Hay un lugar común que dice que la gente se divide en dos grupos, y escuchando M-Clan me doy cuenta de que, si bien los tópicos dan rabia, pueden servir para ordenar la realidad, y que, sin duda alguna, yo pertenezco a ese grupo de gente que se niega a imaginar un mundo sin bares.
He pasado demasiado tiempo a ambos lados de las barras como para no ser consciente de su importancia.
En los bares he aprendido más psicología que en la facultad. Fueron los bares, más que los libros, los que despertaron en mí la fascinación por las biografías humanas. Ha sido con clientes y camareros -y no con científicos- con quienes he tenido las mejores conversaciones, pues, liberado de métodos y sistemas, en los bares el pensamiento fluye con más libertad que en más de un centro de investigación. Y también en los bares tomé conciencia por primera vez de la profundidad del sufrimiento humano y del consuelo que supone para algunas personas que, al menos un vez a día, un camarero se interese por ellos.

Aprendí que no es principalmente para adquirir medicinas que no se venden en farmacia legal alguna por lo que la gente acude a los bares, sino que es la falta de amor la que los llena, pues algunos encuentran solo allí las cosas más imprescindibles para la vida: consuelo, comprensión y compañía.
Cosas que de forma abrupta hemos dejado de valorar.
Estoy segura de que, aunque hoy no se oyen sus voces, no estoy sola en ese grupo de gente para los que la vida sin bares no es vida. Y que, más o menos conscientemente, todo este grupo estamos de duelo por no poder apoyar el codo en una barra amiga -que por cierto en Berlín me costó encontrar- charlar con los camareros y olvidar por unos momentos las miserias de la vida compartiéndolas con otras personas.
Por desgracia, en la lista de prioridades de los gobiernos, los bares han quedado los últimos de la fila. Pues, a juzgar por los hechos, la gente que toma decisiones pertenece al otro grupo, y no han descubierto el poder sanador de las barras, al no haber Papers que lo avalen. No hay estudios científicos sobre el efecto de una sonrisa amable, de una pregunta en el momento adecuado, de una mirada de complicidad, de una queja compartida, un flirteo o unas risas, así que los del primer grupo van a buscar sus sustitutos a las farmacias, las cuales, al contrario que los bares, no solo no han cerrado sino que encabezan la lista de prioridades.
Foto de portada: ©Roberto Calvo
Galería: ©Iñaki Tarrés