La Zwischennutzung o uso temporal de espacios en Berlín aparece en el imaginario colectivo como una de las grandes conquistas urbanas del siglo XX. La España actual de la crisis sostenida y la post-burbuja inmobiliaria, que tantos espacios infrautilizados ha dejado, ha retomado en estos últimos años las prácticas activistas de ocupación y gestión colectiva de espacios que Berlín inició en los años 90. La recurrente referencia a Berlín como modelo de gestión sostenible de la cultura y la ciudadanía creo que bien merece una bajada a los infiernos de la historia del activismo underground de la capital a fin de arrojar algo de luz al desarrollo y estado actual de las iniciativas culturales surgidas en torno al uso temporal de espacios.
El uso de espacios temporales en Berlín articula la historia de «la otra cultura berlinesa«, que nace a la sombra de la cultura oficial, de la construcción y reconstrucción de los grandes equipamientos y de las narraciones históricas oficiales. Su historia se inicia con la caída del muro en 1989 y la incapacidad de la administración berlinesa de atender la gestión de la herencia inmobiliaria del este, anteriormente de propiedad pública, y la decisión en 1990 de devolver la vivienda expropiada por el gobierno de la RDA y por la dictadura nazi. Este proceso tardará una década en cerrarse, a lo que se suma el abandono masivo de vivienda en Prenzlauer Berg, Mitte y Friedrichshain, debido a la falta de infraestructura de los Altbau, que contaban con unas condiciones muy precarias de habitabilidad por aquel entonces.
Ateliers de artistas en Raw-Tempel / Sergi Solanas
Esta década de limbo inmobiliario y superávit de espacios en el antiguo este de Berlín permite que afloren las primeras ocupaciones, que adoptan una forma espontánea e individual, a las que le seguirán las ocupaciones organizadas. Ya en el 1990 aparecen, sin embargo, los primeros conflictos con las autoridades que cristalizan en el desalojo de la casa ocupada de la Mainzer Str., en Friedrichshain. Este hecho marcará un punto de inflexión por parte de las autoridades locales que deciden conceder un marco legal a los proyectos de ocupación, en los que se fija un uso temporal de los espacios que oscila de 6 meses hasta un plazo máximo de 10 años.
Las ocupaciones no sólo tenían que ver en este contexto incipiente con demandas relativas al derecho a la vivienda sino con la utilización de todo tipo de espacios tardo-románticos que el escenario de la ruina post-industrial berlinesa ofrecía: clubes montados en sótanos (keller bars), antiguas fábricas utilizadas como ateliers artísticos, galerías y sede de proyectos socio-culturales (Raw-Tempel), start-up´s o solares que constituyen la base de proyectos de vida alternativos hasta la fecha como la comunidad fundada en 1996 Wagendorfs Laster & Hänger compuesta por unidades móviles como caravanas, furgonetas y camiones como base de la vivienda.
Entrada al proyecto de uso temporal «Holzmarkt» / Sergi Solanas
Esta primera fase de la Zwischennutzung o uso temporal de espacios se expande rápidamente por la ciudad, que inmersa aún en el excedente inmobiliario, celebraba la contingencia del evento con todo tipo de proyectos pop-up, muchos de los cuales no aspiraban a consolidarse: un momento en el que, tal y como describe Stidinger «todo parece posible». Este fenómeno, teorizado por urbanistas y arquitectos defensores de los usos temporales como catalizadores de lo urbano, atrae la atención de las instituciones culturales, como la «Goethe Stiftung», que contribuirán al desarrollo de iniciativas socio-culturales surgidas en estos espacios. El «Manifiesto para el cultivo de lo efímero» de Altrock escrito en 1997 condensa el cambio de percepción respecto a las ocupaciones temporales: si a principios de los 90 el fenómeno se concibe como problema, en el 2000 la utilización temporal de espacios se plantea como una de las soluciones a la grave crisis económica que sitúa a Berlín en niveles inferiores a los años 91-92. El texto de Altrock nos proporciona la clave para entender la «huida hacia delante» del Berlín post-industrial: el manifiesto señala los espacios de uso temporal como una de las pocas posibilidades de desarrollo económico que le queda a una ciudad con mucho potencial creativo y poco capital inicial, a la vez que desde el marco europeo se consolida la idea de las industrias culturales como el gran recurso económico del futuro.
Las subvenciones institucionales tanto locales como provenientes de fondos europeos no se hacen esperar y la administración berlinesa, junto con investigadores y urbanistas, pasan a ser co-protagonistas del fenómeno de los espacios de uso temporal, con el objetivo de «integrar» dichos proyectos en el desarrollo urbano de la ciudad. A ritmo de trance, los proyectos basados en el uso temporal de espacios cambian la perspectiva anárquica de principios de los 90 y aspiran a profesionalizarse y a convertirse en proyectos de larga duración, un proceso que se potenciará desde la administración pública en forma de ley en el 2002.
En la segunda mitad del 2000, Berlín ya ha conseguido lo que el gobierno alemán había estado persiguiendo desde la caída del muro: generar un efecto llamada del capital internacional. En pocos años el excedente de espacio de la ciudad desaparece para convertirse en todo lo contrario: en este contexto, la mayor parte de proyectos basados en usos temporales desaparece con el fin del periodo acordado en el contrato, ya que gran parte de los edificios son propiedad privada que cuentan, cual España de los 90, con el plan generalizado de construir vivienda.
Benjamin Otto realiza un análisis del estado actual de este tipo de proyectos en el que muestra la difícil situación de la mayoría de los casos. La mayor parte de los proyectos de uso temporal son negocios gastronómicos cuya relación con el carácter originario de aquellas iniciativas reside en el tipo de contrato que se establece con el propietario. Para el resto de proyectos, la minoría, vinculados al espíritu experimental de los llamados «pioneros» la bonanza económica de la ciudad ha supuesto la precarización o extinción de los proyectos, de los cuales sólo algunos, y gracias a la intervención pública, han logrado salvarse dependiendo del color del Ayuntamiento (al menos algunos años) como el caso de BLO Ateliers o Raw-Tempel.
Vista de las obras del East Side Mall / Sergi Solanas
La mayoría de responsables de este tipo de iniciativas, según Honecke, afirma sentirse utilizados por la administración berlinesa, que en tiempos de gentrificación señala el argumento omnipotente del mercado para justificar la extinción o precarización de los proyectos que, irónicamente, han constituido el motor esencial de revalorización simbólica de la ciudad a través de su actividad desinteresada y en su mayoría, no remunerada. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio.
Por otro lado, esos mismos proyectos socio-culturales de corte inicialmente comunitario, con el tiempo se han convertido, en muchos casos, en una estrategia de supervivencia o autoprotección destinada a los propios artistas, habitantes o gestores de dichas organizaciones, perdiendo el vínculo con la comunidad que originariamente le daba sentido. El Raw-Tempel, en proceso de «zombificación» y con varias amenazas de cierre desde hace años, nunca ha contado con un apoyo vecinal comparable a la tienda de verdura en peligro de cierre el 2015 «Bizim Bakkal» perteneciente al mismo distrito, Friedrichshain-Kreuzberg, y que ha permitido que el negocio esté más vivo que nunca. Este hecho plantea serias dudas respecto a la capacidad mediadora actual de este tipo de organizaciones socio-culturales y en último término, si tiene sentido un modelo de cultura ensimismado en un momento en el que Berlín, azada de desahucio, reclama justamente lo contrario.