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Hablamos con Andreu Jerez, co-autor del libro ‘Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania‘, sobre las recientes elecciones federales en Alemania, y nos explica las causas y el futuro de esta formación ultraderechista.
Revista Desbandada: ¿Cómo describirías el partido Alternativ für Deutschland (AfD, Alternativa para Alemania) a una persona que no lo conozca de cerca?
Andreu Jerez: AfD es un partido de ultraderecha que recibe votos de gente que no es ultraderechista. La mayor parte de votos que recibe AfD provienen de otras opciones políticas tradicionales en Alemania, como puede ser la CDU de Merkel, la socialdemocracia o incluso Die Linke… pero se trata de un partido de ultraderecha porque el discurso que ofrece rompe el consenso de posguerra alemán, es decir, introduce una serie de elementos ultranacionalistas, xenófobos e incluso revisionistas de la historia que antes no formaban parte del tablero político. Y esto es justamente lo peligroso de AfD: a diferencia de otros partidos ultraderechistas presentes en Alemania en el pasado, AfD ha conseguido, gracias a una efectiva estrategia comunicativa y a una profesionalización de su actividad, un voto transversal. Transversal territorialmente (presencia tanto en Alemania oriental como occidental), transversal socioeconómicamente (a pesar de que el perfil de votante de AfD es un hombre, de mediana edad, de clase media o media-baja, AfD acumula votos de todas las clases sociales), y es transversal políticamente, porque recibe votos de todo el arco parlamentario, moviliza abstencionistas y capta a primeros votantes. AfD es el partido ultraderechista más exitoso de la historia alemana desde 1949.
RD: ¿Cuáles son las causas detrás del auge de AfD?
AJ: Como explicamos en el libro, hay cuatro grandes crisis detrás del surgimiento de AfD. La primera es la crisis del conservadurismo: Merkel, buscando el centro del tablero político, «socialdemocratiza» su discurso (que no sus políticas), y eso abre un espacio a la derecha de la CDU. La segunda es la crisis social, mediante la precarización del mercado laboral, que genera miedo en la clase media asalariada de perder su posición social. Luego está la crisis de la representación, en una situación en la que el ciudadano siente que da igual lo que vote, porque la política económica ya está decidida de antemano, una sensación que ha sido reforzada en Alemania con la repetición de grandes coaliciones entre conservadores y socialdemócratas en las últimas legislaturas. La última crisis que termina de contextualizar el surgimiento de AfD es el fraccionamiento de los intereses del capital alemán; las empresas familiares más orientadas al mercado interno dejan de apoyar las políticas de rescate del Euro de Merkel y algunos periodistas han teorizado que asociaciones de estas empresas familiares financian a AfD en sus inicios. Esas cuatro crisis vienen acompañadas del terrorismo yihadista y la llamada «crisis de los refugiados», que son las olas a las que se sube AfD para canalizar su discurso ultraderechista.
Luego está la reacción de los demás partidos, que ha sido nefasta; han negado el fenómeno AfD esperando que desapareciese por sí solo o que las propias disputas internas les destruyeran, y esta estrategia no ha funcionado. El establishment político de este país no ha tenido las agallas de aceptar que este país tenía un problema ultraderechista latente. Hasta ahora ningún partido había sido capaz de canalizar esas posiciones ultraderechistas presentes en la sociedad, porque partidos neonazis como el NPD, la DVU o Die Republikaner, que han sido los partidos ultraderechistas más relevantes en Alemania, eran inoperantes. Pero cuando AfD aparece, los demás partidos dejan que les marquen el discurso y deciden ignorar a esta nueva formación sin entrar en un debate «cuerpo a cuerpo», es decir, sin desmontar sus propuestas políticas. Por ejemplo, la primera vez que Angela Merkel pronuncia el nombre de este partido es después de las últimas elecciones, lo cual demuestra la impotencia del resto de partidos para hacer frente a este nuevo fenómeno. El sistema de partidos alemán ha ido a contrapié desde el inicio, y AfD ha tenido la capacidad de marcar la agenda política. Eso es un fracaso personal de Merkel como canciller, pero también del resto de partidos con representación parlamentaria.
