Cuentos para niños valientes

A partir de su experiencia con refugiados, Romina Tumini acaba de publicar su libro Geschichten für mutige Kinder / Historias para niños valientes (Editorial Abrazos). Un libro en seis idiomas: alemán, árabe, kurdo, persa, inglés y ucraniano. Tres cuentos que creen en la fantasía y la imaginación como herramientas para reconectarse con la propia fuerza interior después del trauma.

Aquí nuestra charla con la autora y como adelanto exclusivo compartimos con ustedes el cuento «Hay un monstruo en mi espejo» en su versión inédita en español.

¿Cómo surgió, Romina, la idea de estos cuentos?

La idea de los relatos nació de la necesidad de auxiliar tanto a niños en edad preescolar, que habían vivido situaciones traumáticas y se encontraban afectados, como al personal docente que se sentía sobrepasado por la sintomatología y dificultades que presentaban estos niños. En ese entonces trabajaba en Cáritas, en un programa de estabilización para refugiados traumatizados. Dado que soy psicoterapeuta especializada en trauma y además docente de primaria, me convocaron para diseñar un programa de intervención para jardines de infantes con niños traumatizados.

Durante el proceso de planificación y búsqueda de estrategias adaptadas a los más pequeños, no pude menos que pensar en la utilización de cuentos. No solo porque me encanta la literatura infantil sino porque además creo en la capacidad movilizadora que tienen las historias. Ya desde la antigüedad los griegos entendían eso muy bien. Las tragedias griegas estaban diseñadas con el fin de permitir la identificación del público con el personaje principal; de acompañar empáticamente su camino y realizar ese proceso que, a través de las peripecias, las disyuntivas y el sufrimiento común los llevaba a un estado de conciencia superior, a una limpieza del alma, una catarsis. Las historias de la Biblia, las fábulas, funcionan de modo similar, aunque más didáctico que catártico. Y eso es porque nos acordamos mejor de las peripecias de un héroe que de enseñanzas abstractas. Además de que nos despiertan sentimientos propios, permitiéndonos procesar los negativos y activar los positivos. Los sentimientos negativos pueden ser canalizados a través de la empatía con el héroe, y los positivos vuelven a sentirse en el cuerpo y se convierten en un recurso.

Las historias salieron casi sin pensar, y cada una movía cosas distintas. No tienen moraleja, claro, eso no me hubiera gustado. Pero son un punto de partida para pensar y trabajar los miedos, la discriminación, el enojo, la inseguridad, el sentimiento de falta de control sobre el propio cuerpo o las emociones. Por eso se me ocurrió que las historias podían servir como punto de encuentro de los niños con sus inquietudes y con los adultos de su entorno encargados de asistirlos.

¿Quiénes son los niños valientes?

Los niños valientes son aquellos que han atravesado por experiencias traumáticas, difíciles o estresantes y que luchan por volver a sentirse bien, por recobrar el control de sí mismos, por volver a disfrutar de ellos mismos y su entorno. Cuando viví en Grecia, trabajaba en un centro de Rehabilitación de Víctimas de Tortura. Allí me encomendaron diseñar un programa de intervención para ayudar a los hijos de esas víctimas. Allí tuve oportunidad de interactuar con estos niños valientes, que incluso muchas veces, tenían que socorrer a sus padres, asumir tareas de traducción (porque los niños aprendían mucho más rápido que los adultos) y asistirlos en cuestiones diversas. Conocí a estos niños que no solo tenían que sobrellevar sus traumas sino los de los demás. Ellos necesitaban ayuda, estrategias, herramientas útiles, y yo utilizaba el lenguaje (para ellos el griego era nuevo), la lectura, la literatura, como forma de recuperar el disfrute, lo lúdico de las historias y de la creación de sentidos nuevos y de significados para entender lo que había sucedido.

“El libro de Romina Tumini es un libro importante que brinda a los niños ayuda práctica para lidiar con las experiencias estresantes. Es muy adecuado para padres y educadores y permite hablar con los niños, a través de las historias, sobre sus experiencias. El libro trata sobre los efectos de la violencia y la guerra y, al mismo tiempo, ofrece una perspectiva sobre cómo dar a estos niños inocentes un camino de regreso a la vida y permitirles integrarse con éxito”.

Del prefacio de Jan Ilhan Kizilhan

¿Qué importancia tiene para vos la narración de cuentos en la infancia?

La narración de historias fomenta el desarrollo de la fantasía. Y no me refiero al divagar de la imaginación creando sinsentido, sino la posibilidad de imaginar alternativas a la realidad que uno conoce, caminos paralelos, vidas y decisiones distintas. Permite soñar, proyectarse, probar con el pensamiento, investigar otras formas, incluso muchas veces, se convierte en una vía de escape. Quien puede imaginarse una realidad distinta a aquella que lo agobia, tiene el elemento fundamental para cambiarla.

¿Por qué estos idiomas y cómo se hicieron las traducciones?

