Fotografía: Rosa Ruiz
Autora: Rosa Ruiz
La Rigaer Straße lleva dando cobijo a jóvenes inconformistas, sueños de libertad e incívica desobediencia civil desde los lejanos tiempos de la RDA. Recorrer (antes se podía) los 1600 metros que conectan la Bersarinnplatz con la estación de S Bahn Frankfurter Allee se parecía mucho a hacer un slalom en el que, en lugar de establecimientos de 3rd wave coffee, los obstáculos fueran casas okupas, edificios históricos y cacas de ¿perro?
Los nuevos muros
De acuerdo con Google Maps 130 metros separan la puerta de mi casa de la barricada que parte en dos el Samariterviertel o Nordkiez de Friedrichshain. Desde el 1 de agosto del año pasado y, previsiblemente, hasta febrero de 2019, ni el tráfico rodado ni los peatones tendrán acceso al tramo entre los números 71 y 73 de la Rigaer Straße, donde la compañía inversora CG Gruppe tiene instalada su Baustelle. La calle ha estado completamente cortada durante más de 6 meses, pero, desde el 19 de febrero y sin más explicación que un letrero informativo delante de la valla, se permite el paso a peatones de lunes a sábado a partir de las 17.00 y los domingos durante todo el día, es decir, mientras no se está trabajando en la obra. Construyen, por un lado, un supermercado y, por el otro, bloques de apartamentos a 13,5 euros el m² en el solar donde antes se encontraba el edifico más antiguo de la zona: una fábrica de muebles del s.XIX que acogía una asociación cultural y otros eventos de interés general, como los festivales de acceso gratuito Suppe & Mucke o la Fete de la Musique.
«Aguarda ¿Estás insinuando que el Bezirk de Friedrichshain ha autorizado el corte de una vía pública para beneficiar los intereses de una empresa privada que, lejos de suponer algún beneficio para los vecinos, lisa y llanamente les perjudican?» El Bezirksamt dice que la culpa es del Senado, pero ahora parece que se echan atrás y, para paliar las molestias, abrirán a la calle a los peatones cuando tengan Feierabend y las fiestas de guardar. «¡Cuán ecuánimes!» Total.
Rigaer Str. Esquina Samariter Str. / Foto: Rosa Ruiz
130 metros son muy pocos para contemplar los hechos con distancia. Me pilla demasiado cerca. Me han cortado el camino que iba de mi casa al S Bahn, me han alejado de mi supermercado de confianza, con todo lo que esto conlleva cuando tienes un crío de 3 años que se desplaza con tectónica parsimonia. Me guste o no soy juez y parte. No es de extrañar, entonces, que cada vez que los oigo mentar eche espumarajos por la boca, los ojos se me salgan de las órbitas y me rasgue el Schneeanzug del coraje que me entra. Perdonadme, pues, por la demagogia, la boutade y la elegía, pero estoy segura de que no soy la única en notar que, en esta ciudad, cuando no los comunistas, son los del otro lado, adalides de las libertades democráticas, miserables liberales los que te plantan un muro por la cara.
Vecinos congregados frente al recinto del futuro Carré Sama-Riga / Foto: Jürgen Schuler
La manzana de la discordia
En junio de 2016 el CG Gruppe invitó a los vecinos del Nordkiez a una sesión informativa en el espacio donde, poco después, darían comienzo las obras de construcción del proyecto Carré Sama-Riga. Café, pasteles, salchichas y refrescos para todos porque, como todo el mundo sabe, sale barato comprar a los pobres. Los asistentes se apostaron delante de la antigua fábrica de muebles, enarbolando pancartas y coreando consignas, mientras esperaban a que la empresa de seguridad contratada a tal efecto revisara bolsos y mochilas antes de permitir la entrada a un recinto que, hasta hacía poco, era de libre acceso. Dejaron fuera a guitarras y altavoces y se veló muy mucho por la seguridad de Christoph Gröner, CEO y portavoz de la empresa inversora quien, encaramado a un escenario y aferrando el único micrófono disponible, trató de vender su motocicleta. «Este es un proyecto social. Les beneficia muchísimo a todos ustedes ¿A quién está llamando caraculo, joven?»