RD: En España está extendida la idea de que la Alemania de Merkel había impuesto al sur de Europa las políticas de «austeridad». Sin embargo, vosotros comentáis en el libro que en Alemania se ha optado por la idea de que los países del Sur habían vivido por encima de sus posibilidades y Alemania ha tenido que «salvarles». ¿En qué medida casa esta idea con los planteamientos de AfD? ¿Han sido responsables los medios de comunicación del crecimiento de este partido?
AJ: El discurso público en Alemania sobre la crisis de deuda ha sido un discurso chovinista alemán: nosotros lo hacemos todo bien y los demás países de la Eurozona lo hacen todo mal. No es un discurso único, pero ha sido predominante. Está la famosa portada del diario Der Spiegel, hará cuatro o cinco años, en la que sale un griego montado en un burro con dos alforjas llenas de dinero, y el titular era: «La mentira de la pobreza en el sur de Europa». Ese discurso, alimentado por medios tan importantes en este país como Der Spiegel, que presuntamente es un medio «serio», o por figuras como el ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, ha generado un chovinismo que juega a favor de las posiciones euroescépticas de AfD. Lo cierto es que Alemania ha tenido y sigue teniendo un grave problema de autorreflexión sobre sus acciones y su papel en la Unión Europea.
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RD: Con una socialdemocracia en caída libre y con un voto protesta captado por AfD, ¿en qué medida crees que Alemania necesita un populismo capaz de disputar estos «ciudadanos desencantados» a la ultraderecha?
AJ: No sé si un populismo de izquierdas, pero desde luego Alemania necesita una «alternativa» de izquierdas. No sé cuál sería la receta, no sé si hace falta un populismo tipo Podemos» o una oferta seria de izquierdas más en línea con una socialdemocracia fuerte. Es una alternativa para la que Die Linke no sirve, porque es un partido sin cartel en Alemania Occidental, por el tema del anticomunismo, por ser heredero del partido socialista de la RDA… pero este país necesita una alternativa. Yo creo que es cuestión de tiempo que salga alguna. Pero si no, veo un grave riesgo de que la ultraderecha se lleve buena parte del voto obrero y asalariado de este país. AfD está imponiendo el discurso de que un bienestar social en Alemania va ligado a una política de fronteras cerradas, lo cual significa una renacionalización de la noción de ciudadanía. Mientras tanto, los partidos de centroizquierda en este país han establecido una agenda de izquierda en lo referente a libertades individuales o ciudadanas (véase el derecho al matrimonio homosexual, legalización de las drogas…) pero, ¿qué hay de las políticas económicas? Los Verdes, por ejemplo, tienen un discurso muy europeísta, que es de alabar, pero apoyan unas políticas económicas que son de derechas, como en su gobierno en Baden-Württemberg.
RD: Volviendo al tema de la lentitud del sistema de partidos para adaptarse a este nuevo escenario político, hay una actitud muy común en medios de comunicación satíricos como Heute Show, pero también muy extendida en la sociedad civil, que es simplemente insultar y mofarse de los votantes de AfD, ¿crees que es una estrategia efectiva?
No, para nada. Es un error gravísimo de estrategia. La mofa y el insulto han alimentado una serie de resentimientos ya existentes en la sociedad alemana. Yo creo que para combatir a AfD hay que ir al debate cuerpo a cuerpo, a combatir dialécticamente sus argumentos, punto por punto. De hecho creo que el «cordón sanitario» que le espera a AfD en el Bundestag es contraproducente, lo que el resto de partidos tienen que hacer es reconocer al enemigo e ir a combatirlo con argumentos. Pero la confrontación absoluta alimenta las posiciones antiestablishment de AfD.
RD: En el libro mencionáis también el tema de la financiación de AfD, y del papel que algunos inversores jugaron en el crecimiento del partido. ¿Este capital que ha fluido en la formación ultraderechista ha sido causa de su crecimiento, o sólo se han sumado a un sentir político ya existente?
