Relato breve de Sebastián Trujillo
Un sueño flotaba en el aire. El hombre, extendiendo las manos arriba del cráneo, con delicadeza lo atrapó. Tenía los dedos cubiertos de anillos. Y el sueño, girando ahora en las líneas de sus palmas, parecía la pintura de otro mundo. Escurrían de sus uñas tinta roja, azul, gris, negra.
Estaba sentado en la inmensa sombra de un árbol otoñal. En algún lugar solitario de la oscuridad había gritado de intenso dolor. Pero entonces besó la lluvia que humedecía la penumbra. Deseó ser justo, salir. De manera que decidió amputarse la lengua con un anzuelo. Similar a un artista del varieté. En su boca enmudecieron por la eternidad palabras doblemente afiladas.
Sacó del bolsillo un pincel. Y, cuando terminó de deslizar el último color en su rostro, abandonó la gigantesca sombra a la que había sido condenado. En principio recorrió, contorsionado hacia atrás, la periferia de la ciudad. Las manos enterradas en la arena del camino. El vientre señalando al cielo. Al revés, la cabeza de cabellos de ceniza.
Contrario al escándalo que hubiera provocado la imagen del personaje, estimuló, en la multitud pobre de solemnidad, el misterioso anhelo de seguir sus huellas. Fue así como una apretujada mancha de ermitaños, delirantes, artistas del hambre y el fuego -ondulantes como la faz del río, e hipnotizados ante aquel sueño encarnado- formaron con él un desfile de rarezas circenses hasta el cementerio de una metrópoli arruinada.
Aquel hombre se irguió. Y erguido y pintado ya no caminaba: levitaba en la superficie. En el cementerio inhumaban a ateos, suicidas, chicas punk, no blancos, hijos de nadie, los forzados a desaparecer y, en cuyo espacio entre las cejas, les quedaba todavía el hilillo humeante de una bala de metralla.
El sol, sepia, resplandecía sobre una fuente en sequía. Y el hombre que levitaba, emulando la magia, se disipó en lo profundo del fontanal. Observando el milagro la muchedumbre empezó a llorar de absoluto amor. En sus pupilas brilló la luz de una resistencia inédita en cualquier momento del pasado y el presente.
Entregados al triunfo surrealista de la vida sobre la muerte comenzaron a posar en el otro una mano como de arcángel. Entonces el mundo asemejó el aspecto de un hermoso disco musical, pero carente de la fisura del centro.
Heridas y sangre secaban al contacto. Desde lo hondo de la fuente una cascada inversa y de colores salió tan disparada que causaba la impresión de mojar el firmamento. El escupefuegos, rodeado de nubes incendiadas, creyó haber nacido de nuevo. Un pequeñín, despojado de los zancos, experimentó la altura de una estrella que iba a salir. Y el agua de la fuente, subiendo y bajando, contenía, si era observada con el tercer ojo, el alma del hombre que levitaba.
Sebastián Trujillo Sanclemente es comunicador social y periodista con énfasis en prensa, egresado de la Universidad Sergio Arboleda, Colombia. Nació en 1993 en Barranquilla. Trabajó en seguimiento.co, periódico virtual de Santa Marta, Colombia. Después de su estancia en Berlín, vuelve a vivir Colombia, entre Cartagena y Medellín, desde donde continúa su colaboración con la revista Desbandada.
Imagen de portada: cuadro de 1998 de Zdzisław Beksiński, clasificado como W6 por el museo del pintor en Sanok (Polonia).