La amiga

Entramos en el enorme parque para perros del antiguo aeropuerto berlinés Tempelhof, un parque de atracciones para nuestros amigos peludos. Suelto la correa y espero a que empiece la magia de la libertad —¡A jugar!—. Sin embargo, no pasa nada. Animo a mi perra a atreverse a dar el primer paso y a acercarse a algún perro pero no pasa absolutamente nada. Mi perra, Gina, nos mira y nos acompaña en nuestro paseo por el parque. Mi amiga Celia también me mira y se ríe —Me recuerda mucho a un fragmento de un libro que acabo de leer que se titula El amigo—. El amigo es la última novela de Sigrid Nunez y ha sido publicada en español por Anagrama en 2019. En ese momento no conozco aún el libro pero intuyo que debe hablar de la relación con nuestros perros y de cómo imaginamos su mundo. O de perros sin ganas de socializar.

El amigo, de Sigrid Nunez

Unos días después me presta el libro y me veo reflejada en los entresijos de la protagonista con su nuevo perro. No compartimos exactamente la misma historia. En el libro la protagonista debe hacerse cargo inesperadamente de un gran danés llamado Apollo cuando su amigo, escritor y mentor, se suicida en la ciudad de Nueva York dejando huérfano a este enorme perro. En mi historia, la protagonista es una perrita rumana que pesa unos 20 kilos menos que Apollo y con la que vivimos tranquilamente dentro del caos berlinés. A pesar de que la trama perruna sea distinta, ambas observamos a nuestros perros con el mismo cariño y curiosidad además de hacernos las mismas preguntas.

Me resulta curioso y divertido leer y reflexionar sobre cómo nos comportamos los seres humanos cuando incluimos un perro en nuestra vida. Nunca me hubiese causado tanto interés este tema si no fuera por Gina y por la persona en la que me he convertido desde que compartimos vida. Hemos atravesado diversas fases y seguimos saltando de una a otra, pasando y retrocediendo etapas con frecuencia. Cuando tienes un perro, sin saber cómo, pasas a ser ese padre o madre que apunta a su hija a clases de inglés —porque le servirá para encontrar un buen trabajo cuando sea mayor—, de violín —es muy importante desarrollar la creatividad y la música es útil para cualquier aspecto de la vida— y de baloncesto —no nos podemos olvidar del deporte, ya se sabe Mens sana in corpore sano—.

Las expectativas que creamos sobre nuestros perros pueden llegar a ser peligrosas. Al igual que ocurre con tantos otros anhelos como pueden ser la crianza, la maternidad y el éxito y desarrollo profesional entre otros. Son tantas las escenas de series y películas en las que vemos a un apacible chihuahua dormir plácidamente bajo la mesa de un restaurante súper transitado de Nueva York. O a ese adorable french bulldog yendo de compras con su dueña. O a esa familia cenando en una cálida cocina americana de un barrio de clase media con su perro de aguas sentado junto a la chimenea. Sin escuchar ni mu. Sin tener que salir escopetada en medio de la cena porque el perro —¡oh, sorpresa!— es también un ser vivo y necesita salir. La realidad con la que te topas al tener un perro no es precisamente esta. O no en todos los casos. Tampoco podría decir que yo desee verdaderamente encajar del todo en esa realidad. Sé que un perro es un animal al fin y al cabo. Y prefiero que mi animal salte libre por el parque, juegue y se divierta (o no) con los perros que se encuentra a que esté sentado cual tote bag debajo de la mesa de un bar mientras tú te tomas tu quinta caña. Y así cada día. Pero para llegar a esta reflexión te has comparado, y a tu perro, con otros cientos de dueños y perritos. Para llegar a este punto has estado hablando de tu perra, de manera inconsciente, la hora entera de tu primera sesión de terapia. Pero eso es algo que a tu terapeuta, con total probabilidad, no le sorprenderá porque no serás la primera dueña perruna que no sepa tramitar la inseguridad de no estar a la altura. De no tener el perro perfecto de anuncio de televisión. O más bien, de no ser tú, la humana, la dueña perfecta. Las expectativas y las exigencias de nuestra sociedad. Benditas sean.

Quizás por eso, la protagonista de El amigo, escritora y profesora de universidad, escribe sobre su perro y sobre el proceso de escritura y todo lo que lo rodea en este libro. Porque cuando estás dentro, después de haber leído veinte blogs sobre entrenamiento de perros, cuando sigues ya cuatro canales de YouTube distintos sobre training, e intentas cuadrar cada plan para que sea adecuado a los niveles de disfrute o estrés de tu perro, ¿sobre qué otra cosa vas a escribir?

Gina

Por eso no nos sorprende, como se explica en la novela de Sigrid Nunez, que sean tantos los escritores y escritoras que dedican sus novelas y cuentos a estos animales. Virginia Woolf, Silvina Ocampo, Leonardo Padura o Borges, entre muchos otros. O Hemingway y Rilke, a los que se menciona en la novela.

Este animal ha inspirado a infinidad de escritores y pensadores. Representado siempre en la literatura como el héroe, el amigo fiel o el miembro que encaja y cierra el núcleo familiar, el perro ha servido de inspiración a la hora de crear historias en distintas épocas, pareciendo alejarlo siempre de las contradicciones y los puntos oscuros de los seres humanos. Cuando leemos historias sobre perros, solemos hacerlo sin ningún sentido crítico porque el efecto que este animal genera sobre nosotros hace que nos olvidemos de todo lo demás, multiplicando así más aún los estereotipos que acompañan a estos animales.

«Flush no era un perro cualquiera: animoso y, al mismo tiempo, reflexivo; canino, sí, pero a la vez extremadamente sensible a las emociones humanas (…) Nos une la simpatía. Nos une el odio. Nos une la prevención contra la tiranía morena y corpulenta. Nos une el amor».

(Extracto de la novela de Virginia Woolf Flush)
Flush, biografía de un perro, de Virgina Woolf

Como le ocurre a la protagonista del libro con su gran danés, Gina y yo también hemos encontrado ese momento en el que no nos pedimos mucho la una a la otra, si no que simplemente disfrutamos de nuestra compañía. Yo me tumbo a leer y ella se tumba a mi lado o se dedica a observar el ajetreo de la calle desde el alféizar de la ventana. Durante estos ratitos, ninguna de las dos tiene expectativa alguna sobre cómo debería ser nuestra relación o nuestra vida. Somos felices así, leyendo juntas.

Gina

También nos encanta pasear. Gina se ha convertido en mi fiel compañera de paseos en el periodo de mi vida en el que más he paseado sola o acompañada por la ciudad. Alternamos los distintos parques con bosques o lagos o simplemente paseamos sin rumbo bajo el cielo gris de Berlín. Y nos convertimos así en la compañía perfecta la una para la otra. Apollo acompaña a la protagonista de El amigo en su duelo por la muerte de su mejor amigo a pesar de que por su edad, su peso y su artritis ya no pueda moverse con la soltura que lo hiciera antes. Gina, en cambio, tiene la vitalidad y la energía que estos dos años de pandemia nos han quitado a muchos y verla feliz corriendo en círculos como una peonza se ha convertido en uno de mis mayores placeres. Mi perra me ha enseñado muchísimo. Entre otras muchas cosas a bajar el ritmo, a apagar esa voz que siempre nos pide hacerlo todo como esperan los demás y a disfrutar de hacernos invisibles tanto en medio de una frenética jauría en un parque como en cualquier otra situación de la que queramos escapar.

Todas las imágenes (a excepción de portada de libro Flux): ©Ana Fernández Pajares

Ana fernández pajares

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