«Puedo estar sola, fregar platos, leer libros,
construir frases, escuchar y ser feliz sin mala conciencia.»
Tove Ditlevsen
Una de mis manías ocultas es intentar recordar lo que hacía, o lo que pasaba en ese mismo día, o durante esa misma época, hace un año, o dos o tres. A menudo me quedo mirando fijamente al infinito y mi mente se pierde recordando caras, temperaturas y sensaciones. Mirar hacia atrás, no con la intención de comparar, sino tratando de comprender cómo el tiempo moldea ciertas circunstancias y juega con nosotros a su antojo. Esto me sucede especialmente cuando se acerca el Día Internacional de la Mujer. Solo hace unos años que el ocho de marzo se convirtió en un día festivo en la ciudad de Berlín. Este nuevo día festivo coincidió prácticamente con el renacer de la lucha feminista en España. En numerosas ciudades del país tuvieron lugar manifestaciones multitudinarias. Quizás ese renacer feminista se produjo más bien a título personal, ya que recuerdo esa época como el momento en el que las piezas del puzle, las lecturas, las charlas, las opiniones y el relato compartido por muchas mujeres a mi alrededor comenzaron a encajar. El contador siempre activo de las mujeres asesinadas cada año y un juicio por agresión sexual, mediático y escalofriante, hizo que muchas de nosotras explotáramos de rabia y se marcara un antes y un después en la reivindicación feminista.
Desde entonces acudo cada año, con una muy buena amiga, a la manifestación feminista que se convoca en Berlín en esa fecha. Lo que comenzó como curiosidad y sentido del deber, se transformó gradualmente en nuestro pequeño ritual. A este ritual se suman otras amigas que a veces traen a otras amigas y con las que formamos, durante un día, ese espacio de unión, amistad y feminismo en la ciudad que nos acoge. El primer año, al mirar y comparar las fotografías de las manifestaciones que tuvieron lugar en Madrid o Barcelona con las de Berlín, recuerdo una sensación de envidia, de sentir que me había perdido algo único, una vez más, al vivir a muchos kilómetros de distancia. La manifestación en Madrid había sido la más numerosa que se recuerda hasta entonces y las caras resplandecientes de las asistentes no dejaban lugar a dudas de que había sido un día bonito y especial. Sin embargo, la manifestación de Berlín no fue tan multitudinaria como esperaba. Cuando vives en un país diferente del que has nacido, es frecuente sentir que te pierdes momentos importantes —bodas de amigos a las que no has podido ir, conciertos de artistas nacionales que no llegan a Berlín, citas médicas a las que no puedes acompañar, despedidas a las que no puedes acudir—. En esos momentos en los que notas las ausencias o en los que preferirías estar más bien allí que aquí, es reconfortante el cuidado de las amigas. Caminando por las amplias avenidas de Berlín, sintiendo el respaldo de las amigas que me acompañan en este día, charlando sobre cualquier tema, haciéndonos preguntas, reflexionando, riéndonos y cuestionándonos tantas cosas juntas. Este año, por primera vez, mi amiga no estará en Berlín para acompañarnos entre cánticos, música, pancartas y gritos.

Cartas a las mujeres de España. María de la O Lejárraga
Ese lugar de reflexión y unión necesario ya lo reclamó en 1916 María de la O Lejárraga en sus Cartas a las mujeres de España, publicadas en la revista Blanco y Negro bajo la firma de G. Martínez Sierra, su marido por aquel entonces. En estas cartas que ahora leo en la edición de Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra, María Lejárraga nos habla de un refugio que años después Virginia Wolf denominaría “una habitación propia”.

Cartas a las mujeres de España. María de la O Lejárraga
Este refugio es importante porque nos permite relacionarnos, disfrutar de aquello que nos hace feliz, crecer, evolucionar, y olvidarnos de nuestras preocupaciones. Cuando vives en un país extranjero, lejos de tus raíces, el refugio más cercano suele estar en las amigas y mujeres que tienes a tu alrededor y en los cuidados que te regalan en los días cortos y grises de noviembre, en las largas semanas buscando apartamento o una cita para hacerte el Anmeldung; o en las mañanas en las que la burocracia alemana te hace llorar de desesperación e impotencia. Ese apoyo mutuo y esa alegría que se siente fuera de la casa, de las obligaciones y de las instituciones, es de la que nos hablaba ya María Lejárraga y que nosotras ahora llamamos sororidad. A pocos días del ocho de marzo, mientras escribo esta nota, parece que la primavera no se asomará por Berlín y el último empujón del invierno podría traernos incluso nieve.

