Memorias de una Cosmopolilla #6: Federico II El Grande y sus perritos

Dos anotaciones. La primera, que el pueblo alemán quiere mucho a los perros. La segunda, que el escritor germano Berthold Auerbach nos dejó esta frase célebre: “El modo de valorar el grado de educación de un pueblo y de un hombre es la forma como tratan a los animales”.

Tumba de Federico II el Grande en Potsdam

Puede que esto tenga algo de cierto pues yo, por mi parte, puedo asegurar que los alemanes son personas bastante educadas. Antes de que uno suelte el danke (las gracias) ya recogió el bitte (las de nadas). Por ejemplo, en la panadería la dependienta depositará la baguette sobre el mostrador con un:

– ¡Bitte schön!

A continuación, tú le darás el dinero y mientras agarras tu pan de cada día le responderás:

– ¡Danke schön!

Por ejemplo, aquí es de notar que los camareros no sudan la gota gorda como ocurre en España, y esto es porque la gente es paciente y espera su turno. El… «¡Oiga! ¡oiga! ¡oigaoiga! ¡aquí oiga! ¡ché maestro! ¡aquí, por favor ¡oiga! oiga que… ya llevamos esperando…. – si perdone es que… – ¡oiga! oiga! …que ya hace rato que… – si perdone es que… – pero ¡oiga!» y ese intermitente «stst, stst…» que ambienta las terrazas de verano o el restaurante de la esquina, es un fenómeno que aquí no encuentra lugar. Tal vez este revuelo se deba únicamente a una cuestión de temperamento y energía, a esa porción extra de vitamina solar que nos toca.

Los alemanes esperan, forman colas rigurosas y únicamente se irritan si no aprovechas bien tu turno. Sin ánimo de seguir introduciéndome en el tema referente al grado de educación de las personas, voy a lo que realmente me interesaba desde el principio: el perro.

Estando con mi novio Oli en la consulta del médico, nos encontramos en la sala de espera con una conocida, amiga de amigos. Esperando nuestro turno con la paciencia que corresponde entablamos conversación. La tal Ingrid, 36 años, soltera pero con novio, se había tomado una pausa laboral y se había hecho con un cachorro de perro, con lo que ahora, según nos contó, se encontraba completamente ocupada educando al animal.

Menos mal que la secretaria del médico interrumpió el monólogo sobre el canino, llamándonos a consulta. Sólo digo eso.

Meses después por una amiga que tengo en común con la tal Ingrid, me enteré que ésta lo había dejado con su novio, pero que ahora tenía otro que a su vez tenía perro y que al parecer las viejas amistades habían pasado a un segundo plano. Ahora sólo salía con gente que tenía perro a pasear al perro, a intercambiar anécdotas sobre el perro y a otras muchas cosas que tienen que ver con los perros.

Lo de que “el perro es el mejor amigo del hombre”, debería ser precisado y así en mi opinión y citando textualmente a Nietzsche yo diría que “el perro es el amigo más rápidamente servicial del hombre”. Mi novio Oli y yo tenemos una gata, la Susi. La Susi viene a mí cuando se le canta el culo. Cuando la Susi duerme, más le vale ser respetada. Esto no significa que la Susi no me quiera ni yo quiera a la Susi. El perro en cambio siempre acude cuando quiere su dueño y si está bien educado como el de la tal Ingrid, siempre hace lo que se le pide. El perro juega cuando quiere su dueño y te da amor cuando se lo pides. Me parece que al mejor amigo del hombre le robaron la autonomía.

El individualismo o “tendencia a actuar según el propio criterio y no de acuerdo con el de la colectividad” se desarrolla de forma bastante favorable en aquellos que se decantan por las relaciones humano-caninas, alejándose con ello de las relaciones humano-humanas. Que conste que yo no tengo nada en contra de los perros, pero que conste también que sí lo tengo cuando observo lo que un perro tiene que ver con la aversión al ser humano y que conste aún más que sí lo tengo, cuando observo el trato desigualitario al que se ve sometido el niño si hablamos del perro.

Por poner un ejemplo, en el restaurante donde yo trabajaba, cada vez que entraban niños, a mi jefa se le activaba el piloto rojo del sistema nervioso. Por el contrario cada vez que entran perros, a mi jefa se le ensanchaba el alma. El perro entraba y era el primero en ser servido. Antes de que los clientes tuvieran en sus manos la carta, ya le habían puesto al perro su cuenco con agua. Si al pobre niño se le derramaba la salsa de tomate o se le ocurría lanzar un gritito camino de los baños, quedaba sentenciado para los restos. Si el perro bebía cual llegado de un desierto y lo dejaba todo perdido a su alrededor o si irrumpía con sus ladridos, no pasaba nada, pero nada de nada.

Respecto a lo de la aversión al ser humano ahí les mando esta: mi por aquel entonces novio, el artista de muchas cosas, trabajaba en un estudio de tatuaje por el que pasaba de todo lo habido y por haber y, si hago un balance de casos extraordinarios, les puedo señalar uno: el de un cliente que, muy lejos del “amor de madre” y del “Lola para siempre”, pedía el siguiente: “desde que conozco a los hombres, amo sólo a los perros”.

El amor por el mundo canino en Alemania, que atañe también a muchos otros países, no es algo propio de nuestra época, sino que constituye toda una tradición. Haciendo un repaso histórico encontramos muchos ejemplos, pero quizá uno de los más significativos sea el de Federico II El Grande.

El que fuera el tercer rey de Prusia descansa en paz desde 1991 y 250 años después de su muerte al lado de sus once perros en los jardines del palacio de Sanssouci en la ciudad de Potsdam, muy cercana a Berlín. Federico El Grande convirtió a Prusia en una de las mayores potencias de Europa. Sus tareas de gobernante y combatiente no le fueron suficientes y ejerció asimismo las artes de la escritura y la música. Mantuvo una estrecha relación con Voltaire y se rodeó de personajes creadores. Contrario a sus deseos, Federico II fue enterrado a su muerte en 1786 en la iglesia militar de Potsdam y sus restos no fueron depositados al lado de los de sus amados canes hasta que se produjo la caída del muro y con ello la reunificación alemana.

Frases célebres acerca de perros hay millones pero ya que estamos con el ‘rey filósofo’, cierro la presente con una suya:

«Los perros despedazan mis sillones, pero… ¡qué importa! Más cara me saldría una marquesa de Pompadour, y me sería menos fiel».

Revista Desbandada