En el tango creo

“Creo que Tango es eso
que provoca un clavel en mi solapa,
cuando no tengo ni para claveles,
y voy a verte. (…)
Y es Tango el timbre que suena y suena
en una casa vacía,
y también hay Tango en los ojos
del que llamó y se va, y se va
con su ausencia puesta.
Creo que es Tango
ese abrazo que nos dimos
sin saber si era el último. (…)

Horacio Ferrer, “Credo de amor en tango”

Nacido en los suburbios a orillas del Río de la Plata, producto de la marginalidad y la pobreza, de la nostalgia del migrante y sus melodías transatlánticas, de la cuerda gaucha, de los ritmos africanos venidos en los barcos negreros; lleva el estigma de todo lo descastado, que sobra aquí y allá, que no pertenece pero que reclama su derecho a sentir, a ser, a soñar. Tiene la magia de aquello que pudo haber sido solo miseria y criminalidad, y sin embargo, se volvió arte. Y no cualquier arte; esa música, esa danza que conquistó el mundo.

Cantaba Carlos Gardel (letra de Manuel Romero):

“Este es el tango, canción de Buenos Aires,
nacido en el suburbio, que hoy reina en todo el mundo;
este es el tango que llevo muy profundo,
clavado en lo más hondo del criollo corazón”.

Tiene muchas caras, el tango, diversos elementos, dispares entre sí, que integran una creación notable. Desde mediados del siglo XIX se fue formando esa amalgama que sonaba con flauta, guitarra y violín y de a poco incluyó instrumentos llegados del viejo continente, como el característico bandoneón, del que el poeta Horacio Ferrer dijo: “Ese pajarraco wagneriano que extravió su pasaje de regreso a Alemania porque intuyó que en Buenos Aires iba a nacer ‘Pichuco’”. Ese era el apodo de Aníbal Troilo, un gran bandoneonista —si no el mejor— y compositor de tangos inolvidables. 

©Reiner Akermann

Los inmigrantes trajeron en los barcos sus preciados instrumentos, su pasión por la música, su conocimiento para leerla, escribirla y tocarla. Los hijos de inmigrantes interpretaron en notas la nostalgia del desarraigo, de los suyos y de otros como ellos, y la mezclaron con los silencios de las pampas; plenos de distancias, ausencias y desencuentros. A principios del siglo pasado, letristas como Pascual Contursi y Alfredo Lepera agregaron a la música del tango historias memorables. Poetas maravillosos como Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo le dieron ese carácter definitivamente introspectivo y trágico, denunciando las contradicciones de un mundo descarnado, decadente y fatídico.

Escribió en su poema “El tango”, Jorge Luis Borges:

“¿Dónde estará? (repito) el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y del coraje?”

Los gauchos urbanos fueron los actores principales que le pusieron el cuerpo al tango: los malevos. Sujetos duros y pendencieros, nacidos de la mezcla del indio y del español; parias que no hallaban cabida en ninguna de las dos culturas. Desplazados del campo a la ciudad por la permanente persecución del gobierno, para quien el gaucho era demasiado libre, demasiado incontrolable, y por tanto lo consideraba una amenaza. Ellos se vieron obligados a defenderse a cuchillo, a abrirse camino a empujones, o a hacerse invisibles. A ellas solo les quedó la opción de la indigencia o de la prostitución. Mientras toda una sociedad los ignoraba, el tango los nombró, puso palabras a su silencio y a su soledad. Y el mismo Borges los pronunció así:

“Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.

En la música están, en el cordaje
de la terca guitarra trabajosa,
que trama en la milonga venturosa
la fiesta y la inocencia del coraje”.

Lejos de quedarse anclado en el pasado, el tango es una criatura misteriosa que evoluciona, cambia de forma constantemente, se mimetiza con destreza camaleónica en el sentir de otra gente, de otros pueblos y capta esa dimensión cavilosa y nocturna, pero a la vez lúcida, que lo hace universal y le confiere inmortalidad. Se consagra en una época de oro de grandes orquestas, producciones cinematográficas y discográficas que lo perpetúan en el celuloide y en los oídos de todo el mundo. El tango ya no se baila en tugurios dudosos, arrasa en los grandes salones de París, lo abraza la alta sociedad europea, lo bautiza tangó con champán francés y lo viste de esmoquin.

©Reiner Akermann

Desde Europa vuelve triunfal para desarrollarse más que nunca como danza: del salón al escenario, hasta Broadway sin parar. De la danza social de pareja enlazada, ensimismada, a la exhibición de destrezas acrobáticas y complejas coreografías. Una danza, múltiples manifestaciones; un gigante —sin dudas— que se transforma, le crecen alas nuevas, piel lustrosa con escamas multicolores: nuevos sonidos, nuevos movimientos, charol, lentejuelas, brillantina

La música de Ástor Piazzolla modifica el ritmo acercándolo a lo clásico, alargando las piezas, pero conservando intacto lo melancólico, en inolvidables temas como: “Adiós Nonino”, “Balada para un loco” (con letra de Ferrer), “Libertango” y las estaciones porteñas. A la vez inspira a los bailarines a descubrir infinitas posibilidades, a soñar con más y a crear. El tango electrónico, a su vez, con sus matices más experimentales, amplía los horizontes artísticos del tango. Se le llama “Tango Nuevo”, pero es tango, siempre tango. “Esa diablura”, como dice Borges.

Casi dos siglos de evolución constante han resultado en múltiples formas y expresiones, ninguna de ellas masiva, hueca, insignificante. Porque hay algo que el tango no ha sido nunca: cobarde o indiferente. Y sigue siendo la expresión de lo que crece en la orilla, que se rebela, que no se conforma. Es para los que ansían encontrar algo más allá de la creación estética; que buscan respuestas mirando hacia adentro, y son capaces de enfrentar la propia vulnerabilidad, exponerla a la del otro y arroparla en un abrazo que dura tres minutos o para siempre.

Porque…

“Tango es algo que la noche va silbando
y no está en ningún repertorio.(…)
Y creo que es Tango
cualquier síntoma de canción de cuna
en el día final”.

(Horacio Ferrer)

El tango no pasará jamás.

©Reiner Akermann


Romina Tumini

Romina Tumini nació en Argentina en junio de 1975. Practicó ballet desde niña y en 1994 comenzó a bailar y enseñar Tango, primero en Argentina y luego en Europa y USA (Hollywood). Finalmente se instaló en Grecia donde organizó siete ediciones del Tangogreece, festival internacional pionero en la Hélade. Ha bailado y compartido escenario con los mejores profesionales del tango del mundo.Ya convertida en psicóloga y psicoterapeuta logra aunar sus dos pasiones a través del tango terapia, desarrollando su propia perspectiva: innertango. https://rominatuminicuenta.com/


Reiner Akermann

Reiner Akermann, nacido en Stuttgart, es amante de la fotografía desde hace muchos, muchos años. Tras descubrir su pasión por el tango argentino ama combinar estos dos mundos – para el placer de muchos bailarines…- contacto/infos: tangopirat@gmx.de / facebook

Imagen de portada: ©Reiner Akermann

rominatumini

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