Quien ríe y canta, sus males espanta

Un día, y de esto hará ya algo más de año y medio, andaba yo felizmente canturreando por el angosto pasillo de casa con la cabeza distraída en los quehaceres semanales. Entre tralalí por aquí y tralalá por allá, mientras recogía la colada, me fui llenando de emoción, calentando la garganta con el Rainbow in the Dark (versión de Corey Taylor, con permiso de Dio). Poco a poco mi imaginaria audiencia crecía y crecía y superaba ya la del Waken Open Air cuando vocalizaba ya las primeras estrofas del Seasons in the Abyss. Entonces me percaté de que mis espectadores no eran del todo ilusorios pues bajo el umbral de la puerta estaba mi hija de un añito recién cumplido (a la que conocieron en el artículo anterior). Envalentonado y con ganas de compartir mis mejores gustos musicales elegí un nuevo tema en el reproductor y dejé que Dimebag Darrell comenzara a thrashear el ostinato que abre el Cowboys from Hell. Por un segundo la pequeña se quedó seria y pensativa, o bien buscaba la tonalidad de la canción o bien estaba haciendo caca (la expresión es semejante), y un instante después comenzó a acompañar la melodía con el baile de los pajaritos.

            Súbita terminó mi actuación como si me hubieran disparado a bocajarro sobre el escenario y me di cuenta de que había llegado la hora de aprender canciones que combinaran mejor con sus necesidades coreográficas. Ya había empezado yo a notar esta carencia al nacer mi hija. En aquellos primeros momentos de paternidad, cuando la criatura no era más que un gusanillo de ojitos incoloros y gritillos suavecitos, lo primero que me venía a la cabeza eran nuestras nanas tradicionales, esas que se encuentran encostradas en el inconsciente colectivo español. Ya saben, del tipo: «Duérmete, niño, duérmete ya, que viene el Coco y te comerá».

            –¡Coñe! –respondí al reflexionar sobre el texto. –¡Coñe y coñe! –repetí recitando las sabias palabras de mi abuela. –¿Qué es esto? ¿Que viene el Coco? ¿Y te comerá?

            Pues no, señores, no. Me opongo a meterle miedo a mi hija, que acaba de llegar a este mundo. El Coco puede irse un rato a la mierda, que yo, personalmente, no voy a amenazar a una criaturilla de semanas con que va a venir un ente y se la va a comer. No, señores. Ahí está su padre para encorrer a cualquier somarda fantasmal con nombre de fruta tropical.

            Así que la lista de nanas que yo conocía quedó reducida a cero y el repertorio de canciones comenzó necesariamente con ralentizadas versiones a capela del Wasted Years (¿cómo? ¿alguien no la conoce?) y una versión susurrada del Hijos de Caín, de Barón Rojo (venga, pueden buscarla si quieren. Denle aquí, que yo espero… Un momento, después del dichoso anuncio… Ahora. ¿Ya? Bueno, sigamos).

            Poco se tarda, de todas formas, en suplir cualquier pobreza musical y obtener otras opciones menos fantasmagóricas. En el universo insondable de YouTube uno encuentra lo más insólito: desde el vecino arrancándose por bulerías hasta una versión operística de Sepultura. Pero centrándonos en canciones infantiles, una de mis preferidas es, sin duda, Para dormir a un elefante. Cantada a mitad de velocidad en cierta penumbra la melodía deja fuera de combate a cualquiera. Además la canción se encuentra geolocalizada en dos variantes: español de España y español de México. Así, si alguien se siente amenazado en su baladí identidad nacional por el uso de irreverentes sibilantes o coloniales ceceos, siempre puede regocijarse en la propia selección léxica de su país.

            Claro que no solo se vive de nanas. La pequeña crece y crece, e igual lo hace su curiosidad y su vocabulario. Como bien se sabe, la música ayuda al desarrollo del lenguaje y si encima se combina con coreografías repetitivas, pues venga, doble diversión. Uno de los mejores grupos recopiladores de grandes éxitos en español es el ya aclamado CantaJuego. En su canal oficial uno puede disfrutar de unas mil canciones diferentes y más bailes que en toda la serie de Fama. Aquí se incluye el tema del elefante antes mencionado. Y entre muchas otras, también se encuentra la canción de Wincy Araña: la historia de un arácnido fatigoso sentenciado por los dioses del Olimpo a reproducir la misma acción como Sísifo y su piedra. Nunca conoceremos la ofensa del bicho en cuestión, pero sí sabemos que pasará el resto de su existencia subiendo y bajando el canalón de la casa. Que si sale el sol, pues hala para arriba. Que ahora llueve, pues venga para abajo. Y así toda la eternidad con ese pequeño bailoteo de las manos que hace las delicias de mi hija.