Lo fundamental en el tema de la financiación es el primer impulso que se le da al partido. AfD es fundado en febrero de 2013, en marzo se celebra el primer congreso del partido, y en septiembre de ese mismo año está a punto de entrar al Bundestag con un 4,9% de los votos. Es imposible que un partido tan joven consiguiera montar una campaña electoral que le lleve a rozar la entrada al parlamento sin ninguna financiación, eso está claro. La cuestión es de dónde viene esta financiación. Hay una teoría del periodista y politólogo alemán Sebastian Friedrich, de que hay un fraccionamiento del capital alemán, y aquellas empresas más enfocadas al mercado interno financian ilegalmente al partido en sus comienzos. Hay varias hipótesis sobre cómo lo hicieron, pero está claro que ese primer empujón no pudieron darlo por sí mismos. Ese capital da al partido las herramientas para capitalizar un malestar que ya existía en la sociedad alemana. Esto lo explica muy bien Melanie Amann en su libro Angst für Deutschland (Miedo por Alemania), donde explica que el sentimiento que da forma a AfD ya existía en Alemania antes de que existiese AfD, el partido no crea nada nuevo, sino que canaliza este descontento. Pero el tema de la financiación es una incógnita que aún está abierta. Después, cuando AfD entra en las instituciones, ahí ya recibe subvenciones del Estado.
RD: Esto es interesante porque para un partido de ultraderecha, el mayor desafío es precisamente superar la barrera del 5%, entrar en el Bundestag (Parlamento nacional) o en los parlamentos regionales, y poder ser considerado como «voto útil».
AJ: Claro, al superar esa barrera AfD se posiciona como el voto útil para el neonazismo militante, que no había tenido un voto útil nunca en Alemania desde el final de la Segunda Guerra Mundial, independientemente de que coincida con todas sus posiciones o no, y también se convierte en el voto útil para el ciudadano desencantado, aquél votante que no se identifica con ninguno de los partidos existentes y se considera antiestablishment. De ahí que antes de las elecciones generales fuera importante para AfD tener un liderazgo coral que le permitiese dirigirse a sus diferentes públicos. Por ejemplo, Björn Höcke o André Poggenburg, los líderes del ala más ultraderechista del partido, hablan para los neonazis; Gauland es la voz de los conservadores desencantados con Merkel, Alice Weidel está ahí para contentar a los euroescépticos… incluso tienen un político en Nordrhein-Westfalen, Guido Reil, que viene del sindicalismo, lo que les permite atraer a los socialdemócratas desencantados… este liderazgo coral les sirve para ofrecer una alternativa política muy transversal. La cuestión es qué va a suceder cuando la fase de voto protesta pase a un segundo plano y el partido tenga que afianzarse políticamente, ahí sí que va a necesitar, en mi opinión, un liderazgo claro, y si no lo tiene, se va a desinflar. Lo curioso de todo esto es que el principal enemigo de éste partido es él mismo: sus disputas internas y su falta de liderazgo claro.
RD: Durante mucho tiempo, los alemanes han creído que AfD era un fenómeno propio del Este del país, pero en las últimas elecciones regionales se demostró que no era cierto y que AfD era transversal geográficamente. ¿Cómo ha desafiado esto los estereotipos presentes en la sociedad alemana?
Sí, en muchas ocasiones la prensa extranjera y la alemana han definido AfD como un fenómeno «germanooriental», pero eso es mentira. De los diez estados federados occidentales, en los diez AfD ha entrado holgadamente en las últimas elecciones federales, ha conseguido entre un siete y un doce por ciento de los votos. Mención especial para Baden-Württenberg, que es uno de los estados más ricos del país, donde AfD supera el 12%. Y luego, claro, está el bonus que este partido recibe en la parte oriental, como consecuencia de la falta de estructuras, la sensación de que el germanooriental es un ciudadano de segunda clase, sentimiento que existía ya desde los años noventa… ahí está el 10% de media que AfD recibe de más en la parte Oriental. Pero el que un partido de ultraderecha reciba de media, en Alemania occidental, un diez por ciento de los votos supone un cambio de paradigma político en Alemania.
RD: AfD ha traído al debate político la cuestión de la identidad nacional, que ha sido durante mucho tiempo un tabú en Alemania. ¿Crees que la nación va a empezar a definir el tablero político en Alemania? ¿Cuáles son los peligros de este marco?
