Ich war zuhause aber… (Estaba en casa pero…), película de la directora alemana Angela Schanelec, ganadora del Oso de Plata a la Mejor Dirección en la Berlinale 2019, divide las opiniones suscitando admiración o tedio. Un film áspero, esquivo que, no obstante, logra conmover.
Vivimos inmersos en un mundo de convenciones. Que condicionan nuestras expectativas. Y como espectadores no estamos exentos de ello. Entramos a la sala de cine, se apagan las luces – o apretamos play en la pantalla – y esperamos que la ficción se atenga a la convención que hemos naturalizado. En las películas, nos decimos, en esta situación sucede esto y esto: una madre que encuentra por fin a su hijo de trece años que había estado desaparecido durante días lo primero que hace es preguntarle dónde estuvo. Ahora bien, para ver esta película (y otras) de Angela Schanelec lo primero que hay que hacer es estar dispuesto a quitarse el abrigo de la convención cinematográfica y sentarse con más libertad en la butaca. Pues el cine de Schanelec, directora que forma parte de la llamada Escuela Berlinesa surgida en los años noventa, es un cine radical, con carácter propio, que rompe con la manera teatral y visual clásica de narrar una historia en una película. No es un cine del espectáculo, sino del descubrimiento. Elíptico, lacónico, contemplativo. Un cine que se vale de la cámara, la actuación, la iluminación, el montaje para suscitar en el espectador una extrañeza que saque las cosas de sus hábitos y las vuelva a hacer visibles . Un cine que en su intransigente búsqueda de una autenticidad, de la verdad, deja expuesto el artificio. Pero que aun distante —a la manera de Brecht, a la manera del director francés Robert Bresson—, permaneciendo en la superficie de las cosas, de los cuerpos no pocas veces logra paradójicamente calar hasta lo profundo de la emoción, hasta lo más hondo de lo humano. Y tocar una fibra existencial.
Extraños en la ciudad
Ich war zuhause aber… tal como la película de Ozu I was born but… (Nací, pero…) en la que inspira su título, o la muy bella y chejoviana Nachmittag (Tarde) de la misma Schanelec, es una historia de padres e hijos. Es otoño en Berlín. El tiempo parece haberse detenido. En la quietud de largas tomas con una cámara fija y distante, que a menudo sigue registrando el vacío que inunda el espacio cuando los personajes han salido de cuadro, tomas sumidas en el silencio de figuras estáticas; sin música, con un sonido ambiente donde los ruidos cobran protagonismo —los de la naturaleza, otras veces los del tránsito de las calles de la ciudad —: en este mundo cotidiano puesto en suspenso, regresa el hijo, Philip, de trece años, que ha estado desaparecido durante días. Lo hace en silencio, sin explicaciones, sucio, embarrado, con un pie lastimado. Y entonces ingresa el movimiento en escena: con Astrid (Maren Eggert), su madre, que llega corriendo, sube las escaleras jadeando, agitada y cuya reacción es simplemente abrazarse a él. «No como en las películas, su cuerpo reacciona, sin palabras,», dirá Schanelec. Con el retorno a la normalidad se irán sucediendo entonces escenas —situaciones banales algunas, sumamente estilizadas otras: la compra de una bicicleta usada, ensayos escolares de una puesta de Hamlet donde Philip tiene el rol protagónico; una reunión de profesores en la que se delibera si sancionar al muchacho, encuentros, una urgente internación, la ida a una piscina con la hija pequeña, situaciones entre los dos hermanos—, escenas que la directora irá enlazando no con la clásica progresión dramática, sino a modo de composición. No habrá suspenso, sino misterio. Y como en la vida, confrontados como espectadores a los efectos antes que a las causas, iremos vislumbrando estas, intuyéndolas recién con el transcurrir de la película.

