Johanné Gómez Terrero: El cine de una mujer muchas veces rebelde

«Al azar agradezco tres dones: haber nacido mujer, de clase baja y nación oprimida. Y el turbio azul de ser tres veces rebelde.» Con estos versos de Maria-Mercè Marçal elige presentarse Johanné Gómez Terrero, lúcida y talentosa cineasta caribeña dominicana. Por lo demás, afrofeminista. Los films La única hora (2019) y Caribbean Fantasy (2016) son sus dos últimas producciones. En una obra movida por un anhelo de decolonizar el cine.

A partir de la teoría de la evolución de Darwin, cuenta Johanné, científicos imaginaron cómo serían las especies en otros planetas de acuerdo a los elementos propios de cada planeta. En uno de esos casos los astrofísicos imaginaron, por ejemplo, un octomita. Un ser con un cuerpo central y ocho brazos cada uno de los cuales es autónomo. Un ejercicio de imaginación fértil para comprender cómo nuestro espacio, nuestro contexto (histórico) moldea nuestra evolución como personas. Moldea la corporeidad de cada uno y su experiencia de la existencia misma. Moldea nuestra visión del mundo o  –para moverle el piso al óculocentrismo de los países occidentales mejor decir, señala–nuestro sentir del mundo.

La única hora

Los primeros planos con los que abre el cortometraje La única hora nos transportan a un laboratorio. “Peligro, manipulación de sustancias peligrosas” escribe en nuestras mentes la figura de gafas de protección ocular, mascarilla, cofia desechable y luego veremos guantes de goma, de la que apenas en intersticios se observa cuerpo humano. Una imagen de tiempos Corona, si no fuera porque el cortometraje es del 2019. Mientras tanto el golpeteo constante e incesante de una máquina que no sabemos cuál es. ¿O será que esos adminículos como otras características ya son apéndices del cuerpo que se ha tenido que adaptar a su espacio y situación al mejor estilo evolución de Darwin? En La única hora la protagonista es la mujer. ¿Una nueva especie humana? ¿O máquina del multitasking? Con una cámara cercana, empática y al ágil y fluido ritmo del montaje y de la canción Mamá África de Xiomara Fortuna, La única hora construye un relato coral, pinta un fresco de mujeres que precisamente como en una cadena de montaje no paran. Sin estridencias, aunque sin por ello renunciar a la ironía y a jugar con las apariencias, nos muestra un mundo de lo cotidiano que tiene rostro de mujer: el mundo del trabajo femenino que no entra en el PBI. ¿La única hora? El significado del título se revelará, al igual que en Caribbean Fantasy, recién al final. Y como en este film habrá personajes, como la remisera, que parecerán actuar la casi ficción de su propia historia. Pero ya lo dice la misma Johanné Gómez Terrero: hoy en día no hay un límite entre la ficción y la no ficción, hay películas.

La única hora
Johanné Gómez Terrero

Cuando empezó a estudiar cine, en la EICTV en Cuba, no había personas que se parecieran a ella, relata. Ni detrás ni delante de las cámaras. Ella era la primera de su familia que llegaba a estudiar. “Muchas veces las personas racializadas no hallamos referentes”, agrega, “nos cuesta encontrar nuestro lugar de enunciación y comprender que nuestras experiencias de vida también son materia para contar”. Buenos profesores le permitieron cobrar la seguridad para narrar y para pasar de la producción a dirigir. Sus experiencias de vida se convirtieron en su materia de trabajo. ¿Quiénes son los personajes de su cine? Seres marginalizados, presos de sus propias circunstancias, habitantes de las periferias, seres que están en la línea subhumana, en esa línea del no ser que Franz Fanon, autor fundamental del pensamiento de la descolonización, contraponía a la del ser. Seres que le recuerdan de dónde viene. Pero decolonizar el cine significa para JGT no solo hablar de quienes habitan el no ser, sino también desafiar el paradigma, subvertir el imaginario que ya está construido sobre estas personas y su espacio. Desmontar muchos prejuicios. Incluso los propios. Conjugadas con la intuición, Johanné se valdrá de herramientas de la etnografía más que del cine para acercarse a ese espacio que desea explorar.