            Igualmente encontramos al pobre burrito Pepe. Aunque no condenado por las deidades, este pollino anda explotado por un patrón capitalista que le obliga a caminar sin descanso, cargado hasta las orejotas, hasta cruzar las áridas montañas y llegar a la ciudad. Con el mismo convenio y seguridad laboral que un rider de reparto a domicilio, el burro trota que te trota hasta deshacerse de la mercancía.

            –¡Disculpe! ¡Disculpe, señor autor!

            –Mmmm… Vaya, un invitado de la audiencia. Dígame.

            –Mire, antes de que siga con su mitin comunista en la sección infantil, resulta que yo le pongo a mis hijos el Despacito. Y les encanta. Se lo pasan fenomenal y lo canturrean estupendamente. ¿Lo conoce?

            –Mmmm…

            –¿Por qué no habla de él? De verdad, es estupendo.

            –Mire, ya que me obliga, hablaré de este tema en los próximos artículos: o bien en el artículo sobre los sonidos animales (sección rebuznos), o bien en el de la cosificación de la mujer. Léalos, le encantarán. Y no interrumpa más, por favor.

            Sigamos, ¿por dónde iba? Ah, sí. Entre el burrito Pepe y Wincy araña, también me alegró cruzarme con algunos clásicos de mi infancia: ¡Hola, Don Pepito!, El arca de Noé, El Señor Don Gato, y un largo etcétera. Y además se pueden aprender muchos temas nuevos, como Coco en su río, la Ronda de los conejos, o Chuchuwá. A esto se le añade la cantidad de coreografías adjuntas a cada tema, lo cual, sinceramente, puede suponer un exceso de horas de estudio por parte de los progenitores quienes, de pronto, se encuentran más ocupados que el pobre Daniel-San dando cera y puliendo cera al coche del señor Miyagui.

            Hasta aquí solo he presentado temas en español. Pero mi hija, igual que una amplia mayoría de niños en Berlín, es multilingüe. Deswegen las canciones alemanas también encuentran un espacio necesario en nuestro repertorio. La pequeña las trae a casa de la guardería, o las aprende en las actividades de deporte o en grupos de gateo y música (recordemos tristemente que ahora todos ellos están encuarentenados). Uno de mis canales preferidos para melodías germanas es el de Kinderlieder zum Mitsingen und Bewegen, pues tiene muchos de los temas que aprenden los niños para Navidad (como Kling, Glöckchen, klingelingeling, Lasst uns froh und munter sein ) o para hacer deporte (como 1, 2, 3 im Sauseschritt o Was müssen das für Bäume sein?). Además vienen subtituladas con el texto de la canción, lo que puede ayudar a los desesperados adultos a practicar este idioma infernal.

            De manera ideal se aprenderían estas canciones en grupos reales, con otros humanos, y participando de manera presencial en las posibles actividades que organizan asociaciones como Niños en Berlín o Mamis en Movimiento e.V. También puede uno alistarse en el Club Solete y convertirse en una luciérnaga bonachona en sus clases de estimulación lingüística y musical (enormemente recomendables). Desafortunadamente en estos momentos pandemónicos, todo se ha visto abocado a suceder de manera online frente a una cuadrícula de bustos pixelados. O tal vez, como le sucede a un servidor, el equipo informático no permite una correcta participación y se queda uno aislado de la cibercomunicación (sin audio, sin vídeo, la única vez que traté de contactar solo pude ver los nombres de los participantes: aquí estaba yo, A. Romero; ahí estaba I. Rodríguez; allá, R. Pérez; ¿y quién será ese tal M. Rajoy?).

            En fin, quizás sea el momento de hacer caso a la OMS y seguir sus recomendaciones sobre el uso correcto combinado de niños y pantallas (nótese que el tiempo recomendado para criaturas de menos de 2 años es aproximadamente cero horas, minuto arriba, minuto abajo). Espero que esta selección musical ayude en algo a aquellos padres que a las seis de la mañana comienzan la jornada con alguna cancioncilla para amenizar el desayuno y que nunca dejarán de olvidar la sabiduría de nuestro refranero popular pues, al fin y al cabo, «quien ríe y canta, sus males espanta».

Foto de portada: andreas160578 en Pixabay

Andres Romero-Jodar

Filólogo y escritor

2 comentarios sobre “Quien ríe y canta, sus males espanta

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