¡Salud, mujeres del mundo!

El día de la mujer no es una fiesta, debería ser un homenaje a aquellas mujeres valientes de la fábrica Cotton de Nueva York, que le plantaron cara a la desigualdad y la discriminación, esas que con su acto de arrojo y su firmeza marcaron el camino. Aquellas huelguistas del siglo pasado no pudieron torcer su destino, pero su muerte dejó una huella muy profunda en la memoria de las generaciones posteriores. Esas brasas siguen encendidas. Y las cenizas de aquel incendio todavía sobrevuelan hoy en día todas las luchas por los derechos de las mujeres. Aquí tres historias de mujeres migrantes. Tres historias de decisión y valentía. Tres historias también de sororidad.

Es notable que cuando uno lee la historia oficial del mundo, la que nos contaron de niños en la escuela, la del cine y los libros, parece ser un espacio poblado de hombres pujantes y valerosos y mujercitas que se diría que se quedaron tranquilas en sus casas, ya que sus nombres han sido olvidados por las letras de molde, o borroneados, y si de vez en cuando aparecen, no es nunca en los roles principales de los eventos que forjaron la historia.

Sin embargo, cada vez más historiadoras descubren los vestigios de la mano femenina allí donde se la ha ignorado intencionalmente. Tal vez por eso, y sobre todo un día como hoy, sea el momento de contar historias de mujeres… Y elijo que sea de mujeres migrantes. De esas como tú y como yo. De unas que se vieron envueltas en situaciones extremas y supieron tomar su destino en las manos y salir adelante. Por ellas me quito el sombrero.

8M Berlín 2020/ ©Claudia Baricco

Rendirse no era una opción

Rena está con su amiga, su compañera de aventuras en estos últimos dos años, en una habitación de hotel. Felices, despreocupadas, bromean, fuman y planean el futuro. Tienen esperanzas, sueños, proyectos. No les importa no haber traído equipaje, ni una muda de ropa, ni siquiera lo más básico, porque salieron apuradas, sin tiempo de preparar nada. Lo que sí importa es que aquí están seguras, ya conseguirán lo que necesitan. Son jóvenes creativas y hasta se las apañan para hacerse ropa interior con papel de diario, para pasar la noche. Mientras la de verdad se seca en el cuarto de baño se pasean por la habitación con sus “modelitos” en medio de un ataque de risa.

Este debería ser el fragmento de un relato de aventuras juveniles, sin embargo, es una historia de tráfico de personas y de prostitución forzada, de muchas peripecias y sufrimientos, que tuvo, gracias a diversos actores intervinientes, y sobre todo a la valentía de las chicas, un final feliz.

La historia comenzó cuando la niñez de Rena, en Rumania, concluyó de manera brusca, y su realidad empezó a resquebrajarse. Sus padres se separaron y ella tuvo que tomar la difícil decisión de con quién quedarse. Ni con uno ni con otro. Con catorce años se quedó viviendo sola en la casa familiar y continuó estudiando y trabajando.

Con diecisiete conoció a un hombre influyente que se convirtió en amigo entrañable y de confianza. Parecía interesarse en el futuro de la chica y en que tuviese las oportunidades que ella se merecía. Rena no dudó cuando al cumplir los dieciocho le propuso venir a trabajar a Alemania. Él la acompañaría y se encargaría de todo. Ella aceptó confiando en estar encaminándose hacia un futuro venturoso.

Llegada al país, fue introducida en un club, donde la hicieron vestir con ropa minúscula y altísimos tacones, le quitaron su pasaporte y sus pertenencias y le aclararon que estaba allí para satisfacer los deseos de los clientes. Así se enfrentó Rena con su destino ineludible: prostituirse contra su voluntad. Cada uno de sus intentos de oponerse fue castigado con mano durísima. No había escapatoria. Y el asco y la violencia solo podían sobrellevarse con la ayuda del alcohol. Beber para no sentir, para no enterarse lo que le sucedía a su cuerpo. Para olvidarse, aunque sea por un rato, de las vejaciones y la falta de elección.

