Vestido floreado

Relato de Grizel Delgado

Lina está por llegar a casa, estoy segura de que quiere ver los avances que llevo del vestido, porque no hay otra prenda que use fuera de la escuela y el vestido que tiene pronto le quedará corto y eso no puede pasar. Desde hace años quiere la misma tela y el mismo corte. No acepta que su madre meta mano en el diseño. Quiere que sea yo quien me encargue de todo. «Abuela, no hagas trampa», me dice cada vez que abandona el cuarto de costura.

Me gustaría hacerla. No porque no disfrute coser para mi pequeña. A veces quisiera hablar con mi hija y decirle que se haga cargo de la niña, que aprenda a coser por ella. Pero ya sé que me va a contestar lo que me viene diciendo hace años: «Es tu nieta y le encantan los vestidos que le haces».

¿Cuáles? Sólo le hago uno. El mismo que vio en una de mis fotos, donde está el abuelo con su cara seria y mamá oculta sus manos detrás. Lina me preguntó por qué la foto tenía un color tan raro. «Sepia», le contesté, «como esos colores que usa tu madre en las fotos cuando me manda algo por teléfono». Luego, para que no me preguntara por papá le empecé a contar de mi vestido. Los colores, el tacto. La maravilla de tener algo que no sea más que para uno mismo; nada de boberías hechas en masa como las que usan todos hoy en día. Y Lina, curiosa como es, siguió preguntando. Ha sido mi culpa, lo sé. 

Mi vestido floreado lo hizo mi madre, en una máquina Singer, negra, que siguió funcionando hasta que mi hija, hace un par de años, estropeó al querer usarla sin preguntarme. Cuando vi que el pedal se atascaba y ya no subía para continuar con la guía del hilo, sentí que había acabado un recuerdo. Y que por fin estaba en paz. Yo. Podría haber puesto la máquina de coser como decoración, en el fondo de la sala, por ejemplo. Pero llegó Lina. Y me pidió que comprara una nueva.

Quiso que le hiciera unas faldas a sus muñecas. «Ay, no, parecen señoras», exclamó aquella vez y volvió a vestirlas con sus accesorios originales, a una le puso ropa de astronautas y a la otra su estetoscopio de doctora. Le dije que saliera a jugar a jardín, pero no se fue. Se me quedó mirando con sus ojos de aceituna. «Yo no quiero vestir como los demás», me dijo. Me contó que incluso su Barbie en realidad no era la suya, se la cambió adrede a Mireya, que tenía la misma. «La boba no lo ha notado todavía, abuela, porque son iguales».

De la nada, me pidió que le hiciera el vestido que yo una vez usé, quería que lo reprodujera casi exactamente. Le dije que lo pensaría y que en su próxima visita le contestaría esperando que su memoria infantil se llevara la idea al olvido. Pero volvió y me lo preguntó. Incluso lo había hablado con mi hija, que al verme me preguntó si iría con la niña a la tienda de telas. Asentí. Lina, antes de salir, me pidió la foto y se la guardó debajo de la camisetita. Cuando llegamos a la tienda, escogió minuciosamente la tela más parecida al material que no reproducía nada bien el sepia.

Su primer vestido se lo hice a los cinco, desde entonces llevamos un periodo más o menos de seis a siete meses y entonces hay que volver a tomar medidas. He intentado hacerlo holgado y más largo para no tener que repetir el proceso tan pronto porque duele cortar la tela, unir, recordar. Pero me sorprende en la trampa y me hace corregir. Por eso, solo le pongo una condición. Una sola. El vestido no puede ir arriba de la rodilla. «¿Por qué, abuela?», pregunta siempre. «Porque así se usaba, hija, mira la foto». Para qué decirle lo otro, que los vestidos no cambian, pero que el cuerpo crece y un día tu padre se da cuenta de que ya ve tus rodillas.

Hoy se me acerca corriendo y da un par de vueltas antes de aterrizar con sus manitas al lado de las partes que ya he unido. «Sólo me falta el holán», quiero decirle pero tengo un par de alfileres en los labios. Ella revisa el torso, los pliegues y pinzas, las palpa y sonríe. De tantos ver las partes y revisarlas, ya sabe cuándo su vestido floreado está listo. «Abuela, ya solo falta el holán», dice y me abraza.


Grizel Delgado (1982, Cd. de México) Realizó estudios de licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y en Tübingen, y de Posgrado en Düsseldorf. Es editora, correctora y reseñista. Ha publicado cuentos en las revistas mexicanas Tierra Adentro, La Colmena, Palabrijes, Punto en línea. Colabora esporádicamente con revistas alemanas como iMex y CultMag. Es autora de la novela juvenil «Tu abuela en bicicleta» (recomendada por IBBY México, 2018), del cuento infantil “El misterio de Zacango”, premiado por el certamen de Literatura infantil (2014) de la UAEM. Reside en Berlín donde trabaja como editora. En 2020 publicó «Hijos varios» (Iliada Ediciones, reseñada por Amir Valle), su primer libro de cuentos.

Imagen de portada: Pixibay, Th G

Revista Desbandada

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