En la convulsa Alemania de entreguerras, un conjunto de pintores y arquitectos autodenominado Die Gläserne Kette –La Cadena de Cristal– se dedicaba a explorar ociosamente las posibilidades de un interesante juego propio. Así, entre 1919 y 1920, un puñado de jóvenes ilusionados intercambiaba por correspondencia escritos y dibujos cargados de significado e intención, algo más tarde recogidos en la revista Frühlicht.
El mecanismo era el siguiente: casi a ciegas, respaldados por el anonimato de unos seudónimos elegidos con picardía, cada componente comunicaba a los demás a través de documentación escrita y gráfica su propia visión de la sociedad ideal y de una arquitectura benéfica, ambas relacionadas entre sí y, a su vez, con el creciente movimiento expresionista. De este modo, se establecía con regularidad un trasvase de preguntas y respuestas que quedaban registradas en hojas de papel de calco de tamaño adecuado para caber en un sobre. De éstas se hacían trece copias fotostáticas y se enviaban una por una a los miembros, para que todos estuvieran al corriente de las inquietudes del resto.
Además, anticipándose a todo, por si acaso una carta era interceptada o abierta por quien no debía, se ponía gran atención en utilizar un lenguaje conciso y figurado, repleto de referencias internas al propio grupo, que dificultara la comprensión por parte de extraños a él. Fue precisamente este acuerdo de reglas y métodos de comunicación internos lo que generó una adictiva sensación de pertenencia a una comunidad creativa fuerte, semisecreta y, por encima de todo lo demás, convencida de su valor. A partir de esta retroalimentación, nuestros trece siguieron avanzando.
Como muestra de las motivaciones de base de la agrupación, reproducimos un fragmento de la primera carta de La Cadena, enviada por Glas -vidrio-, quien no es otro que Bruno Taut, el 24 de Noviembre de 1919:
Queridos amigos,
Quiero haceros la siguiente propuesta. Hoy casi no hay nada que construir y, cuando surge la oportunidad, se trata de una actividad de mera subsistencia. ¿O es que alguno de vosotros es lo bastante afortunado como para encontrarse trabajando en un buen encargo? Mi rutina diaria me pone enfermo y lo mismo os ocurre a todos vosotros. Y, de hecho, es bueno que no se esté construyendo nada hoy. Las cosas podrán madurar, recobraremos nuestras fuerzas y, cuando la actividad constructiva comience de nuevo, tendremos claros nuestros objetivos (…)
¡Seamos, de manera consciente, «arquitectos imaginarios»!
El anhelo de estas ficciones surgió como fuerza contraria al perfeccionamiento de la técnica en la primera mitad del siglo XX. Fue en este periodo cuando hechos tan destacados como la invención y popularización del automóvil o del avión dieron al tiempo y al espacio una dimensión repleta de matices hasta entonces desconocidos. Como novedad, se requiere una mayor velocidad de captación de estímulos para vivir y sobrevivir, un modo mejorado de percibir con los sentidos.
La nueva generación de pensadores llegó pisando fuerte, y sus planteamientos aportaron sustento teórico a las artes y corrientes que llegarían después. Nuestros protagonistas se posicionaron en contra de los cambios de la modernidad sin la previa reflexión necesaria, pues intuyeron que darían lugar a una posible cara oscura de la sociedad–alienación, aislamiento y masificación- contra la que se rebelaban. Los artistas, en su función de apasionados reformadores del mundo, no cesan en la búsqueda de “un nuevo arte para un mundo nuevo” y, manifiestan su clara voluntad de intervenir socialmente de forma adecuada a su contexto.
Pero esperanzas diferentes requieren lenguajes diferentes. Los documentos gráficos de la Cadena de Cristal reflejan sus propios conceptos mediante esbozos a grafito, tinta y acuarelas que mezclan trazos firmes y agua con palabras garabateadas en ángulo sobre los bordes de las páginas, junto a textos más complejos y elaborados.