AJ: En el libro mencionamos a Herfried Münkler, asesor de Merkel y escritor del libro Die neuen Deutschen (Los nuevos alemanes), y él habla de esa dicotomía entre ciudadanía moderna que nace en la Revolución Francesa, un tipo de ciudadanía que no está basada en sangre sino en derechos ciudadanos universales, y por otro lado la ciudadanía por derecho sanguíneo o de tierra, que es la que ha dominado el discurso de Alemania hasta la Segunda Guerra Mundial y un poco después. Münkler explica que los estados modernos europeos han replanteado su identidad nacional cada treinta años. Pues bien, la última vez que Alemania redefinió su identidad nacional lo hizo con la caída del Muro de Berlín en 1989, es decir, hace treinta años. Según él, a Alemania le toca abrir de nuevo este debate, que es un debate muy peliagudo en este país y que a los políticos no les gusta abordar. AfD apuesta claramente por un concepto sanguíneo de ciudadanía; el resto de partidos que quieran apostar por un concepto de ciudadanía moderno tendrán que defenderlo abiertamente en el debate público, pero hasta ahora es un tema que los grandes partidos han ignorado. Para AfD, sin embargo, es uno de sus puntales de su discurso político y en esto le lleva ventaja a las demás formaciones. Este es un debate en el que el resto de partidos tienen que entrar, y tienen que hacerlo ya. Si esperan otros cuatro años, AfD impondrá su discurso a partes importantes de la sociedad alemana.
RD: Hablemos un poco de las últimas elecciones generales, en las que AfD ha conseguido entrar en el parlamento alemán. ¿Qué significa esto para Alemania?
AJ: Es un cambio de paradigma político. En primer lugar, porque fragmenta el parlamento de tal manera que es mucho más complicado formar gobierno. Ahora Alemania tiene un ecosistema político con siete partidos, el más fragmentado de los últimos sesenta años, y esto es un nuevo escenario político que Alemania no conocía, especialmente por la inestabilidad que genera. En segundo lugar, es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que un partido ultraderechista consigue superar la barrera del 5% y entrar en el parlamento, y esto introduce nuevas coordenadas en el mapa político de Alemania.
RD: De cara al futuro, los únicos posibles escenarios son o una gran coalición (CDU y SPD), una coalición Jamaica (CDU, FDP y Los Verdes) o nuevas elecciones, y parece que todos estos escenarios son favorables a AfD. ¿Qué nos espera?
AJ: Yo creo que la única opción real es una coalición Jamaica, que tampoco creo que funcione para una legislatura entera. Tal y como está la situación en la Unión Europea, va a haber que aprobar leyes difíciles de explicar a la ciudadanía, y muy difíciles de explicar para los cuatro partidos que formarían parte de esta coalición. Tras la derrota absoluta del SPD, es muy difícil pensar una gran coalición, porque sería la muerte política de este partido. Con lo cual, hay dos opciones: o hay Jamaica para una legislatura corta, o se repiten elecciones, que es un escenario nefasto porque AfD conseguiría reforzar sus resultados. Pero la coalición jamaica pasaría factura a por lo menos dos miembros de esa coalición, y sería muy difícil de articular. No olvidemos que Baviera vota el año que viene en sus regionales, y allí la CSU ha conseguido sus peores resultados de la historia, pasando de tener mayoría absoluta a tener un 36%. Y en temas como los refugiados, la CSU y Los Verdes no son capaces de entenderse. Sea como sea, las negociaciones van para largo. Yo creo que hasta el año que viene no vamos a tener gobierno. En toda esta situación de inestabilidad e incertidumbre, AfD tiene la hoja de ruta muy clara: intoxicación, embarramiento del discurso y presentarse como la única oposición real. Habrá que ver como se sitúa el SPD en la oposición parlamentaria, a ver si recupera algo de relevancia política. Pero es difícil aventurar escenarios, nos encontramos en el presente en uno de los momentos de mayores incertidumbres, tanto en la Unión Europea como en todo el mundo, y si algo hacen esas incertidumbres es alimentar el discurso de AfD.
RD: Última pregunta. A modo de receta, ¿qué crees que puede hacer Alemania para frenar el ascenso de AfD?
AJ: Primero, cambiar su política económica. Para contrarrestar la inseguridad social de fondo que vive la clase media y media-baja. Desde la introducción del euro, Alemania ha aumentado su productividad porque no ha aumentado sus salarios, que es una política de dumping salarial. Esto ha precarizado mucho su mercado interno, generado en la clase media un miedo al descenso social. Y también ha generado una pérdida de credibilidad del SPD en cuanto a su discurso de justicia social, porque ellos han participado en esa política económica. A nivel político, lo que tienen que hacer los partidos es abordar todos los puntos que AfD toca en su argumentario político públicamente, para desmontarlos de manera argumentada, en lugar de ignorarles. El resto de partidos tienen que reconocer que Alemania tiene un problema de ultraderecha.
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