Pero Rena nunca perdió las esperanzas de salir de allí, de liberarse, de forjarse una vida distinta, normal, la que siempre se mereció, la que siempre creyó que tendría. Y esperó alerta hasta que se le presentó la oportunidad para escapar. Finalmente, una noche en que los sujetos que la controlaban estaban bajo los influjos de la marihuana y habían bajado la guardia, logró emprender la fuga, junto con su amiga, y dirigirse directo a la policía.

Dos años duró la explotación de Rena. Esos dos años de su vida que ella no cuenta, como si nunca hubieran sucedido, como si todo eso hubiera sido un sueño cruel y disparatado, una pesadilla. Rena tuvo el valor de denunciar a sus captores y llevarlos a juicio. Estudió y hoy tiene una familia y una profesión que ama. Siempre supo lo que valía, lo que se merecía, lo que era su derecho, y no se detuvo hasta conseguirlo.

©Diana Caballero

La luz de Fátima

Ella tiene luz propia. Es una mujer jovencísima que parece haber vivido una infinidad de vidas. Como las cajas chinas; cuando se abre una, adentro aparece otra caja nueva y luego, a su vez, otra más pequeña en su interior. Así son sus historias; plagadas de retos, avasallamientos y situaciones dolorosas que ella cuenta sin que le tiemble la voz. Ella tiene la fortaleza de los que, sin ninguna garantía, ni guía ni ayuda, son capaces de enfrentarse a sus demonios más temidos; a plantarles cara y finalmente vencerlos.

A los trece años era una niña afgana que solo conocía de obligaciones. Creció bajo el yugo patriarcal de hombres sin piedad y la extrema vigilancia de mujeres débiles, que solo atinaban a reproducir un estatus quo de represión. El único espacio donde ser niña tenía sentido le fue arrancado de cuajo intempestivamente un día en el que la retiraron de la escuela y le anunciaron que iba a contraer matrimonio. ¿Con quién? Poco importaba, un desconocido, un hombre mucho mayor que no tardó en desplegar el mismo esquema mental y conductual que su padre: machismo y violencia.

Truncada su educación y su infancia, y sin voz ni voto en el curso de su futuro, caía sobre ella el mandato de convertirse en esposa, sin saber de qué se trataba, con la sola explicación de que de ella dependía el honor de la familia.

Dos niños y un cúmulo de malos tratos fueron el resultado de esa unión, de la que trató de escapar varias veces, pero nadie la ayudó. Para todos ella debía aceptar su destino de mujer sin derechos frente a la voluntad y la crueldad del esposo, condenada a obedecer y a aguantar.

Cuando logró finalmente escapar, descubrió que siempre puede haber un infierno más grande que el que uno deja atrás. Porque una mujer joven, bella, evidentemente en una situación comprometida, es una tentación para los depredadores. Retornó, pero el esposo la deploró y la envió de regreso a casa de sus padres, con la vergüenza extrema que eso significaba y sin sus hijos.

Las cajas chinas de los infiernos en los que habitó Fátima seguirían desdoblándose… Era la vergüenza de la familia. Sus padres la encerraron y ocultaron, castigándola nuevamente con malos tratos. A los seis meses la obligaron a convertirse en la segunda esposa de un hombre cortado por la misma tijera que el anterior y que su padre, con el agregado de su drogadicción y una esposa celosa y mezquina. Tuvo otro embarazo no deseado, porque su cuerpo, al igual que su destino no le pertenecían.

La situación se volvió inaguantable y tuvo que huir. Cuando su padre se enteró, la roció con combustible, la intención era quemarla viva como escarmiento por su desobediencia y por haber deshonrado nuevamente a la familia. Su madre se interpuso para salvarla y quedó gravemente afectada. Cuando todos estaban en el hospital, a causa de las quemaduras de la madre, Fátima logró escapar de la casa, huyó fuera del país y no paró hasta Alemania, donde pudo aplicar por asilo.

Ahora trabaja para ayudar a otras mujeres en situaciones similares, está tramitando la tenencia de sus hijos y se ha vuelto a casar, esta vez sí por amor.

©Andrea Araya

Animarse a soñar

Tiene la sonrisa segura de las que saben lo que quieren de la vida y la actitud de aquellos que no cejan hasta conseguirlo. Un rostro de bellos rasgos asiáticos resaltados por el maquillaje vívido, perfectamente enmarcados por un corte impecable, porque Arun es estilista profesional.

