Ilustración: Pilar Perales
Me llamo Angela Merkel, tengo 62 años y todo el mundo me quiere, para qué nos vamos a engañar. Vale, todos, todos, no, pero la gente normal sí. Solo los descerebrados y radicales me odian, y me chillan y me tiran tomates. ¿Por qué? Celos, claro. Porque soy la mejor. Siempre desde la modestia y la serenidad, por supuesto. A mí a humilde no me gana nadie. Pero a ver quién es el guapo que ha sobrevivido a tantas crisis como yo.
Nací en Hamburgo pero me crié en la República Democrática de Alemania. Cuando cayó el muro y la RDA desapareció, me metí en política. Mis ideales parece que también se hundieron con ella, porque desde entonces solo creo en una cosa: ningún planteamiento es lo suficientemente valioso como para ponerlo en práctica si eso conlleva perder popularidad.
Mi filosofía es ser un gato, no hacer nada, pasearme todo el día sin oficio ni beneficio. La mayoría de las veces decido no decidir y casi siempre me aplaude todo el mundo. Soy la envidia de Mariano Rajoy. Los problemas suelen solucionarse solos, o se transforman al cabo de un tiempo y entonces la solución es diferente. Ese es mi estilo, el secreto de mi éxito.
Aunque a veces la presión es tanta que me veo obligada a decidir. Entonces levanto un dedo, observo hacia dónde corre el viento, y allá que voy yo también. Como buen felino, puedo ser cariñosa o arisca, dependiendo de lo que me convenga. Que muchos ven a los inmigrantes con malos ojos, pues le digo a una niña a la que pueden deportar que todos no caben en Alemania hasta hacerla llorar. Que menos de dos meses después la sociedad se escandaliza porque hay refugiados que ya están dentro de Europa en condiciones propias del tercer mundo, pues digo refugees willkommen y soy una heroína. ¡Hay una Merkel diferente para cada situación! Pragmatismo lo llaman, eso suena demasiado ideológico. Mejor dejémoslo en hacer lo que me convenga en cada momento, aunque vaya contra mis creencias o sea algo a lo que me he opuesto toda mi vida.
¿Más ejemplos? El matrimonio homosexual. Qué más da si creo que destroza las bases de la unión cristiana, la familia tradicional, los cimientos de nuestra tan querida y próspera civilización occidental. Pues eso, qué más da mandarlo al garete si puedo dejar en bragas al único partido que me puede llegar a hacer sombra. Es que hay que ser tonta para no hacerlo. Que hay desastre nuclear, pues cierro las centrales y de paso me cargo a los Verdes. ¡Ja! Y mientras sigo dándole duro al carbón.
Y me quieren. Los alemanes me adoran, oiga, qué le vamos a hacer. Diga lo que diga, ellos me quieren. Soy su abuela, una parte de su familia. Les doy sensación de seguridad, de comodidad, y a los nietos más pobres, una paga ridícula en forma de prestación para que no me revolucionen la familia. Y junto las patitas de una forma muy graciosa. Algunos creen que es parte de una conspiración internacional. Claro que sí. Pobres inocentes, no pueden ver que soy la quintaesencia del neoliberalismo: mientras no se moleste a los mandamases del mercado, todo lo demás es relativo.