De rasgos angulosos y rectilíneos, siempre en vertical, destacan los colores planos e intensos encerrados en contornos concretos y llenos de brillo, que otorgan a la pieza representada la cualidad de la incandescencia. Estas obras tenían como finalidad dar forma a una nueva pieza de la ciudad, que se erigía, imponente e incendiaria, sobre la línea de cielo construida, de forma que la sociedad lo reconocía como un símbolo de comunidad y se identificaba con él como lugar de reunión y encuentro. Llamas apresadas sobre cuartillas recorrieron el país de una punta a otra, de distintas oficinas de correos –Colonia, Emden, Itzehoe, Weimar, Berlín- a los buzones más privilegiados del momento.
Por su parte, el movimiento moderno en su vertiente arquitectónica, identificó el cristal como el material en el que se podrían por fin materializar sus teorías.
El cristal ofrece un soporte a la luz, la deja pasar en su totalidad, la multiplica y la acentúa, potenciando y haciendo temblar los colores que se le adivinan a través. El espacio que delimita acumula claridad y calor y, de pronto, las construcciones dejan de ser conceptualmente pesadas para elevarse en forma de rayos luminosos sobre el terreno. El fuerte valor espiritual del vidrio inspirará las nuevas creaciones, en gran medida utópicas y nunca construidas, destinadas a la nueva sociedad alemana.
Más adelante, tras la pronta disolución de Die Gläserne Kette, quienes habían participado en ella intervinieron en la formación expresionista Der Ring, fundado por Mies van der Rohe y Hugo Häring, y también en otras de la época, en especial el Novembergruppe o el Arbeitsrat für Kunst, con los que con frecuencia compartían integrantes y, por supuesto, filosofía.
En este periodo también se terminó de acuñar el término Gesamtkunstwerk, Obra de Arte Total, en el contexto de una comunidad artística multidisciplinar que diluía por fin las fronteras entre las artes, conduciendo a una sana y enriquecedora fusión. A modo de recopilación, el grupo organiza en abril de 1919 la Exposición de Arquitectos Desconocidos, con frases transgresoras que pretenden llamar la atención del visitante y apelar de forma directa a su sentido crítico.
Por ejemplo, en el folleto oficial de la exposición, redactado por Mass -medida- o Walter Gropius, se presenta el descontento y la desilusión por las ciudades tal y como son. Se analiza la metrópoli de forma que no sólo es considerada injusta, sino también visualmente desagradable:
(…) ¡Caminamos por nuestras calles y ciudades y no gritamos
de vergüenza antes tales desiertos de fealdad!
(…) Arte y pueblo deben constituir una unidad.
Las masas se estremecen reclamando una forma, una arquitectura
(…) Todo vigoroso anhelo por el futuro es arquitectura en marcha.
Un día habrá una concepción del mundo universal y entonces brotará también
su signo, en el que todo habrá cristalizado: la arquitectura.
Como cabe esperar, todos estos principios hicieron mella tanto en el carácter como en la obra de los componentes de la Cadena de Cristal, desde Bruno y Max Taut hasta Walter Gropius, Wenzel Hablik y Hans Scharoun. Por suerte para nosotros, en el caso de algunos de estos arquitectos, estas ideas no se quedarán en meros dibujos utópicos que visitar en un museo sino que, muy al contrario, la reflexión sobre la verdadera relación entre arte y sociedad les acompañará e influenciará durante toda su trayectoria.
Este viaje hacia el conocimiento culminará con la construcción de algunos de los proyectos más sorprendentes y decisivos de la arquitectura europea del siglo pasado, cerrando con maestría este ciclo creativo de investigación y realización personal.
Al lector interesado le recomendamos visitar el archivo de la Akademie der Künste de Berlín, la Academia de las Artes, donde se encuentra la mayoría de los documentos originales de Die Gläserne Kette, que seguro servirán de inspiración y saciarán las ganas generalizadas de curiosear entre correspondencia ajena.
Para los más puntuales, actualmente y hasta el 11 de marzo de 2019 se organiza en la Berlinische Galerie una exposición dedicada al Novembergruppe, cuyo osado título reza: Freiheit, die Kunst der Novembergruppe, 1918–1935.
Artículo escrito por Leticia Nebot.