El futuro de Europa

Artículo de opinión de Luis Miguel Fernández López, profesor de Historia

Cuando caminamos por la imponente, neoclásica y marcadamente prusiana Unter den Linden, en el corazón de Berlín, el paseo ha de terminar, o al menos interrumpirse brevemente, para poder admirar la majestuosa Puerta de Brandeburgo. A los lados de esta suerte de Propileos coronados por Niké conduciendo una cuadriga podemos observar varios edificios muy modernos entre los que destacan las embajadas de Estados Unidos y Francia. El hecho de que la República Federal Alemana reservara este lugar tan emblemático para que fueran construidas precisamente estas dos legaciones diplomáticas una vez devuelta la capitalidad a Berlín en los años 90 del siglo XX nos revela la enorme importancia que para el estado alemán tienen las relaciones transatlánticas por un lado y las franco-alemanas por otro. Pero centrémonos en estas últimas. Las disputas por la hegemonía continental y en torno a las regiones fronterizas de Alsacia y Lorena desencadenaron tres guerras entre 1870 y 1945, la última de las cuales a punto estuvo de destruir por completo el viejo continente. La idea de unidad europea que impulsaron a principios de los años 50 Jean Monnet y Robert Schuman pretendía evitar precisamente una repetición de la tragedia recién vivida. La piedra angular de este nuevo proyecto europeo serían la reconciliación y nueva amistad franco-alemana, eje en torno al cual se iría conformando en sucesivas ampliaciones la Unión Europea tal y como la conocemos hoy en día. El proyecto europeo de los últimos 25 años, centrado en la unión monetaria, parecía ir viento en popa hasta que la crisis financiera mundial de 2008 sacó a relucir los enormes fallos de diseño del Euro y con ello, también del proyecto europeo en su conjunto.

En estos momentos pospandémicos de incertidumbre económica y de auge de la extrema derecha xenófoba, de los regímenes iliberales y de los populismos que amenazan la existencia misma de la Unión tenemos que plantearnos de nuevo qué Europa queremos y cómo queremos construirla. Una renovación del proyecto europeo es fundamental para poder salvarlo en su conjunto.

La integración se pensó y diseño desde un primer momento en un plano casi exclusivamente económico. La idea original de Schuman era entrelazar los intereses económicos de los países del viejo continente de tal forma que este vínculo hiciese imposible el estallido de una nueva conflagración europea. Hasta aquí el planteamiento era correcto, dado que ha producido la mayor etapa ininterrumpida de paz en Europa de la historia. Sin embargo el plano político ha quedado  relegado y aún no sabemos demasiado bien qué es exactamente esa entidad denominada Unión Europea, dado que no es ni una asociación, ni una confederación, ni tampoco una federación de estados. En mi opinión es esta indefinición lo que no nos permite avanzar en la democratización de las instituciones europeas, así como en una nueva fase de integración europea mediante la cual superemos la etapa de los viejos estados-nación, que como hemos podido comprobar nuevamente durante la pandemia, sigue igual de vigente que siempre.

Necesitamos actuar de forma urgente en dos planos fundamentales, el político-institucional y el social y humano, para poder seguir avanzando en el deseable proceso de creación de una autentica entidad supranacional, que solo nos concedería ventajas en el marco de un mundo multipolar como es el que cada vez más se perfila en el horizonte geopolítico.

Embajada de Francia en la capital de Polonia.

Las instituciones europeas deben ser reformadas y democratizadas a fondo. El tremendo déficit democrático que padecen las instituciones queda patente en el hecho de que la comisión, que no es elegida por los ciudadanos, aunque tenga que tener el visto bueno del parlamento europeo, sea la que tenga la iniciativa legislativa, y que la mayor parte de las decisiones importantes que nos conciernen a todos, sean tomadas en, utilizando las palabras del ex-ministro griego de finanzas Yanis Varoufakis, „clubes privados», como el ecofin o el eurogrupo. Debemos poder elegir el poder ejecutivo de Europa, ya sea a través del parlamento o por elección directa del presidente de la Comisión y además otorgar iniciativa legislativa al Parlamento. Pero es que además la democratización de las instituciones nos permitiría poder reformar la Unión en sentido progresista y social y acabar definitivamente con la preponderancia de los mercados y los poderes económicos en las políticas comunes.

