciones donde algo se cuela en lo familiar que lo hace devenir extraño. En Rojo será un crescendo que, en una trama con sorpresivos giros, alcanzará su clímax en lo siniestro de lo mesiánico.
La conversación
Admirador del cine de los setenta, de películas como La conversación de Francis Ford Coppola, de directores como Sidney Lumet, de un cine de género que al mismo tiempo puede tocar temas políticos candentes, Naishtat, autor del excelente guión, apela en Rojo al género policial en una sólida trama de suspenso que incorpora elementos del western, con ese paisaje del desierto y el infaltable showdown, e incluso humor, el absurdo, en la sátira social. Impecable es el trabajo de reconstrucción de época de esos años setenta a través del arte y la fotografía (a cargo del brasileño Pedro Sotero), a través de la banda sonora. La luz tamizada de Rojo, la paleta de colores que se mueve entre el ocre, el verde y el rojo, el trabajo de cámara con sus zooms, el uso de la cámara lenta, los fundidos típicos del cine de la época nos transportan a las imágenes que guardamos de las películas de esa década.
Y así se da una conjunción muy particular en Rojo, porque si bien –en la elaborada reminiscencia de las imágenes cinematográficas de los setenta y partiendo de la premisa de una actuación no naturalista, con actores que por momentos parecen recitar parlamentos y diálogos cargados de simbolismo– la película trabaja con una artificiosidad, la impresionante actuación de Darío Grandinetti (Hable con ella de Almodóvar, Relatos salvajes de Damián Szifrón) en el rol del protagonista desborda esta premisa y le otorga a la película una sustancia y un contrapunto invalorable. Y la desborda aún cuando su actuación está hecha de mínimos gestos, de ambivalencias, de miradas que apenas lo delatan detrás de esa cara de póker de abogado que calcula una estrategia. En una trama hecha de sucesivos encuentros, conversaciones, que serán siempre duelos en los que se midan fuerzas, irá tomando decisiones que paulatinamente sellarán su destino. Por lo demás, excelente casting el de Rojo. Magnífica la escena en la que el amigo de la familia (Claudio Martínez Bel) le propone «el trato». Perfecta la elección del actor chileno Alfredo Castro (Toni Manero, El club de Pablo Larraín) para ese tenebroso detective Sinclair.

Rojo, rojo sangre, trapo rojo, los rojos, la amenaza roja de la Guerra Fría, el instante del eclipse en el que todo se tiñe de rojo: Rojo es una gran metáfora que nos interpela a todos.
Rojo (2018)- Premio a la Mejor Dirección y al Mejor Actor protagónico en el Festival de San Sebastián.
Todas las imágenes incluido afiche portada ©Cine Global Filmverleih.