Sesión informativa del CG Gruppe para los vecinos del Samariterviertel / Foto: Jürgen Schuler
No se la compraron, por supuesto. Los allí presentes abuchearon (abucheamos), pidieron a voces la palabra, exigieron el micrófono y, como era de esperar, hubo salidas de tono. Ojo, en ambas direcciones. O CG no sabía a lo que venía, cosa que cuesta creer teniendo en cuenta la nutrida presencia policial, o, quizás, especulo, quería provocar un altercado de intensidad moderada que dejara constancia de la hostilidad y mala disposición vecinal, pero sin arriesgar su integridad. Su integridad física, se entiende. «Si no construimos nosotros, otros lo harán. Eso no me lo dices en la calle. Vengo aquí, con toa mi buena fe, a explicarles de qué va la movida y el joven me manda a cagar. No entienden nada. Me asalta la sospecha de que ustedes no están abiertos al diálogo.»
«¿Tuvieron lugar durante el acto insultos, palabrotas y abucheos?» Tuvieron. «¿Se profirieron golpes, hubo situaciones de peligro, saqueo o daños materiales significativos?» Más allá de alguna pintada en unos muros que, de todas maneras, iban a derribarse en un par de semanas, no. Teniendo en cuenta que parte de los asistentes al evento tiene fama de quemar coches como el que se enciende un piti y que todo esto sucedía en una de las áreas con mayor tradición anarquista y de reapropiación de espacios de toda Europa (¿de todo el mundo?), no parece tan mal balance.
Anarquía en la RDA
Imagínate que es 1980 y que tú tienes 17 años. Tu enloquecida pituitaria te insta a alterar el orden público, incendiar contenedores y poguear frenéticamente hasta que hayas excretado, vía glándulas sudoríferas, anfetamina bastante para satisfacer la demanda trimestral de una clínica de adelgazamiento mediana. En Gran Bretaña estalla el movimiento cultural que, probablemente, mejor ha reflejado la frustración y la enérgica rabia adolescente. Bienvenido a los primeros años del Punk-rock: la filosofía Do It Yourself parece la única respuesta a la escasez de medios y las composiciones de 3 acordes aporreados X 2 minutos desgañitando, el único medio de expresión posible para aquellos que, de tan insultantemente jóvenes, no tienen un segundo que perder. Entonces imagínate que ¡ay, mísero de ti, ay infelice! habitas en la RDA ¿De verdad te crees que un tabique de 3,6 metros iba a contener toda esa energía? Ya, yo tampoco.
Joven Punk fotografiado por la Stasi / Foto: Sue Gardens, Wikimedia Commons
Al número 10 de la Rigaer Straße es mejor entrar sin prisa. Probabilidades hay de que te lo cuente todo uno de los que estuvo allí. La Galiläa Kirche proporcionó un espacio seguro para que los jóvenes alternativos pudieran reunirse, intercambiar ideas e incluso hacer fiestas y conciertos sin miedo a las represalias, durante unos años en los que ser como eran era delito. Desde 2009 esta iglesia protestante acoge el Jugend Widerstands Museum (Museo de la resistencia juvenil) que documenta la no suficientemente conocida historia de la cultura y la resistencia juveniles en la RDA.
Jugend Widerstand Museum en la Galiläa Kirche, Rigaer St. 9-10 / Foto: Rosa Ruiz
Cae el muro y Friedrichshain se convierte en tierra de nadie. La policía oriental ya no existe y la occidental aún no está. Se sueñan libertades. La propiedad de edificios enteros está por aclarar y aguardan vacíos, mientras que, en el oeste, los pisos escasean. Los punks occidentales cruzan el río y se crean alianzas. Siguiendo la estela de los Schwarzwohnungen o apartamentos que durante la RDA se ocuparon ilegalmente como alternativa, más o menos tolerada y respondiendo a necesidades concretas, a la asignación oficial de vivienda de la que se encargaba en exclusiva el Gobierno. La diferencia es que ahora también se okuparán edificios para albergar movidas de índole cultural, fiestas y proyectos de vida comunal con una ideología de izquierda radical muy presente. La mayoría de esas casas ya no existen, pero en el número 94 y parte del 78 de la Rigaer aún resisten dos de ellas. Más o menos. Si bien sus habitantes han ido regularizando su situación y obteniendo gradualmente contratos legales de alquiler, esta calle se considera aún hoy en día un nodo en la escena okupa y libertaria de toda Europa.