Los cuentos los escribí originalmente en castellano. Es el idioma de mi imaginación. Lo demás directamente en alemán. Fue traducido, en principio, al inglés, árabe, kurdo y persa. Luego el proyecto quedó parado durante bastante tiempo. Yo cambié de trabajo y al final vino la pandemia, en fin, retomé después de eso. Y entonces ya había estallado la guerra de Ucrania y trabajaba con un grupo de mujeres ucranianas traumatizadas. Entonces agregué la versión en ucraniano porque me pareció oportuno. ¿Por qué esos idiomas y no otros? Son con los que más contacto he tenido atendiendo refugiados. Son los mayoritarios. Tal vez faltaría el francés.

¿Son absolutamente inéditos o ya tenés alguna anécdota de cuando los presentaste en forma oral?

Los relatos son inéditos. Aunque sí los he usado en mis grupos de apoyo a mujeres migrantes. También le gusta a los adultos que les cuenten historias. Recuerdo un caso en particular donde comprobé lo útil que pueden ser estas historias. En la organización donde trabajo asisto a mujeres víctimas de violencia de género. Allí tuve la oportunidad de acompañar, en el juicio contra su agresor, a una jovencita que había sido violada. Es fácil imaginar el estrés que puede sufrir alguien puesto en semejante situación. Antes del juicio le conté la historia de la piedra mágica (una de las del libro) y ella escogió una piedra de mi caja de recursos. Me dijo que la tuvo en la mano dentro del bolsillo de la chaqueta y cada vez que sentía ansiedad o se desesperaba, apretaba fuerte la piedra y pensaba en la historia. Fue un factor que la ayudó a atravesar la experiencia tan dura del juicio.

La fuerza era de ella, estaba en su interior, dormida, olvidada a consecuencia del trauma. Lo que la historia hizo fue ayudarle a reconectarse con su propia fortaleza interior, recordarle que sí podía. De eso se trata la estabilización y la reactivación de recursos. Así es como obran las historias de este libro.


Hay un monstruo en mi espejo

Por Romina Tumini

Sami acababa de volver del jardín y jugaba solito con su pelota en el patio común. Allí donde él vivía había muchos chicos, pero eran un poco peleadores así que él prefería jugar solo. Así estaba más tranquilo.

De golpe apareció un grupo de chicos que volvían de la escuela y le quitaron la pelota. El corría tras ellos pidiéndosela, pero se burlaban. Se la pasaban unos a otros sin que él lograra quitársela. Sami gritaba frustrado.

Cuando estaba justo por alcanzarla en el aire, el chico pecoso que lideraba el grupo lo empujó y lo hizo caer. Sami lloraba —aunque más que el golpe le dolía la injusticia— y los demás se reían. Entonces empezó a sentir un calor que le subía desde las piernas, le inflaba la panza y le hinchaba la garganta casi a punto de reventar. En medio de risas y burlas se oyó un rugido como de fiera enjaulada; potente, gutural, profundo. Después no se supo bien lo que pasó. Porque cada chico contó una versión distinta.

Las madres alarmadas salieron al patio a llamar a sus hijitos. La mamá de Sami se lo llevó casi en vilo hasta adentro. Y lo mandó a la habitación castigado, sin querer escuchar que él había sido la víctima en este asunto. Como siempre. ¡Los otros lo provocaban, lo hacían enojar y al final era a él  a quien terminaban retando!

Un minuto después golpeó la puerta la madre del pecoso, se quejó de Sami con su mamá y le mostró la mordedura que su hijo tenía en la pierna, un semicírculo perfecto.

—Pero eso no puede haberlo hecho un niño —dijo la mamá de Sami.

—¡Claro que sí, fue su hijo! Es inconcebible, ese niño es un peligro.

Sami miró extrañado la mordedura. No podría haber sido él. ¿O sí? Se había enojado tanto que no se acordaba de lo que había pasado. Igual no le dio lástima, ése pecoso siempre lo molestaba.

Se fue castigado a su habitación. Todavía sentía aquel calor en el cuerpo y estaba cansado. Se sentó en la cama. En frente había un espejo. Levantó la cabeza, pero lo que vio allí no fue su reflejo. ¡Sino un monstruo peludo, naranja, con dientes enormes y cola larga! Sami gritó del susto. Y el monstruo en el espejo también gritó. 

Salió corriendo y su mamá lo retó porque aún estaba en penitencia. Pero él huyó igual al patio despavorido. Allí se encontró otra vez con los que le habían quitado la pelota. Que además estaban furiosos con él por la mordedura en el pie del pecoso. Este tenía una enorme curita en el tobillo y  rengueaba exageradamente. ¡En ese momento estaban jugando al fútbol precisamente con su pelota! Sami escuchó un “Grrrrr”. Y no supo de dónde salía. Miró para todos lados y no vio nada.

El pecosito le gritó:

—¿Querés tu pelota? Tomá!  