Días de ira
La madre será la protagonista. Algo se ha echado a rodar: al mismo tiempo que comienza a ponerse en movimiento, que la cámara se desplaza en el travelling, comenzará a poner en duda sus certezas, su vida, sus sentimientos. En un leitmotiv en el cine de Schanelec («La comunicación siempre está obstaculizada», dirá), la posibilidad de ser comprendido, la de comprender al otro. Algo ha sucedido que hace imposible la sorda vuelta a la vida de antes. Como en la escena inicial de la película, en la que un perro persigue por el campo a un conejo para cazarlo y este por un instante se cree a salvo, ella no ha salido indemne como quizá creyó. A la manera de Bresson —en un guiño, el burro que aparece en esa escena inicial hace referencia a su película Al azar Baltasar— el conflicto será interior. La contrariedad, la exasperación, la ira, el estallido, en un crescendo, harán que se rompan las paredes de esa represa llamada silencio. «La verdad aparece recién allí cuando se pierde el control, cuando uno lo pierde obligatoriamente», dirá Astrid en un inesperado y verborrágico casi monólogo. «Cuando no se pretende falsamente dominar el cuerpo como lo hace el actor, sino que se es absolutamente cuerpo, como ante la muerte». Cuando no se duerme en una cama, sino en el bosque, en contacto con la tierra a la que habremos de volver.
Entre dos tiempos
Angela Schanelec es también actriz, ha actuado en muchas de sus películas. Y conjuntamente con el famoso director de teatro Jürgen Gosch, fallecido en 2009 y quien fuera su pareja, es autora de reconocidas traducciones de Shakespeare. En la escuela están ensayando una puesta de Hamlet en su traducción. Como en un juego de espejos las escenas y los personajes de la obra se irán reflejando en la película. En una primera escena, la reina viuda —como Astrid, cuyo esposo y padre de sus hijos, nos enteraremos como al pasar, falleció hace dos años— jura que no volverá a unirse a otro hombre. No fue amor le dice Hamlet a Ofelia. La desgracia sigue a la desgracia, previene luego el mensajero, cuando anuncia que Ofelia ha muerto ahogada y evoca el duelo en otra escena. «Un niño de 13 años no puede actuar estos textos», comenta Schanelec. «Y por eso es que ellos no hicieron algo con el texto, sino que el texto hizo algo con ellos. Y allí está lo interesante, porque allí de pronto se oye el lenguaje.» Con un tono neutral, sin énfasis van recitando sus parlamentos. Tan poco dramáticamente como los mismos actores de la película. Y con todo, y con una máxima economía de recursos, es de una enorme belleza lo que se logra en el ensayo de la última escena de Hamlet. Ese príncipe que busca la verdad en la bisagra entre dos épocas, entre la certeza del hombre renacentista como centro del Universo y el escepticismo contemporáneo. Entre dos tiempos: cuando el tiempo del padre deja paso al tiempo del hijo. «Es un hombre o está en ese proceso de serlo. No hay palabra para nombrar ese estado de ir convirtiéndose en algo y ya serlo», le dice Astrid sobre Philip a su maestro.

El cielo protector
Siempre al borde de lo no dicho, construyéndose sobre la elipsis del momento dramático, sobre el fuera de campo, lo que no se ve, nada se explica en Ich war zuhause aber… Pero allí está el miedo a una (nueva) pérdida, allí están los ecos de una pérdida más antigua que vuelve a reavivarse. Quizá la del padre, el esposo. Hay una melancolía. Hay un dolor profundo que se convierte en ira. Hay un cuestionarse por el sentido o el sinsentido de la existencia. Están la falsedad de la representación y la verdad de la vida que es puro cuerpo. Pero también están el consuelo, la protección. Y aquí, como igualmente sucedía en Nachmittag, Schanelec crea conmovedoras constelaciones en las que los hijos, los niños son los que protegen. Y el cuerpo es respiración que registra la cámara, y el cuerpo es esa mano que se apoya sobre el otro, ese abrazo con el que se contiene. Y el consuelo es esa unión con el otro, esa unión con la naturaleza. Cuando el lecho es de hojas, de piedra, de tierra, bajo el cielo estrellado de la noche. Y por única vez se escucha música, Let´s dance de David Bowie en el cover y la voz susurrante de M.Ward. Y antes del peso del mundo, la madre, el hijo y la hija bailan leves una coreografía y se la dedican a alguien más.
Para que sea verdad, para que sea la vida lo que nos transmita una película no se puede copiar la vida ni se pueden copiar las películas. Hay que aventurarse por otros caminos. Esa es la búsqueda del cine de Angela Schanelec.
…
Ich war zuhause aber… actualmente en los cines de Berlín (OV subt. inglés).
Otras películas de Schanelec accesibles online:
Der traumhafte Weg (2016)
Nachmittag (2007)
Marseille (2004)
Mein langsames Leben (2001)
Excelente reseña. Enseguida te dan ganas de ver la película.
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