Un relato de Yacu Black.
Hizo bien en no mirar, hizo lo que toda mujer inteligente. Intuyó toda la jugada, todas las pretensiones de un pobre poeta por soltarle un verso atragantado de pájaros. Y que más allá de saberse uno perdedor, un mínimo de optimismo pone las chances siempre en un 50 y 50.
Descubrí de inmediato que no era su literatura. Que, si bien me gustaba, acá pasaba otra cosa. Tenerla enfrente me hizo entender eso otro. Lo que con respecto a ella se venía gestando y no me había dado cuenta. Se reveló para mi suerte, o mejor, para mi perdición una especie de hechizo irresistible. La fotografía se hizo real, entró en movimiento. Al punto tal que haría cualquier cosa por tenerla cerca.
Pero pasó algo curioso; a su vez, esa misma fuerza, de un modo extraño me quitaba del medio, me empujaba lejos. La cobardía festejaba con aplausos y yo masticaba bronca intuyendo una derrota por goleada. Este no soy yo, errante e impreciso falto de timing y poder.
Se necesita todo eso y mucho más para merecer al menos su atención, un gesto, una mirada.
Eso que deseo y no quiero que suceda. Prefiero no volver a cruzarla, no por temor a desearla con locura, sino más bien por no volver a sentir tal frustración. Pero el fuego empuja y siempre trae lo que trae, quema lento y muchas veces te pega donde más te duele. Será mi costumbre, ese mal hábito de correr detrás de una suerte perdida… Sin embargo la tentación es grande y hay que apostar, aunque el fuego queme.
Es cruel saber que todo el contexto es irrisorio e inútil, que solo hay un centro, un punto buscando otro punto que no coinciden pero que se atraen.
Para que esto se entienda, debería arrancar por el principio. La primera vez que escuché un cuento de la «autora pájaro» fue en un programa de radio que se emite en Argentina, el cual reproduje por alguna plataforma en internet. Alguien leyó el cuento de las mariposas. Esa fue la primera vez que supe de ella, de su existencia.
Poco tiempo después pasé por una librería española, para buscar un libro que no recuerdo cual, pero que no tenían. Fue ahí donde me crucé con uno de sus libros, pregunté por su autora. A lo que me respondieron que era muy conocida, que había ganado muchos premios, y que además vivía en Berlín. Compré su libro y efectivamente era el que tenía el cuento de los lepidópteros.
Luego sucedió que un día la mujer de un amigo estaba comentando algo sobre escritores argentinos y mencionó a la «autora pájaro». Me llamó la atención, me dio curiosidad. Ya que hacía tres meses atrás no sabía de su existencia y ahora escuchaba su nombre a cada rato. Solo falta que me la cruce por la calle, me dije, dejando un puente a las casualidades si es que existen.
Semanas más tarde fui a la presentación de un libro, en este caso de la «autora sangre». Cuando llegué ya estaba lleno y a punto de comenzar. Me acomodé al fondo sobre la escalerita de madera que tienen para llegar a los libros de arriba.
La «autora sangre» leyó y comentó cosas interesantes de su literatura y varias anécdotas divertidas. Mencionó un par de veces a la «autora pájaro». Resulta ser que son amigas, y naturalmente ella se encontraba en la primera fila. Fue una sorpresa para mí, totalmente inesperada, encontrar a la «autora pájaro» acomodada entre el público. A mitad de la charla me quedé mirando algunos libros que estaban al lado mío, sobre un estante. Cuando giré para volver a prestar atención al resto, justo a mi lado tenía a la escritora sacando fotos a su colega y amiga. Pude observar de reojo como debajo del pulóver le asomaban sus grandes alas.
Al final sucedió, pasó eso que dependía de la casualidad, del azar, o vaya uno a saber de qué. Pero al contrario de lo que yo imaginaba, ella me vio primero, y no al revés. Ya que cuando me daba vuelta, ella me quitaba la mirada para así poder apuntar con el teléfono. Y fue acá donde sucedió eso a lo que hacía referencia renglones arriba.
Al terminar todos se levantaron y comenzaron a charlar, algunos se fueron y yo me quedé al lado del mostrador, cerca de las empanadas y el vino. Ella hablaba con alguien en el otro extremo, no hice más que observarla y alentar a mi deseo de estar frente a frente. Luego, después de finalizar la charla se dirigió a la parte de abajo donde están los baños. En la sala, el bullicio me era sórdido y abstracto. Las luces no disminuían su penumbra y mi vaso soportaba un vino inocuo de poca altura.
La dueña del lugar comentaba a alguien que habían inaugurado la parte de abajo y que ahora tenían toda una librería. Entendí entonces que ella estaría seguramente mirando libros, ya que se había demorado bastante y no subía.
Al escuchar esto salí disparado. Al bajar las escaleras, en un rincón, como lo intuía, la «autora pájaro» picoteaba un libro. Mi idea fue hacer como que no la conocía, o no sabía quién era. Buscar algún libro cualquiera, encontrar algún pretexto y desatar conversación con este de por medio. Como para tener de qué agarrarme y no flaquear de entrada, quedar expuesto, para no caer en monólogos aburridos.
Por otra parte, me preguntaba a mí mismo si en verdad estaba ocurriendo, o era solo un sueño, una trampa, una broma de mal gusto. Estaba aturdido, todo tan natural y surrealista al mismo tiempo.
Pero era verdad, todo era real. Estaba en el sótano de una librería en el que solo estábamos ella y yo. Nada más y nada menos. Arriba estaba el mundo, todo el universo. En cambio, allá abajo éramos solo nosotros en un presente. No había ni arriba, ni abajo, ni pasado ni nada. Era como un cuento prohibido, pero que debe ocurrir y ser leído. Se percibía como cuando la historia requiere un nuevo capítulo.
Entre los libros de arte hallé uno del Bosco. Busqué una de sus pinturas. Especialmente El triunfo de la muerte, pero no la encontré. Pensé que serviría de excusa para iniciar una conversación más relacionada al arte, evitando presentaciones de por medio. Pero con tal mala suerte, que en ese mismo instante bajó una joven al grito de: ¡Hola! ¡qué placer! ¿cómo estás? Y se quedaron charlando como dos viejas amigas.
Me quedé con el libro en la mano, casi sin saber qué hacer. Trágame tierra, pensé. Se puede ser tan pelotudo. Tuve ante mí la oportunidad de ensueño y la desperdicié por no saber decir hola, por falta de coraje… Entonces decidí meterme al baño. Quería desaparecer, quería convertirme en cientas de mariposas y que al abrir la puerta salieran volando por toda la librería y se posaran sobre ella sin que las aplaste.
Yacu Black es un personaje indómito de la juerga mitológica impenetrable que hace su debut con un cuento que roza lo fantástico tanto como lo verosímil, pero que en todo caso no existe como tal ni antes ni después ni ahora.
Foto de portada: ©Karen Arnold (CC0)