Y la pateó hacia Sami con tanta fuerza que lo golpeó en la panza y lo hizo caer al suelo. Entonces se escuchó otra vez ese rugido tremendo.

Más tarde, el monstruo que Sami vio en el espejo del baño mientras se lavaba los dientes, tenía el pelo del color de la lava y unos colmillos gigantes. Era un monstruo descomunal. Ya ocupaba casi todo el baño y cada vez que resoplaba le salía humo por la nariz.

Esa noche Sami se durmió con una rabia monstruosamente grande que le apretaba el pecho. Tal vez por eso soñó que el monstruo salía sigilosamente del espejo a la calle y le pinchaba una a una las ruedas de las bicicletas del pecoso y sus amigos.  En sueños Sami sonrió.

Lo despertó de golpe la mamá a la mañana. Las vecinas habían venido a reclamarle que su hijo les había pinchado las ruedas de las bicicletas a los chicos y ella debería pagar los daños.

—Mamá, yo no fui —dijo Sami atónito.

Pero dentro suyo casi se alegró de que alguien le hubiera dado una lección a todos esos. Se la tenían merecida.

—¡¿Qué voy a hacer con vos?! —dijo triste la mamá que ya estaba empezando a desesperarse.

Sami bajó la cabeza avergonzado y sin que le dijera nada fue directo a encerrarse en su habitación.

En la habitación —como ya sabemos— había un espejo. Y en el espejo estaba el monstruo. Pero este monstruo medía un metro y pico, justo como Sami. Aunque tenía los pelos naranja como el fuego no tenía aspecto amenazador. Sami lo miró y el monstruo miró a Sami. Lo miró más de cerca y el monstruo también se le acercó. Sami se animó incluso a alargar una mano hasta tocar el espejo. Y el monstruo hizo lo mismo.

Cuando los dedos se tocaron a Sami empezó a temblarle el cuerpo y gritó asustado. El monstruo también gritó, porque se asustó de que Sami se asustara. Eso asustó más a Sami que gritó tan fuerte como cuando uno ve una película de terror. Y el monstruo gritó del susto de que Sami se hubiera asustado tanto del susto que el mismo monstruo tenía por causa de la cara de asustado de Sami.

Y así se quedaron los dos un rato, gritándose mutuamente, hasta que se les pasaron las ganas de gritar. Entonces se miraron en silencio. Al final se tentaron y terminaron riéndose los dos sin parar. Cuando ya les saltaban las lágrimas de la risa a Sami se le ocurrió preguntar:

—¿Fuiste vos el que mordió al pecoso? —El monstruo lo miró con cara de perro que tumbó el balde.

—Ese pecoso es insoportable —dijo por primera vez el monstruo.

Y su voz se parecía mucho a la de Sami.

—Se lo tenía ganado ese… Pero, pobre, ¿no te parece que se te fue un poco la mano?

—Y, capaz … me había enojado mucho.

—Bueno, igual ¡gracias por defenderme! —dijo Sami.

El monstruo sonrió tímidamente y se fue haciendo cada vez más chiquito, casi como un peluche. Sami también le sonrió.

Después salió de su cuarto y fue a buscar sus juguetes en el rincón de jugar. Ahí encontró a su hermanito chiquito que acababa de destripar el Bobycar miniatura que a Sami tanto le gustaba. De golpe escuchó por lo bajo un “Grrrrrr”. Pero se fue rapidito a su habitación y al monstruo del espejo le dijo:

—No te preocupes, vos quedáte tranquilo, ¡esto lo arreglo yo!

Desde entonces, el monstruo en el espejo de Sami se parece cada vez más a sus otros peluches. Sami prefiere que se quede así chiquitito, así no vuelve a asustarse de él y nadie tiene que pagar por sus desastres. Así pueden seguir jugando juntos y reírse hasta que se les escapen las lágrimas.


Romina Tumini presenta su libro Geschichten für mutige Kinder (Editorial Abrazos) en Berlín el 29 de mayo. Ver aquí.


Romina Tumini ©Denise Claus

Romina Tumini (Argentina,1975) ha vivido en Grecia y actualmente reside en Stuttgart, Alemania. Es psicóloga, psicoterapeuta especializada en trauma y terapia de parejas. Trabaja con mujeres migrantes, víctimas de violencia y refugiados traumatizados. También es diplomada en Escritura Creativa, con un Máster en Creación Literaria y otro en Psicopedagogía Clínica. Autora de artículos y relatos en antologías, su libro de cuentos infantiles y estrategias terapéuticas Geschichten für mutige Kinder se acaba de publicar en Editorial Abrazos.  https://rominatuminicuenta.com/

Todas las imágenes ©Romina Tumini

claudia baricco

(isa.kar.wai) - Un cine real o virtual es el living de mi casa. Los libros son mi otro hemisferio. En un mundo donde todo es político. Latitud: B y B – Buenos Aires-Berlín, dos ciudades de contrastes.

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