Hola a todos, soy la Dra. Penélope y aprovecho la inauguración de esta columna para presentarme. Los tres últimos años de mi carrera científica los he pasado en Berlín, trabajando y experimentando, en carnes propias y ajenas, con intención de ampliar los conocimientos existentes sobre el síndrome de Ulises, en todas sus formas y su amplio espectro de intensidades sintomáticas.
Si eres español o, en cualquier caso, un no-alemán, viniste a la Bundesrepublik a probar suerte y alguna de las situaciones que te presento a continuación te resulta familiar, por favor, consulta inmediatamente con tu médico.
Estadio 1: el voto de pobreza
La fase inicial del síndrome, en la que ya pueden advertirse los primeros signos de alarma, consiste en prescindir de todo aquello que no quepa en una maleta. Los pacientes desarrollan este estado de supervivencia mínima para, según ellos mismos alegan, poder empacar y salir huyendo en caso de crisis (léase “hoy se han reído de mí en tres entrevistas”, “no hay citas libres en el Bürgeramt hasta 2020”, “estoy hasta los huevos de tener que descalzarme nada más entrar en casa”, “no entiendo qué clase de broma es esa del clima continental si ahí mismito, en Huelva, hay ya veinticinco grados y aquí se ha puesto otra vez a nevar”).
Aunque un factor predisponente sea a menudo lo precario de la situación de cada uno, en muchos casos existe además un componente importante de neurosis (se ha observado cómo algunos sujetos pasan largos ratos dando vueltas en el DM debatiéndose sobre si comprar el bote grande de gel de ducha u otro cepillo de dientes). Así, es frecuente que los primeros años en el país de acogida transcurran sin armario, guardando la ropa en las mismas maletas con las que se llegó del país de origen o, si la etapa aguda cede un poco, colgándola en perchas de una cuerda que atraviese el dormitorio de lado a lado.
En el momento en que se confirme que el sujeto ha estado buscando en la sección de menaje del Karstadt una sartén en la que no se peguen los huevos, puede considerarse que esta primera fase ha remitido.
Estadio 2: delirios de autosuficiencia
Esta forma clínica suele derivarse del estadio 1 o surgir en fases más avanzadas del proceso de integración, cuando el sujeto dedica sus días, o los ratos libres que le deja el trabajo “provisional” que afirma que ha buscado, a averiguar cuál es el siguiente trámite burocrático a realizar, cómo funciona la homologación del título universitario, o a informarse sobre la legislación y regulación de su profesión en el país de acogida.
En lugar de buscar ayuda, el paciente se empecina en hacerlo todo solo (signo que determina el inicio del estadio 2). “Me vine aquí para ser independiente y así lo voy a hacer desde el principio” es una vehemente declaración que se repite a menudo. Se arma con un buen diccionario o, en su defecto, abre el Leo en el móvil y se sitúa delante del Anerkennungsgesetz, y comienza a leer.
Tras varios ensayos observé que al pasar por el punto § 43 comenzaban a aparecer síntomas tanto somáticos como cognitivos: brotaban conjuntivitis, mareos y náuseas a partir de la quincuagésima oración subordinada, los verbos y prefijos que irrumpen al final de las frases desorientan al paciente, que se ve obligado a reiniciar la lectura de cada párrafo (sospecha de inhibición de la memoria a corto plazo), conducta que sólo cesa tras sumirse el sujeto en un estado de estupor, a su vez difícilmente reversible.
Estadio 3: síndrome confusional subagudo
He podido observar que mis pacientes, durante su adaptación al nuevo hábitat, progresan desde la máxima “como en casa, en ningún sitio” hasta “allá donde fueres, haz lo que vieres”, y atraviesan una fase de agudización de la patología que se caracteriza principalmente por una alteración de la autopercepción. El sujeto es especialmente sensible al final del estadio 2, cuando todavía ha sido incapaz de modificar sus biorritmos pero, especialmente si ha transcurrido varias horas inmerso en la lectura e interpretación de textos legales, cede a las propuestas de los cohabitantes de su WG y termina sumido en el siguiente ciclo: desayuna a las nueve de la mañana, come “sólo un poquito” a las doce, con lo que a las tres de la tarde vuelve a tener hambre, después le invade el sueño y decide dormir. Cuando consigue despertarse tiene ganas de merendar, pero constata que para el resto de sus congéneres ya es la hora de la cena, así que cena a las seis de la tarde y, a las nueve de la noche, termina preparándose un huevo frito en una sartén en la que, con riesgo de precipitar la cronificación del síndrome, se sigue pegando todo.