El mundo de los cómics ha cambiado mucho desde que Capitán América le dio un puñetazo a Hitler allá por 1941. También nuestro mundo ha cambiado mucho. Para entender la Alemania nazi es importante entender qué ha hecho nuestra cultura popular con esa historia, y hoy es el turno de los cómics.
Esta historia comienza en los años cuarenta, cuando los cómics vivían su época dorada y personajes como Superman o el Capitán América habían condensado los símbolos de la nación en coloridos trajes. En los años treinta pasaban sus días protegiendo a los ciudadanos de gángsters, amenazas monstruosas y seres de otros planetas, pero todos esos tópicos pasaron a un segundo lugar cuando en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial.
Durante dos largos años, los Estados Unidos permanecieron atentos a la guerra en Europa sin tomar parte, y en esta calma política, un joven americano de padres judíos, Jack Kirby, abrió el primer número de Capitán América con un sonoro puñetazo en la cara de Adolf Hitler. Era un llamamiento a la acción política, un toque de atención a un gobierno americano que estaba tardando demasiado en reaccionar a las atrocidades del Tercer Reich. Con esta entrada triunfal en el mundo de los cómics, en 1941 Capitán América ya era un eje fundamental del sentimiento patriótico y de la propaganda americana, con más de un millón de ejemplares vendidos mensualmente.
Pero no era el único: Superman y Batman no tardaron en sumarse al carro de la actividad bélica arrojando piedras a las cabezas de Hitler, Mussolini y Hideki Tojo (el líder militar japonés). En 1943, cuando el esfuerzo propagandístico se abría camino en todos los medios de masas, un cómic promedio mantenía sus personajes habituales, que ahora luchaban contra agentes secretos nazis, e introducía nuevos personajes, la mayoría de ellos soldados que celebraban las virtudes heroicas de la guerra o superhéroes que vestían los colores de la bandera americana.
Portada del número 21 de World’s Finest Comics. En la imagen se puede leer «Noquea a las potencias del Eje comprando bonos del Estado».
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, durante décadas se impuso en los cómics lo que el académico Terrence Des Pres llamó “el protocolo hacia el Holocausto”, una serie de reglas no escritas, como la necesidad de representar de manera exacta los hechos acontecidos, la desconexión absoluta del Holocausto respecto a la creación artística, y la pertenencia de los relatos sobre el Holocausto a una esfera intelectual centrada en la literatura y los ensayos.
Este paradigma funcionó hasta que se reabrieron las heridas con la publicación, en 1987, del cómic Hitler=SS, que se acercaba al Holocausto desde el humor negro y la obscenidad. Lo que para su autor Jean-Marie Gourio era la necesidad de hablar sobre el Holocausto y de retratar la miseria humana que realmente trajo al mundo, para las asociaciones de víctimas judías fue un acto de escarnio que llevaron a los tribunales. Este caso abrió el debate de la libertad de expresión en Francia y también en España, donde Hitler=SS sigue, a día de hoy, prohibido.
Habría que esperar a 1991 para que Art Spiegelman, judío e hijo de un superviviente del Holocausto, publicara la aclamada novela gráfica Maus en la que, retratando a los nazis como gatos y a los judíos como ratones, lleva al mundo gráfico el testimonio de su padre. Maus llevó la seriedad de la tragedia, por primera vez, a un nuevo medio, y amplió la difusión de estos testimonios al gran público. Desde el precedente que sentó su obra, las últimas décadas han visto un resurgir de la memoria histórica a través de las viñetas.
Un ejemplo clave de esta preocupación por la memoria es la publicación de Magneto Testament. Quien esté iniciado en el mundo de los cómics sabe que Magneto no es un enemigo unidimensional más, sino que plantea un dilema moral fundamental: frente a un profesor Xavier que predica una política conciliadora, Magneto, que sobrevivió al Holocausto cuando era un niño, ha experimentado en sus propias carnes donde conduce la intolerancia hacia el “diferente” cuando se la deja campar a sus anchas.
Magneto es usado como excusa para introducir a una nueva generación en el complejo tema del Holocausto, usando el mundo de los X-Men como escenario para un relato histórico basado en la persecución, esta vez no de mutantes, sino de judíos. Como explican los autores en un apunte al final del propio cómic, “En una era en la que los negacionistas del Holocausto difunden sus mentiras, hemos hecho lo que está en nuestra mano para asegurarnos de que la historia que reflejan estas páginas guarda absoluta fidelidad con los hechos históricos, y hemos intentado tratar el tema de una manera honesta, cruda y sobre todo humana”. Además, incluyen al final del cómic una lista de fuentes bibliográficas y de lecturas recomendadas, que atestigua su preocupación por la memoria.
En la imagen, una viñeta de Magneto Testament: «No dejes que esto vuelva a suceder».
Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los conflictos se trasladaron al terreno de la cultura. Los cómics, como cualquier otro medio artístico, han disputado el significado del Tercer Reich y del Holocausto, han sido una herramienta de comprensión de las figuras y los mitos de esa época, a la vez canalizando deseos y fantasías. De los puñetazos propagandísticos hemos pasado al ejercicio de la memoria histórica, pero una cosa sigue sin cambiar: lo que sucedió en Alemania el siglo pasado sigue estando de actualidad, y seguirá llenando viñetas mientras el fantasma del nazismo siga recorriendo el mundo.