Caribbean Fantasy

Ruddy, el protagonista de Caribbean Fantasy (2016) es barquero, un Caronte contemporáneo que con su yola cruza a los pasajeros de una orilla a otra del río Ozama. Así como el Hades divide el mundo de los vivos y los muertos, el Ozama, que atraviesa la ciudad de Santo Domingo, es transversal a ricos y pobres. En un extremo los asentamientos marginales, en su mayoría de migrantes llegados del interior a la ciudad en busca de una esquiva suerte; en otro, los yates y los ferries. Pero las márgenes del río Ozama están asociadas a un imaginario de pobreza y delincuencia. Sólo aparecen en las noticias cuando suceden dos cosas: cuando hay inundaciones o crímenes. ¿Cómo subvertir ese paradigma? ¿Para qué contar lo que se sabe? Quienes viven en la pobreza, la marginalidad, la desigualdad si bien indefectiblemente marcados por ello, no necesariamente tampoco hablan de eso, sino que tienen otros dramas humanos que los atraviesan: lo cotidiano, el trabajo, la vida y el amor, comprende la directora.

Cuando conoce a Ruddy sabe que es su protagonista. Una pieza clave en esa comunidad que quiere explorar: todos pasan por esa yola, ese bote a remo, para cruzar de una orilla a otra. Es paradójicamente el yolero más silencioso el que permite que todo el barrio exprese de otra manera ese espacio. Su mismo físico, su mirada revelan su circunstancia. Ruddy vive además en la parte más baja de la cascada de precarias viviendas, en la parte más vulnerable. Pero para Ruddy su mayor drama es esa relación que mantiene desde hace once años con su amante Morena.

Una historia de amor, un amor mutante casi como somatización de un paisaje mutante será entonces lo que retratará el film. Dos veces por semana Ruddy recibe la visita de Morena. Convertida a la religión evangélica, la avanzada del protestantismo que ha invadido desde los Estados Unidos pregonando poseer la fórmula para combatir al diablo y salvar del infierno, como en un exorcismo vive entonando cánticos de loas a Jesús. En un sutil acercamiento la directora los dejará actuar también aquí la casi ficción de su propia historia de amor bipolar.  Mientras la cámara se desliza como se desliza la yola sobre las aguas, como se desliza al principio indistinguible en la bella fotografía la basura flotante por el río contaminado. Con la misma sutileza con la que la luz y la lente convierten a los cangrejos de río en especies amenazantes, con la misma ironía con la que al final el plano del crucero turístico nos revela su nombre: Caribbean Fantasy.

Una conversación con comunidades invisibles, una indagación en el misterio del ser humano y la multiplicidad de sentires del mundo es el cine de Johanné Gómez Terrero. A consciencia de que jamás podrá descifrar absolutamente ese misterio, de que solo puede acompañar. Un cine que sueña con la rebeldía de la fuga cimarrona, como la de aquellos esclavos de la plantación colonial que escapaban para conquistar su libertad y creaban su propia comunidad. Un cine que sueña nuevas narrativas que se parezcan más a las personas sobre las que narra.

Mi barrio, de Johanné Gomez Terrero

La única hora (2019, 18 min.) se puede ver aquí.

Caribbean Fantasy (2016, 52 min) se puede ver aquí en video on demand.

Foto de portada: ©Mackandal-Caribeño CC

claudia baricco

(isa.kar.wai) - Un cine real o virtual es el living de mi casa. Los libros son mi otro hemisferio. En un mundo donde todo es político. Latitud: B y B – Buenos Aires-Berlín, dos ciudades de contrastes.

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