Berlín es un cuento (I): entrevista a Esther Andradi

Fotografía: Esmeralda Gómez Galera

‘Berlín es un cuento’ nace como una serie de entrevistas con escritores hispanoamericanos que viven desde hace tiempo en la capital. Hablaremos con ellos sobre la ciudad y su historia, y sobre el hecho de vivir en una lengua diferente a la que usan para escribir su obra. Comenzamos con la escritora argentina Esther Andradi.


Esther Andradi llegó a Berlín a comienzos de los años ochenta, cuando ésta era todavía una ciudad dividida por un muro, y no había la menor esperanza de que algo fuera a cambiar. Muchos años más tarde, en 2009, y durante un periodo de regreso a la Argentina, escribió la novela ‘Berlín es un cuento’, que narra su historia personal de una ciudad que aprendió a conocer andando en bicicleta a lo largo del muro, y través de sus personajes rebeldes, alternativos, inconformes de la época. Hemos copiado el título de su libro para nombrar esta serie.

REVISTA DESBANDADA: ¿Cómo era vivir en Berlín en los años ochenta?

ESTHER ANDRADI: “Berlín era una isla. Vivíamos en un gueto. Berlín occidental era como un gueto enorme. Estábamos encerrados tras un muro, pero al mismo tiempo había todas las libertades que te puedas imaginar. Esta libertad nos impresionaba a los latinoamericanos que veníamos de países con gobiernos represivos, dictaduras”. Dentro de este gueto subsistían pequeños guetos, como el de los latinos, en ese entonces compuesto en su mayoría por exiliados chilenos que habían huido en los setenta del régimen de Pinochet. “En aquellos años, Berlín occidental tenía una dimensión humana. No había violencia, asesinatos, como se veía en otras grandes ciudades europeas, como en París. Todo estaba controlado”.

“Era muy especial esto de vivir en una ciudad que era dos ciudades, dos países, dos Estados, dos sistemas muy diferentes”. En su libro, ‘Mi Berlín. Crónica de una ciudad mutante‘ (2015) Andradi narra la odisea que tuvo que pasar para cobrar un cheque que le mandaban desde Lima por el pago de un artículo que escribió para una revista peruana. El cheque había sido girado a un banco de Berlín, que resultó estar en la parte Oriental. Cobrarlo en occidente significaba esperar cuatro semanas, mientras le explicaron que si el cheque hubiera sido de un banco de Nueva York se lo habrían pagado inmediatamente. Pero Berlín Este estaba demasiado lejos, financieramente hablando. Si quería la plata enseguida tenía que cruzar el muro. Lo malo era que, para pasar al otro lado había que llevar un mínimo de 25 marcos y gastarlos allá. ¡Cuánto iba a quedarle de ese cheque!

“Berlín Este era interesante culturalmente. Yo iba sobre todo para ver buen teatro. El Berlin Ensemble y el Deutsches Theater eran salas importantes, en donde aparecían grandes escritores, artistas, directores. Y compraba libros. Todavía tengo en mi biblioteca libros comprados en esa época. Eran libros muy bien diseñados, de buena calidad”.

Le impactaba que en Berlín se vieran reflejados todos los tiempos de la ciudad. El pasado absolutamente prusiano, rococó, barroco; la música, los palacios. “Al mismo tiempo se sentía lo que había sido la guerra… En esa época, en algunas estaciones del metro todavía se olía el moho de los años de la guerra. Todavía se veían en las paredes los huecos de las balas. Aún hoy queda algo de esto en la ciudad, pero mucho menos que entonces. La S-Bahn no era como ahora, que te subes y te bajas en cualquier estación. En aquella época la tomabas solamente si querías ir a Berlín Este. Paraba solo en algunas estaciones. Los funcionarios de la S-Bahn eran todos del Berlín Oriental. Era como tener un transporte extranjero en la ciudad. En la estación Friedrichstraße se encontraban esos dos mundos en medio de los cuales vivíamos, el capitalismo fuerte y el socialismo real”.

Pero si había un tema especialmente sensible para los extranjeros llegados a Berlín era el de la comida. En aquellos años no existía la variedad que se ve hoy en los supermercados. Si querías ver productos exóticos había que ir a la KaDeWe, “la vitrina de occidente para los países de la cortina de hierro”. Un día sus amigos latinos la llevaron a descubrir la famosa KaDeWe, en donde se podían comprar ananás y aguacates. El aguacate había llegado por primera vez a Berlín unos años antes, para regocijo de la comunidad chilena. Hicieron fiesta la primera vez que vieron paltas (como le llaman en el Cono Sur a los aguacates) en el sexto piso de la KaDeWe. “Había un africano que tenía un quiosco enorme en donde colgaban todos los tipos de plátano y frutas tropicales. En aquel momento esto era muy marcado porque esos productos solo se conseguían allí. Eran caros. Inaccesibles. Ahora hay por todas partes mercados turcos y asiáticos en donde se consiguen estos productos. Pero en esos años, lo que comíamos en Berlín era diferente a lo que comíamos en nuestros países”.

