La experiencia del 'au pair' en Alemania

La demanda de “au pairs” se ha disparado en los últimos años. En ciudades con alquileres en alza, los jóvenes migrantes provenientes de países del Sur y el Este de Europa no dudan en aceptar el trabajo. Muchos de ellos no conocen a nadie a su llegada, y la familia provee un ambiente seguro, así como un lugar privilegiado para aprender el nuevo idioma.

El marketing dirigido a los au pairs, al fin y al cabo, les cuenta la grandiosa experiencia cultural que les espera: alojamiento y transporte pagado, un extra para las clases de alemán, comida gratis, y una “paga” a final de mes, además de una oportunidad para crecer como persona y para mejorar su currículum. Cuando hablamos con dos jóvenes au pairs que trabajan en Alemania, la realidad que nos cuentan no es tan idílica.

Lo primero que nos cuentan es que las cosas no son tal y como parecen. David, joven manchego que trabajó como au pair en Braunschweig, cuenta: “En el proceso de selección fue todo muy distinto a como fueron las cosas posteriormente. Cuando conocí a la familia por skype me dijeron que solo me tenía que encargar del chaval. Cuando llegué allí mis tareas fueron bastante diferentes: pasaba dos horas limpiando y una con el niño”. Para Amanda, joven estadounidense que trabaja en Berlín, “La entrevista no refleja para nada el trabajo. Cuando me entrevistaron la casa estaba impoluta, y luego en el día a día estaba todo sucio y desordenado”.

Por lo que cuentan, la experiencia de au pair acaba dependiendo de la familia. “Nunca me dieron un horario”, nos dice Amanda sobre la primera familia para la que trabajó, “Me pedían que trabajara cuando estaba enferma. Me pidieron que trabajara cuando tenía bronquitis, y me dieron una mascarilla de seguridad, como la de los hospitales, para trabajar. En ese momento renuncié al trabajo”.

El trabajo de au pair es legal y todos ellos firman un contrato. Les preguntamos qué capacidad tienen de actuar cuando los términos del contrato se incumplen. “No hay apoyo, ni legal, ni emocional”, nos confiesa Amanda. “Tras renunciar, contacté con la empresa que me ayudó a encontrar a la familia, y me dijeron que ellos no podían hacer nada. No hay nadie comprobando que la familia te trata bien”.

Ambos reconocen que aun así hay cosas que merecen la pena. “Tuve una malísima experiencia trabajando para esta familia”, reconoce David, “pero aun así no les guardo rencor. Me queda como buena parte el niño con el que estuve; además pude aprender el idioma y tuve tiempo libre para conocer gente”. Amanda nos habla de la familia para la que trabaja ahora: “Son mucho mejores, no ha habido ningún problema. El trabajo es un reflejo de cómo los padres deciden comportarse contigo”.

Aun así, Amanda no duda en contarnos lo que cree que debería cambiar en las condiciones del trabajo: “Creo que la familia debería pagar por las clases de alemán. Solo pagan 50 euros por mes, pero las clases pueden llegar a costar casi 300, que equivale a nuestra paga mensual. Creo que deberíamos tener sábado y domingo libres, un día a la semana no es suficiente. Y por supuesto, debería haber una organización pública encargada de supervisar a las familias. ¿Qué pasa con las au pairs que sufren acoso, por ejemplo? A no ser que conozcan a alguien en la ciudad, que no siempre pasa, al final del día tienen que quedarse a dormir en esa casa.”

Las palabras de Amanda tienen todo el sentido del mundo cuando leemos que en Estados Unidos ya hay denuncias contra varias agencias de au pairs, porque el sueldo que perciben los trabajadores apenas supone la mitad del sueldo mínimo. Para algunos autores, como Janie Chuang, la retórica del «intercambio cultural» del programa au pair esconde un tipo de trabajo doméstico que provee a las familias de clase media-alta de jornadas flexibles con salarios por debajo de la media y sin los estándares de la regulación laboral.

Leyendo en un portal publicitario que el término «au pair» viene del francés y significa «de igual a igual», no podemos sino señalar que muchos au pairs de fuera de la Unión Europea lo son porque es el único visado que pudieron conseguir, y muchos de países vecinos lo son por la imposibilidad de encontrar un alojamiento asequible. Más que igualdad, en realidad vemos una estructura precaria donde la familia te elige porque eres más barato que una guardería o una niñera, y tú aguantas las horas extra y el sueldo irrisorio por falta de otras oportunidades.

Escuchando a las au pairs quizá podamos aprender sobre lo que en realidad sucede en este trabajo, que como cualquier otro trabajo, necesita una regulación con garantías de cumplimiento, y ofrecer unas condiciones de trabajo dignas.

Revista Desbandada