«Du, Assi!»
Es la forma que muchos adolescentes tienen de ‘insultarse’ cariñosamente. Assi es la abreviatura de asozial, un término que demuestra la gran contradicción a la que puede llevarnos la utilización de ciertas palabras a lo largo de la historia. Asozial es la palabra que se usa en alemán, ya exenta de cariño, para insultar de verdad. Si alguien te odia, si alguien considera que eres un cáncer para la sociedad y deberías desaparecer del mundo, te llamará asozial con todas sus letras, tono despectivo y separando las sílabas: A-so-zial.
Cindy aus Marzahn, personaje de ficción y «princesa del chándal».
¿Qué es un asozial?
Cuando yo era adolescente, un compañero me habló de una web humorística que recopilaba los diferentes vocablos que teníamos en cada región de España para referirnos a nuestros propios asoziale. Los resultados fueron hilarantes para mí; me fascinó el estudio sociológico que habían realizado sin proponérselo. Partían del término más común a nivel nacional, el ‘cani’:
«También es conocido como angango (en Puerto Real), kie, surmanito, wily (en Sevilla) burrako, villico, merdellón (en Málaga), doncho o metrogitano (Granada) kie, quillo, garrulo (en Cataluña y en Murcia), socio (sorcio, soncio) o hueso (también huenso) (Almería), marroneros (La Ribera-Valencia), macoys (en Extremadura), jarcores (en Alicante), pokero (en Madrid), yonis, ghari, malote o kiñista, bajunos (parte sur de Cádiz), gambiteros (en Albacete), mascachapas (Cuenca) tártaro, kinki (en Jerez de la Frontera), tostá (en Tomares-Sevilla-, haciendo referencia a la semejanza entre el corte de pelo y a la rebanada de pan mañanera o tostada), zumbacabras (en mi pueblo), jichos (Salamanca).»
Algo similar sería el asozial alemán en la actualidad. Una persona asozial se define en el diccionario con los siguientes sinónimos: inculto, torpe, pobre. Sobra decir que es un insulto que, aunque muy extendido, te convierte en una persona elitista por el simple hecho de usarlo contra alguien. Con asozial, al igual que con ‘cani’, se señala a personas procedentes de familias desestructuradas, de barrios humildes y marginales, sin oportunidades. Gente sin trabajo, gente con muchos problemas en su vida, que quizá nunca pudo terminar la secundaria.
‘Canis’ alemanes: Cem, de origen turco, y Costas, de origen griego, en la serie Türkisch für Anfänger / YouTube
Es apabullante la facilidad con la que se recurre a esta palabra. Es grave usarla contra un conocido, pero es gravísimo que la sociedad la identifique automáticamente con un perfil de persona determinado, sólo por su aspecto o por su forma de hablar. Sobre todo si se sabe en qué contexto histórico surgió.
El triángulo negro y los campos de concentración
La palabra asozial empieza a pronunciarse en Alemania al inicio del siglo XX, todavía como algo muy inespecífico, para referirse a esas personas que no podían valerse por sí mismas para salir adelante en la vida. Pero en los años 20, el término se institucionaliza y son ya los propios organismos que se encargan de ayudar a estas personas quienes comienzan a llamar a sus beneficiarios asoziale. Son instituciones que no pretenden simplemente ayudar, sino que quieren volver a encaminar a los desviados hacia la sociedad mayoritaria, de acuerdo con la filosofía protestante que ve en el trabajo y en el esfuerzo del individuo una señal de salvación divina. Sí, el influjo del protestantismo sigue presente a día de hoy: si no trabajas (porque no puedes, porque no quieres, por el motivo que sea), selber schuld, como dicen los alemanes: es tu culpa, búscate la vida, no eres digno.
Ya en los 30, los tiempos del terror nacionalsocialista, asozial se extiende para referirse -de nuevo- a aquellos que no cumplían ningún papel útil en la sociedad. A partir de 1933 los nazis se apropian de la palabra para designar a todo aquél que no encajase con su concepción del mundo. Mendigos, prostitutas (las mujeres homosexuales entraban en esta categoría) vagabundos, gitanos, alcohólicos y drogadictos… ya no debían ser devueltos a la sociedad sino exterminados. Eran marcados con un triángulo negro en los campos de concentración, donde ocupaban el puesto más bajo y degradado en la jerarquía de los presos. Además, se consideró la posibilidad de que esta ‘asocialidad’ fuese hereditaria, por lo que muchos de ellos fueron esterilizados forzosamente.