Arden las calles
«¿Vida en comunas? ¿Asociaciones culturales? ¿Nodos telúricos? Perdona, pero a mí todo esto me suena a hippies comeflores.» ¡Shhhht! ¡Como te oigan puedes darte por muerto! No te equivoques. Según parece, y siempre presuntamente, a mis vecinos también les gusta un sarao que incluya barricadas, quema de coches y apaleamiento a fuerzas del orden.
El 16 de enero de 2016 un policía fue golpeado por varios individuos sin identificar que, de acuerdo con la propia víctima, se atrincheraron acto seguido en el Hausprojeckt Rigaer 94. La tarde y la noche que siguieron al ataque, la policía envió a más de 500 efectivos a inspeccionar la zona. Cerca de 200 agentes registraron el edificio, donde encontraron piedras y barras metálicas; helicópteros sobrevolaron la zona hasta altas horas de la noche, pero, pese a tamaño despliegue, no fue posible establecer una conexión clara entre los habitantes de la R94 y los hechos descritos.
Rigaer Straße 94 / Foto: Rosa Ruiz
Según fuentes policiales, cada dos días se comete un delito en la Rigaer Straße. Este recuento sitúa al mismo nivel que los coches incendiados y otros actos vandálicos, las caceroladas que tienen lugar casi a diario frente a las obras del proyecto Carré Sama-Riga, protagonizadas por vecinos del Kiez.
No es que yo pretenda restar importancia a las fechorías que tienen lugar en el barrio, de verdad que no. No se queman coches. No hay que pegar a los policías. No se deteriora el mobiliario urbano. Caca. Mal. Pero es que no están dejando alternativa. Las legítimas protestas vecinales se consideran actos delictivos, CG increpa a los vecinos micrófono en mano y los acusa de negarse al diálogo (¿diálogo o política de hechos consumados?), se corta la vía pública para proteger intereses privados. Mientras esto sucede, los sogennanten antisociales de la R94 participan activamente en la vida del barrio, ofrecen sus espacios para reuniones de vecinos, grupos de trabajo y acciones de protesta, cuando no los organizan directamente.
Nordkiez lebt!
Fachada del Hausprojekt Rigaer 78 / Foto: Wikimedia Commons
Admitamos que los antisistema de la Rigaer puedan causar problemas de convivencia. Es cierto que la calle está más sucia que mi hijo comiendo espaguetis, su aspecto puede resultar intimidante, a veces son ruidosos e invaden la vía pública todo el rato con sus perros y sus sofás. Pero ¡copón! ¿no invaden la calle mucho más los que la han cortado para construir y dorarse el riñón? ¿no intimidan más y mejor los seguratas y la pestañí pidiendo dnises a diestro y siniestro? ¿Y qué son un par (de cientos) de mierdas de perro comparadas con la demolición de un edificio histórico en términos de deterioro urbanístico?
¿Está preparado el barrio para acoger a las 133 unidades familiares que ocuparán otros tantos nuevos pisos en la Rigaer? ¿Cómo repercuten en el alquiler medio de la zona unos apartamentos que casi doblan el precio por m² de una renta antigua? ¿De verdad alguien se cree que la convivencia entre los habitantes del Carré Sama-Riga y los antiguos vecinos va a ser una balsa de aceite? Pues mira, ojalá. ¿Cómo afecta todo esto a las infraestructuras, servicios y comercios de los alrededores? Es decir, el Samariterviertel no ha sido ajeno al proceso de salvaje gentrificación que ha experimentado Friedrichshain en la última década, pero, si lo comparamos con otras áreas del distrito, como los aledaños de Boxhagener Platz y de la Simon-Dach Straße, el contraste es notable. El Nordkiez ofrece resistencia y los punks de la Rigaer, con sus acciones para impulsar el asociacionismo vecinal y su desobediencia civil cumplen una función social, además de ser historia viva de Berlín. Así que, a ver que yo me aclare, ¿quién es aquí el antisocial? ¿Quiénes los que se están cargando el barrio?