En otro de sus libros, Andradi cita al escritor argentino Ricardo Piglia cuando dice, “Vivir en otra lengua es la experiencia de la literatura moderna”. En esta época de grandes migraciones, vivir en otra lengua se ha vuelto una normalidad para mucha gente. Este es un tema sobre el que Esther Andradi ha reflexionado bastante. En 2007, compiló y editó una serie de relatos de autores latinoamericanos que viven en Europa. De ahí este párrafo: “La gran mayoría de los autores y autoras de diversos países latinoamericanos radicados en una lengua diferente a la que escriben, viven entre dos aguas, buscando el reconocimiento en el país de origen, destinatario de sus ficciones. Vivimos en París, como escribía Rubén Darío, pero París no nos conoce”. Con esto nos introducimos en el segundo tema de esta entrevista:

RD: Esther, vives aquí desde hace décadas, pero eres y seguirás siendo una escritora argentina. Berlín no te conoce. ¿Hay algún dejo de frustración en este lamento de Darío?

EA: “Jamás he pretendido ser una escritora alemana. No me interesa. La escritura se define por el idioma. En algún momento consideré la posibilidad de cambiar de idioma para escribir. De hecho, hice trabajos en alemán para la radio”. Pero como su alemán escrito necesitaba correcciones, eso significaba que “tenía que entregar mi soberanía al darles a otros mis textos para que los corrigieran”.

“A mí lo que me interesa es la recepción de mis textos en español. Yo trabajo para un público hispanohablante. Siempre uno tiene un lector ideal en la cabeza, que puedo ser yo misma, y ese lector es un lector español. Cuando escribo sobre temas de acá, trato de trasmitirlos a la gente de allá. Nunca voy a poder escribir como alguien de acá. Porque yo soy de allá. Mi mirada es la de alguien de afuera”.

Fotografía: Esmeralda Gómez Galera

En un artículo publicado recientemente, Andradi se refiere a Witold Gombrowics, escritor polaco que llegó a Buenos Aires a sus treinta y cinco años, y allí se quedó. “Gombrowicz escribió el resto de su obra en Argentina, siempre en su lengua materna, el polaco. En sus años de exilio y pobreza en Buenos Aires sólo unos pocos iniciados lo conocieron. Hoy la literatura argentina lo considera uno de los suyos”.

“Yo interactúo en esta sociedad, pero eso no significa que estoy asumiendo todo lo de esta sociedad ni estoy perdiéndome en esta sociedad, ni disolviéndome en ella. Cuando me preguntan que de dónde soy, digo que, de mi infancia, un pueblecito en la Argentina, como la Comala de Juan Rulfo. La gente ha cambiado, los familiares se han muerto. Eso que viví, ya no existe. Por eso escribo”. Vivir en otro país y en otra lengua no significa que pierdas tu identidad, dice. Se asumen otras identidades. Como un caleidoscopio que se abre. “Mi abuelo el árabe, llegó a Argentina huyendo de la guerra en el Medio Oriente, no legó el idioma a sus hijos… ¡hasta su apellido fue cambiando en el camino”.

“No quiero perder esto. Justamente esto de ser parte de varios mundos es lo que me mantiene viva. Causa conflicto, por supuesto. Soy de aquí y soy de allá. No tengo que elegir. Aquí me siento en casa, Berlín es mi ciudad. Y allá también me siento en casa. Esto se debe a que he mantenido las relaciones, tengo amigos, formo parte de un movimiento literario en Argentina, hay editoriales que me publican. Además, también viví en el Perú y me siento un poco peruana. En algún momento escribiré una novela inspirada en el Perú”.

El escritor extranjero vive con una nostalgia de la lengua, de la cultura. Esto dice Andradi en el prólogo a la antología mencionada antes: “La escritura es el ancla con la que tejen el vínculo con el país lejano, una suerte de istmo en el mar de otro idioma. Sumergidos en la vida en otra lengua, arrasadas la jerga, el habla cotidiana, el sonido de lo insustancial, las interjecciones y, en fin, todo aquello que es el sedimento de lo literario, estos escritores y escritoras cultivan la lengua original con la persistencia de la grama, que cuanto más se la arranca, con más fuerza crece”.

RD:¿En qué estás trabajando ahora?

EA: “Justamente en el tema de la infancia. Es una novela ambientada en un pueblo de la provincia argentina. Una historia de amor de una chica que se escapa con un joven, en un pequeño pueblo, como era el mío. Trata sobre el cine que yo vi de chica que llegaba en pesados rollos de celuloide, un cine que ya no existe. La estoy escribiendo desde aquí, pero todo pasa allá”.

«Berlín es un cuento» es una serie de entrevistas con autores hispanoamericanos residentes en Berlín. El título proviene de la novela de Esther Andradi que lleva este mismo nombre.

Amira Armenta

Todo me interesa... en mayor o menor medida.