Gitanos sin refugio

Cuando era niño, los alemanes no eran para mí gente real: eran personajes de película, exóticos y misteriosos, incomprensibles y mecánicos. Alemania andaba lejos, allá por Rusia, o por Australia, o qué sé yo; era un lugar frío, gris, lleno de gente de rostros arios manejando tanques por las calles con gorritos tiroleses. Así veía yo las cosas, eran los años noventa y yo era un niño gitano fascinado con la Segunda Guerra Mundial y los dinosaurios.

Aunque dejé el colegio a los doce años y vendí calcetines hasta los veintitrés, una serie de accidentes me llevaron a convertirme en payaso en Alemania en 2011 en un intercambio juvenil. En Alemania me encontré un mundo verde, lleno de gente en el parque, un poco recordando a El pueblo de los Malditos.

Fotograma de «El pueblo de los malditos» (1960)

Llegué a Berlín en verano, y al ver familias tan perfectas haciendo cola para comprar helado -era todo tan idílico- por una lado me alegraba, pero por otro me inquietaba reflexionar ¿adónde habían ido a parar los nazis? ¿Y los tanques? ¿Y el trauma? Aquello estaba todo lleno de gente en bicicleta, veganos, talleres de yoga y gente en el parque… pero bajo la superficie idílica del mundo de los Eloi encontré a los Morlocks, es decir, a los gitanos.

Por aquel entonces yo no sabía nada de los gitanos en Europa y menos en Alemania, no sabía que en Europa había entre 12 y 14 millones de gitanos, no sabía que muchos de ellos llegaron a Alemania hace más de cinco siglos, no sabía que cientos de miles de refugiados gitanos acabaron refugiados precisamente en Alemania huyendo de la guerra en Kosovo.

Gitanos, refugiados en teoría, sí, pero no en la práctica. Porque aceptémoslo, los gitanos no somos humanos. Entendedme bien: somos biológicamente humanos, ontológicamente humanos, psicológica y emocionalmente humanos, pero no políticamente humanos.

Después de una guerra el antigitanismo toma formas muy retorcidas. En el caso de los refugiados gitanos, miles acabaron deportados y detenidos en campos como Mitrovica, una zona de Kosovo que tras la guerra, los bombardeos y la contaminación resultó tan tóxica que los niños han desarrollado cáncer y se cuentan por miles los casos de intoxicación por plomo. Después de veinte años de litigio legal y político nada ha cambiado y a nadie parece importarle, mucho menos a las Naciones Unidas, que fue la institución que creó estos campos.

Para los refugiados gitanos, Kosovo es un nombre de pesadilla, los niños que solo hablan alemán le preguntan aterrados a sus padres, ¿qué es Kosovo? El gobierno Alemán, supuesto baluarte de los derechos humanos en Europa y último bastión de las democracias occidentales ha expulsado, por la fuerza y sin demasiado ruido mediático a decenas de miles de gitanos. Han sido expulsiones selectivas, racistas y brutales; imagina que tienes siete años y que un grupo de policías con equipamiento militar se presenta en tu casa a las tres de la mañana y amenaza a tus padres: o hacéis la maleta y os subís a la furgoneta, o nos llevamos a los niños y no los volveréis a ver. No es una situación hipotética, es la realidad de decenas de miles de personas. Estas acciones continuadas y sistemáticas constituyen una de la peores crisis en derechos humanos en suelo Europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

Aunque parecía que nada podía empeorar para los gitanos en Alemania, recientemente sus vidas han dado un vuelco. Los refugiados gitanos fueron víctimas de una tormenta política, cuando la reciente crisis de refugiados ofreció una oportunidad de oro a las autoridades alemanas para cambiar la legislación sobre el derecho de asilo. En octubre de 2015, en respuesta a la llegada de un gran número de refugiados, Alemania modificó su política de asilo para añadir nuevos «países seguros», incluidos Kosovo, Albania y Montenegro, a una lista que incluía a otros países de los Balcanes Occidentales. Sin embargo, varias protestas señalaron que estos países no son realmente seguros para los gitanos.

Así, en medio de una debacle humanitaria, el gobierno Alemán mata dos pájaros de un tiro: blanquea su imagen a nivel internacional respecto a los refugiados sirios, y por debajo de la mesa consigue avanzar las deportaciones de refugiados gitanos.

Protesta en el memorial al genocidio Roma y Sinti en Berlín / Björn Kietzmann ©

En mayo de 2016 varias familias gitanas decidieron lo impensable: ocuparon, en Berlín, el memorial al genocidio gitano durante el Tercer Reich. A través de este acto, cientos de personas pedían al gobierno alemán tres cosas: participar de los programas de integración, cursos de Alemán para los mayores y el derecho a quedarse. Aquella ocupación acabó con la policía arrastrando a mujeres y niños gitanos fuera de un monumento a su propio holocausto -poderosa metáfora-.

Hoy en día, yo paso mucho tiempo en Alemania, algunos de mis mejores amigos viven aquí, pero me asusta pensar que debajo de todas esta aparente multiculturalidad, el subconsciente nacional sigue montado en los tanques. El tiempo y la próxima década política lo dirán.

Revista Desbandada