Sistema de clasificación para los presos: rojo para prisioneros políticos, verde para delincuentes comunes, azul para inmigrantes, púrpura para Testigos de Jehová, rosa para homosexuales y negro para ‘asociales’.
Pero también hubo una gran campaña de difamación después de la guerra contra estas personas. En la DDR se los consideraba saboteadores del socialismo y se incluyó en el código penal de 1968 el comportamiento asozial, es decir, aquel que no se ajustara a lo que el Estado esperaba de ti. Ser asozial estaba penado con entre dos y cinco años de prisión (art. 249).
Ser una persona considerada inútil para el sistema ya no se paga actualmente con la cárcel, pero el estigma permanece y está presente en muchos ámbitos.
Desde la política hasta la stand comedy
La palabra asozial está en boca de todos y la tendencia sugiere que no va a extinguirse pronto. Y es que no se trata de un slang concreto, no sólo la utilizan los jóvenes, no es una moda. Los medios de comunicación de masas favorecen la propagación del término y hasta los políticos ven en él una herramienta más en su retórica.
Es el caso del expresidente de la república Joachim Gauck, que hace unos años declaraba que «quien defrauda impuestos es un irresponsable o directamente un asozial«. O en otras palabras, es equiparable a aquellos que ocupan las capas más bajas de la sociedad, los que no aportan un valor económico significativo y por eso merece ser despreciado. Esta interpretación es libre, pero se acerca al auténtico trasfondo del discurso de Gauck en su declaración.
Que los políticos de los partidos mayoritarios hagan esto sólo puede perjudicarlos: las clases trabajadoras acaban, como vimos en las últimas elecciones, por votar a otro tipo de partidos de ideología radical, que les prometen que los refugiados musulmanes son la causa de sus problemas.
Seguidores de la AfD abuchean a Merkel en un acto en Hochburg en 2017 / ARD
Tampoco faltan los personajes de ficción que parodian a este tipo de personas; y triunfan en los rankings de audiencia, quizás porque nadie se siente identificado con ellos, porque nadie se llama a sí mismo asozial.
El ejemplo es Cindy aus Marzahn, un personaje interpretado por la actriz Ilka Bessin que se define a sí mismo como «princesa de las clases bajas» y que ha llenado enormes salas con sus monólogos humorísticos. Procedente de la Alemania del este, va vestida de forma extravagante y siempre de rosa, mientras cuenta su vida a un público que quisiera no verse reflejado en ninguno de sus chistes.
Con un marcado acento berlinés (viene de un barrio humilde y de las afueras, Marzahn), nos cuenta entre otras cosas que lleva 12 años en paro y recibe el «Hartz VIII«, construyendo un chiste con las ayudas sociales conocidas como Hartz IV; o que en el Job Center le aconsejan que cambie de estética para buscar trabajo. En otros monólogos cuenta que compra en el Netto, un supermercado de precios muy bajos, o que se pasa con las Bierchen (cervecitas).
Cindy aus Marzahn / YouTube
Es difícil saber hasta qué punto estos chistes son escarnio o reivindicación de una identidad determinada. Lo que es seguro es que el cliché del trabajador inculto y pueblerino ha conseguido colarse en el lenguaje cotidiano y en el imaginario colectivo de los alemanes. Cindy representa a tantos asoziale, el nombre que los nazis dieron a las personas que querían humillar y que ahora designa a los que han empezado (ojo, no sólo ellos y no todos ellos) a votarlos de nuevo.
Para digerir la paradoja les dejamos con otro ejemplo que es también una recomendación: Der Tatortreiniger, la historia de un personaje olvidado, el hombre que limpia las escenas del crimen de la todopoderosa serie Tatort (cita ineludible de cualquier alemán un domingo por la noche). Véanla; es, como dicen los adolescentes, «assi geil».
El actor Bjarne Mädel como Schotty en Der Tatortreiniger / Wikipedia