Hace una década que vino de Tailandia y vive aquí, pero habla un alemán remarcable. Vino a los veintitrés años como Au-Pair y logró aprender el idioma, adaptarse e imaginarse una vida aquí. También conoció un muchacho de quien se enamoró y con quien decidió formar una familia.

Al principio le era agradable su rol de esposa y luego de madre, de encargada de las tareas hogareñas, de la vida recogida, austera y tranquila que llevan muchas familias por estos lares. Pero pronto le supo a poco esa existencia tan relajada y falta de aventuras, retos y emociones. Su corazón estaba hecho para mucho más que eso. Porque Arun amaba las nuevas empresas y emprendimientos que ponían en juego su creatividad, su capacidadorganizativa, su instinto comercial, pero por sobre todas las cosas, le otorgaban la posibilidad de mantenerse en permanente cambio y favorecían su evolución personal.

Esta ambición de actividad y riesgo resultó excesiva para su pareja que solo deseaba la tranquilidad del hogar y una vida relajada. Luego de un largo período de desavenencias y conflictos, Arun llegó a la conclusión de que no le era posible continuar en ese matrimonio, sin quebrantar las reglas básicas que habían regido su existencia, el crecimiento personal, el progreso y el bienestar de sus hijos.

La separación trajo calma y un nuevo equilibrio en la familia. Cada uno recuperó la libertad de su autodeterminación, sin que ello implicara tener que enemistarse o volverse extraños. Arun encaró su separación, como todas las otras cosas en su vida, con sentido práctico, optimismo y mirando hacia adelante.

Y es así como logró el reconocimiento de su formación como estilista para luego completarla especializándose en otras áreas. Ahora es una profesional independiente, dueña de su trabajo, de sí misma y de su destino.

Brindemos por la sororidad

Podríamos contar muchas historias como estas, movilizantes e inspiradoras… Historias de mujeres que lograron atravesar la tempestad y llegar a la otra orilla, y cuando pusieron los pies en tierra firme no se olvidaron de las demás; ahora le tienden la mano a otras mujeres para que también puedan cruzar. De la misma manera, detrás de estas tres historias hubo una cantidad de manos femeninas que se extendieron en sororidad posibilitando que tuvieran finales felices.

©Promotoras Legais Populares

¡Hoy brindo a la manera de Keruac: por ellas, por todas, por la sororidad!

BRINDEMOS POR LAS «LOCAS»
Jack Kerouac

«Brindemos por las locas, por las inadaptadas,
por las rebeldes, por las alborotadoras,
por las que no encajan,
por las que ven las cosas de una manera diferente.
No les gustan las reglas y no respetan el status-quo.
Las puedes citar, no estar de acuerdo con ellas,
glorificarlas o vilipendiarlas.
Pero lo que no puedes hacer es ignorarlas.
Porque cambian las cosas.
Empujan adelante la raza humana.
Mientras algunos las vean como locas,
nosotras vemos el genio.
Porque las mujeres que se creen tan locas
como para pensar que pueden cambiar el mundo son las que lo hacen.»


Romina Tumini ©Denise Claus

Romina Tumini nació en Santa Fe, Argentina, el siete de junio de 1975. Ha vivido en Grecia y actualmente reside en Stuttgart, Alemania. Es psicóloga, psicoterapeuta especializada en trauma y terapia de parejas. Trabaja con mujeres migrantes, víctimas de violencia y refugiados traumatizados. Participa de congresos, da charlas y seminarios sobre migración, interculturalidad, integración, trauma y violencia de género.  

También es Profesora en Educación Primaria, diplomada en Escitura Creativa, con un Máster en Creación Literaria y otro en Psicopedagogía Clínica. Ha publicado artículos y relatos en antologías, y un libro suyo de cuentos infantiles y estrategias terapéuticas se editará próximamente.  https://rominatuminicuenta.com/

Foto de portada 8M Berlín 2022 ©Claudia Baricco

ESPECIAL 8 M 2023 con más artículos: aquí

rominatumini

Un comentario sobre “¡Salud, mujeres del mundo!

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