Cartas a las mujeres de España. María de la O Lejárraga
Vuelvo a pensar en el año pasado, un Día de la Mujer marcado por el comienzo de la guerra en Ucrania. Aun así, recuerdo las bicicletas en las que llegaron mis amigas al lugar en el que nos íbamos a encontrar. Imagino a mis amigas y casi escucho sus voces. Recuerdo la Radler que bebíamos mientras caminábamos despacio dentro del grupo y el sol que cubría el barrio de Wedding y que nos hacía soñar con días más largos y cálidos. Puede ser que ni siquiera hiciera un sol radiante, pero la sensación de compañía y cuidado siempre endulza los recuerdos. La compañía y la colectividad. Esa colectividad que lucha en una sociedad individualista que nos empuja a lograr nuestros objetivos, incluso los del feminismo, por nuestra cuenta. Desde nuestros móviles, desde los que compartiremos mensajes de lucha, de celebración, y de apoyo a colectivos.
Este año, como una de las últimas piezas del puzle que me faltaba por encajar, he pensado y leído mucho, junto a mis compañeras del club de lectura, sobre los cuidados. Cómo seríamos sin esa persona que nos arropa y acompaña. Quizás Sylvia Plath podría haber seguido escribiendo los que consideró los mejores poemas de su vida si su madre hubiera estado más cerca y sus últimas cartas, pidiendo auxilio, compañía y cuidado, hubieran sido escuchadas a tiempo. Tras leer la Trilogía de Copenhague de Tove Ditlevsen, traducida y publicada por Seix Barral en 2021, es fácil reflexionar sobre la importancia de la compañía de las amigas en los momentos en los que es difícil seguir con todo a cuestas. Tove Ditlevsen se debatía entre la búsqueda del amor y la seguridad familiar, pilares de la sociedad danesa de aquella época, y entre una vida dedicada solamente a la escritura y al disfrute y crecimiento personal. Esa contradicción constante la llevó a sufrir una vida atormentada por las drogas y el amor tóxico que la llevaron a acabar con su vida en 1976. Con una red de amigas, que no se menciona en su novela autobiográfica Trilogía de Copenhague, quizás la vida hubiese sido más fácil para Tove. Esa red de amigas hace que, al recordar el ocho de marzo de hace un año, recuerde que hacía sol, que reíamos, charlábamos y debatíamos sobre nuestro presente y futuro.

Tove Ditlevsen ©Gregers Nielsen
Creo que cada año, al recordar este día, lo primero que recordaré será la amistad, el cuidado y la compañía de las mujeres con las que lo pasé. O las amigas con las que compartí ilustraciones de mujeres diseñadoras o artículos escritos por mujeres a las que admiro. O los recortes de El País que mis padres me guardan de ese día para dármelos la próxima vez que nos veamos. O las frases que subrayo en libros y los corazones verdes y morados por WhatsApp que nos enviamos las amigas. Después de leer Frágiles, de la filósofa y escritora cordobesa Remedios Zafra, reivindico más que nunca resignificar nuestros afectos, para no deshumanizarnos mediante la tecnología, para que la productividad y la prisa no nos arrastre a no tener tiempo para encontrarnos y charlar. Para que los cuidados sigan siendo el centro de la conversación feminista —o de cualquier conversación—, y este día no se convierta en una más de las respuestas del ChatGPT donde el discurso viene creado por una inteligencia artificial que nada sabe de amigas que faltan o de mujeres con vidas precarias que cuidan de otros cuerpos olvidándose de los suyos propios. O de un feminismo que también significa parar de producir, de cuidar, de consumir y de trabajar, para celebrarnos juntas al sol de una tarde de invierno en Berlín.
Imagen de portada: ©Vals – Ilustradora digital / IG: ©vals421
Imágenes de Cartas a las mujeres de España. María de la O Lejárraga ©Ana Fernández Pajares
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