Un relato de Grizel Delgado.
Cuando ya está por acabar la fiesta de quince de mi prima, el tío Lencho insiste en que le cantemos a Mariana una vez más las Mañanitas. Nadie lo detiene, ya está con sus tequilas encima y ninguno de nosotros se da cuenta de que trae una pistola en el cinto. «Por mi ahijada», grita y, zaz, tira dos plomazos al aire. Nos enteramos horas después de que una de las balas le ha partido la cabeza a Víctor, uno de los gemelos que son nuestros vecinos.
La policía viene por mi tío en la mañana, quieren que rinda cuentas en el ministerio público. «Un milagro, mija. Me cae.», se persigna y se va en la patrulla. «Al menos no mató a los dos», comenta Mariana y me pasa la escoba de vara. La abuela nos ha puesto a las dos a barrer el patio. Mi prima no para de hablar de su fiesta mientras barre. Cuando llega el almuerzo, me muestra en su celular las fotos del pastel, las del vals. También las de la iglesia. Le tocó su misa en la Conchita gracias a que mi mamá es una de las señoras que van a limpiar allí. Tiene el teléfono lleno de fotos y videos. Y como necesita espacio, hasta borra las fotos del Brayan que ya anda con otra. En algún momento la abuela nos deja descansar y vamos al cuarto de mi prima. Se queja de que le regalaron maquillaje barato y camisetas cuadradas bien grandes, como si fuera un puerquito. «Pinches invitados gorrones», escupe cuando se acuerda de los vecinos de la otra colonia que hasta trajeron sus táperes para llevarse itacate. «Agarraron harto mole, prima, que hasta daba coraje no poder decirles nada», reclama mientras se rasca el esmalte de las uñas, luego se pierde unos segundos en su ensueño y de la nada sentencia: «Esta fiesta la recordarán en el barrio por mucho tiempo». Me río y ella nada más me apunta con el índice. «Cuando te toque a ti, vas a ver que tener una fiesta tan bonita como la mía, no cualquiera… Bueno, si te hacen, claro…», me provoca, porque sabe que mis papás no han ahorrado nada y el guardadito para pagar el marrano donde el carnicero, todo se lo bebió papá. «Ni quiero», contesto y me encojo de hombros. «Te vas a arrepentir, prima», ataca. «Prefiero que me compren una bici de las buenas, de esas que uno usa en los cerros y no se madrean si te caes con ellas». «Marimacha», dice y como no me defiendo ni nada, sigue hablando «Es que, la neta es algo bien bonito, una experiencia que no importa que te la cuenten, la tienes que vivir». «Ajá», quiero que me deje en paz, claro que me alegra verla contenta, tan el centro de todo y ella disfrutando hasta el más mínimo detalle, como si el patio de la abuela hubiera sido ayer y durante una tarde entera un palacio muy bonito y no un patio de cemento cuarteado con las huellas del perro y un “puto el que lo lea” en la parte del fondo. Pero eso que ella no para de endulzar no es lo mío. Para mí la fiesta terminó hoy por la madrugada y sanseacabó, no más ensayos de vals, ni practicar llevar tacones altos. Quizás lo único bueno es que no me hacían trabajar tanto en mi casa. «¿Compartes esta foto en tu face?», me pregunta, es una foto donde parece que anda con Arturo, su chambelán, él le pone un poco de merengue del pastel en la nariz. «Saliste bien, Mariana. El Arturo se ve reguapo en traje, lástima que sea joto», chin, se me olvidó que ésta lo quiere volver al buen camino, si es que el Brayan no regresa con ella. «Se dice gay…», corrige indignada. «Pues será el sereno», le doy un beso y agrego, «La cuelgo al rato». «Ándale, rapidito… », me suplica. Sabe que me puede mangonear. Me pasa la foto, la cargo y la posteo. «Gracias, primita, eres lo máximo». «Ya tengo que volver, Mariana. Hoy me toca lavar y planchar la ropa de mis hermanos y si no me apuro, ya sabes que mi mamá sí me da de fregadazos, no como la tuya», me pongo la mochila y me despido.
Justo cuando voy a salir de su casa, me acuerdo de que mis zapatillas se quedaron en su cuarto, vuelvo y la sorprendo en su cama, sigue mirando fotos de la fiesta, con el dedo pasa varias rápido. Entonces se lleva el celular al pecho y suspira. Pobrecita mi prima, apenas descubro que la fiesta no le salió justo como ella quería y por eso está guardando apariencias. Raro que no le salga algo a ella, que siempre consigue todo de mi abuela o de sus padres. Por más que lo intentamos, nada más faltó una cosita. Al final, ninguno de los gemelos del barrio cumplió con su parte del plan, sólo tenían que bajarle la novia al Brayan para que viniera a la fiesta y ya, sólo eso. Luego, mi prima se encargaría de reconquistarlo. Era muy fácil, pero los cabrones se rajaron de última hora y mi prima se pasó sus quince esperando al Brayan. «Imagínate», dice sin verme, me ha escuchado volver, «si nos hubieran hecho caso, igual y los dos…». «Quién sabe, prima, quién sabe» digo y recojo las zapatillas.

Grizel Delgado (Ciudad de México/Berlín): autora mexicana, editora sangrienta y ex corredora de distancia larga. Directora técnica de equipos de escritura.
Brayan forma parte de la antología Mercurio (Estacionario) de la que Desbandada publica una selección. Ver aquí.
Foto de portada: ©mcardec/Pixabay
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