Muchos quisieran seguir llamándolo aquelarre, pero el Festival Internacional Ma(g)dalena no ha sido sólo una celebración de lo femenino, sino un punto de encuentro en el que denunciar la violencia sexual ejercida contra las mujeres, el racismo o la discriminación de las personas con VIH. Las protagonistas: compañías de teatro social llegadas desde Latinoamérica, Asia, África y Europa, todas ellas formadas por mujeres.
“¡Mi cuerpo es mío! ¡Mi cuerpo es mío”, proclama con voz estridente un grupo de actrices vascas, ejecutando una extraña danza por el escenario 1 del Uferstudios, en Wedding. Ataviadas con escobas, de pronto se detienen y lanzan hacia el público una mirada interrogante: “¿Mi cuerpo es mío?”
De este modo se inicia un diálogo implícito con el público, que al final de la obra se hará directo. Manos y voces de todos los colores se alzan desde las gradas para pedir la palabra y comentar lo puesto en escena, para identificarse, denunciarlo y proponer alternativas. Con traducciones simultáneas hechas por voluntarios, narradoras y espectadoras discuten cómo afrontar las agresiones, cómo tomar conciencia del propio cuerpo para luchar desde él, o cómo desmontar los roles de género de los que ninguna sociedad se libra.
Ha sido la segunda edición de este evento organizado por el grupo berlinés Ma(g)dalena, un laboratorio teatral que trabaja desde la estética del Teatro de los Oprimidos, un método pensado para la transformación social a través del intercambio de ideas. El colectivo forma parte, además, de una red internacional de compañías teatrales que buscan crear espacios para la superación de la culpa, la vergüenza o la competencia entre mujeres. Y lo que es más importante: para plantarle cara al silencio cómplice de las sociedades patriarcales.
En el festival se ha rendido homenaje a las decenas de niñas muertas en el incendio de un internado de Guatemala en marzo, a causa de las negligencias del gobierno. Desde Brasil, otra compañía explicó cómo las canciones típicas de su carnaval apuntalan la cultura de la violación, tras lo que el público colaboró proponiendo nuevas letras y terminó bailando ritmos africanos llevados a Brasil por las esclavas. La opresión de la mujer africana fue clave en las jornadas por ser múltiple: ellas sufren racismo, sexismo y homofobia. También la conciliación laboral se sacó a la palestra y se puso en duda el papel asignado a los hombres y las mujeres en la familia occidental.
Diversidad sería la palabra más adecuada y precisa para definir esta iniciativa. También podrían serlo apoyo mutuo, reflexión y sobre todo, lucha. El formato del teatro-foro ha ayudado una vez más a visibilizar las situaciones cotidianas de opresión hacia las mujeres que todos intuimos a nuestro alrededor. Pero también nos ha acercado a realidades geográficamente lejanas, mucho más crudas que la alemana, pero por desgracia comprensibles por su universalidad. En el Ma(g)dalena se han oído muchas voces de mujer en diferentes idiomas formando un solo grito, no de auxilio, sino de rebelión.