“Hombrecillos de corcho” puede ser una buena traducción para Korkmännchen. Los hace Josef Foos y los reparte por toda la capital alemana. Los podemos encontrar en los carteles de los nombres de las calles, que en Berlín no están normalmente adosados a las esquinas de las casas, como en otras ciudades de Europa, sino emplazados en un poste en la misma acera. Por eso, este artista urbano puede pegar sus hombrecillos en el borde de las señales, probablemente por la noche, porque los carteles están protegidos por las ordenanzas municipales.
Pero en Berlín, el arte urbano y callejero es casi una muestra de identidad, y el ayuntamiento tolera estas manifestaciones espontáneas de sus habitantes. En el caso de Foos, en corcho, es decir, perecederos, y en posiciones físicas variadísimas, muchas de ellas procedentes del Yoga, dado que Foos es, precisamente, monitor de Yoga. Los hace y los coloca desde 2009, y cualquier berlinés los ve aparecer y desaparecer en su tránsito diario, cuando va a la compra, a coger el autobús o a hacer deporte, porque ya forman parte del paisaje urbano.
Un precedente de la ininterrumpida labor de Foos es el proyecto Little People, del artista británico Slinkachu. Las del británico, sin embargo, son más críticas, más ácidas quizá, más insidiosas, son figuritas de plástico en situaciones insólitas, a veces perturbadoras, siempre provocativas: un padre dispara a un caracol mientras su hija lo mira; una mujer toma el sol en una hamaca colgada entre dos cerillas; un mínimo puesto de hamburguesas sirve a sus hambrientos clientes junto a una en comparación gigantesca rata verdadera que pasa por ahí. Las de Foos son amables, quizá algo impersonales, siempre dinámicas, enérgicas, positivas, entusiastas. En 2014 se censaron unas 1000 figuras, quién sabe cuántas quedan hoy en día, cuántas han sido remodeladas o cuántas habrán caído por las inclemencias del tiempo.
Las figuras están hechas de corcho y palillos. Originariamente representaban posiciones de Yoga invitando a la población a practicar esta milenaria disciplina. Parecía que los hombrecillos nos recordaran con su rostro, muchas veces sin facciones, la necesidad de llevar una vida sana, no comer carne, realizar actividad física, no contaminar y respirar acompasadamente con el Universo. En Berlín, al fin y al cabo, mucha gente se esfuerza por llevar ese estilo de vida, comparte esos ideales, lucha por defender esos principios, y los hombrecillos de Foos son una manera de alentarnos. Y una manera llena de humor. Podemos encontrarlos en posiciones muy diversas, decorados con una muy creativa combinación de elementos y colores, ayudados de todo tipo pequeños objetos, con las piernas flexionadas, los brazos en alto y en actitud meditativa, o portando banderas y pequeños cartelitos, cabeza arriba y cabeza abajo, gordos y flacos, de botella de champán o de vino, siempre de corcho, nunca de plástico.
En su momento, no solo los peatones de la ciudad vieron asombrados la proliferación de hombrecillos, sino también los medios de comunicación reflejaron su descubrimiento. El que firma el artículo los ha fotografiado por toda la ciudad, en Mitte, en Charlottenmburg, en Schöneberg, en Kreuzberg y en Prenzlauer Berg. En la calle Duden, en la Akazienstraße, en la Alte Jackobstraße y en la Bergmannstraße, es decir, en calles llenas de animación nocturna gracias a sus bares y restaurantes. Pero también en esquinas insolidarias y tristes, en calles oscuras y olvidadas, en rincones desapacibles donde la gente que pasa no se para a buscar hombrecillos de corcho.
A decir verdad, éstos son los menos, la mayoría de los emplazamientos corresponden a zonas de abundante tránsito de personas y medios de transporte, incluidas zonas intensamente turísticas como la Friedriechstraße de Mitte, la Uhlandstraße de Charlottenburg o la Schlossstraße de Steglitz. Eso hace que muchos de los viandantes que pasan raudos hacia una tienda, un supermercado, una consulta médica o una estación de metro, no alcen la vista del suelo para darse cuenta de los que hombrecillos los observan desde su altura privilegiada. Pero ahí están, observando la ciudad, como en el cuento de Christian Andersen. Y no solo en Berlín, pues también han llegado a la ciudad de Münster.
Mientras tanto, a Foos le ha salido un “competidor”, otro artista que sigue la estela iniciada por Foos y llena la ciudad de muñequitos de corcho muy parecidos, tanto que es difícil distinguir uno de otros.
En cualquier caso, el fenómeno de los muñequitos de corcho hay que incluirlo en el más amplio fenómeno del arte urbano, que tiene en Berlín un gran campo de actuación en las paredes de la ciudad, desde las más pequeñas de los portales o los muros de jardines y parques, hasta las enormes paredes medianeras que quedaron a la vista después de la guerra y que proliferan por Berlín, desgraciadamente amenazadas por una especulación inmobiliaria cada vez más agresiva.