La legitimidad que le proporcionaría a las instituciones una elección democrática permitiría también ampliar sus competencias y ponernos en el camino directo hacia una confederación o federación de estados, que tendría que ser necesariamente la meta final de todo el proyecto europeo. La democratización de las estructuras políticas de la Unión haría que estados y ciudadanos estuvieran dispuestos a ceder soberanía, dado que se verían realmente representados en la que hoy se percibe como lejana Bruselas. Imprescindible en este camino de mejora de la representación ciudadana sería la creación de una cámara territorial similar al Bundesrat alemán que debería sustituir al Consejo. Todo estado federal necesita de una representación territorial democrática y justa. Los estados ni siquiera han conseguido ponerse de acuerdo en una política exterior y de defensa común y hoy en día las necesitamos más que nunca ante el unilateralismo promovido desde Estados Unidos durante la presidencia de Donald Trump y ahora sorprendentemente continuado por la administración Biden. Este hecho no debe ser tomado en Europa como un problema, sino como una oportunidad de escapar de una vez por todas de la dependencia defensiva y diplomática con respecto a Estados Unidos. La legítima defensa de los intereses geopolíticos de cada estado no debería ser un impedimento para acordar unas políticas comunes en dos áreas tan sensibles como las relaciones exteriores y la defensa. Pero quizá el mayor desafío al que nos enfrentamos actualmente sea el renacer de todo tipo de nacionalismos excluyentes que atacan el corazón mismo del proyecto europeo. El resurgir de los poderes más reaccionarios y oscuros del continente no es una casualidad, la aplicación de políticas neoliberales ha creado el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de ideas y partidos racistas, xenófobos y antieuropeístas ya que una población empobrecida y frustrada suele sentirse atraída más fácilmente por los cantos de sirena de la extrema derecha. La recuperación de las políticas de redistribución de la renta y la introducción de medidas que contribuyan a la justicia social ayudaría a que el éxito de los partidos xenófobos y antieuropeos se diluyese. Debemos tener por tanto una Unión que sea vista por la población como el garante de sus derechos políticos y sociales. Desde la implementación de las políticas de austeridad impulsadas sobre todo por Alemania, las instituciones son percibidas en muchos países europeos, en especial en los del sur, más bien como un instrumento de opresión económico-financiera. Las políticas europeas deberían estar sin embargo al servicio de los ciudadanos y no al servicio de los poderes financieros. A este respecto sería importante que las instituciones democráticamente elegidas por la ciudadanía pudiesen controlar al Banco Central Europeo, que de esta forma podría ser utilizado para financiar y ayudar a cada uno de los estados, evitando nuevas crisis de deuda y la subsiguiente imposición de  medidas de austeridad que perjudicasen el bienestar de la población. Una futura Unión más centralizada y fuerte tiene que ser obligatoriamente un muro de contención frente a las políticas de corte neoliberal. La convergencia económica de todos los estados de la Unión debe conllevar la introducción de políticas sociales equivalentes en todos los países; una educación y una sanidad universales y gratuitas, un seguro de desempleo similar en todos los países de la Unión, así como una armonización fiscal y una unión bancaria. La ciudadanía europea no puede sentirse abandonada por parte de sus instituciones, ya sean locales o supranacionales, en cuanto a sus derechos sociales, ya que las políticas austericidas aplicadas desde 2008 son una de las principales causas de la cada vez más amplia desafección hacia la idea de Europa. En este sentido fue un alivio comprobar que a pesar de las resistencias de los egoístas y banales gobiernos “frugales”, la UE reaccionó por primera vez de forma adecuada ante la enorme e inédita crisis desencadenada por el COVID-19, financiando la reconstrucción de las economías más golpeadas por la pandemia pero condicionándola al avance de la cada vez más necesaria transición energética. Esperemos que este camino no tenga vuelta atrás, aunque la victoria de la socialdemocracia alemana en las elecciones recientemente celebradas en la “locomotora de Europa” nos de una halo más de esperanza. Debemos estar atentos también al cambio que este nuevo rumbo pueda originar en la ciudadanía en cuanto a su percepción de la UE.

En una Europa más unida política e institucionalmente deberían estarlo también sus ciudadanos. El Brexit ha sacado a relucir uno de los principales fallos en la arquitectura de la Unión, la inexistencia de una auténtica identidad europea.  Desde principios del siglo XIX los países europeos intentaron crear estados-nación homogéneos, algo extraordinariamente difícil en una Europa caracterizada durante todo su historia por todo lo contrario. Precisamente en esas sociedades multiculturales es donde se han escrito algunos de los capítulos más brillantes de la historia de la humanidad, y donde floreció la cultura, el arte y el desarrollo tecnológico, algo que no suele ocurrir en sociedades homogéneas y monolingües. La desaparición de los imperios multinacionales tras la Gran Guerra, el auge de los fascismos, la II Guerra Mundial y el genocidio judío contribuyeron decisivamente a la formación de sociedades tediosamente monolingües y homogéneas culturalmente en toda Europa y la desintegración de la antigua Yugoslavia en los años 90 del pasado siglo terminó con prácticamente el último estado multinacional del continente. Es un oxímoron el pretender crear una entidad supranacional con intereses comunes y basada en los principios de solidaridad y corresponsabilidad con estados que en realidad son compartimentos estancos. La futura Europa unida debe estar conformada por sociedades abiertas, modernas e multiculturales. El proyecto europeo, ideado y liderado por élites económicas, sociales y políticas ya de por si cosmopolitas y plurilingües, debe ir extendiéndose en estos mismos términos entre el resto de la población. Los estados deben adaptar sus políticas educativas para formar a ciudadanos cada vez más plurilingües, toda vez que la instauración de una «lingua franca», con la salida de Gran Bretaña de la Unión, es hoy altamente improbable, al menos en lo que respecta al inglés. Los programas de intercambio académico y laboral deben ser reforzados y fomentados para que un porcentaje cada vez mayor de la población pueda hacer uso de ellos. El conocimiento y dominio de al menos dos lenguas oficiales de la Unión facilitaría mucho más la movilidad entre países así como la integración de quién desease cambiar de residencia e instalarse en alguno de los diferentes países europeos. Con el tiempo, de  la mezcla de población y los descendientes de familias multinacionales, multiculturales y multilingües surgirá la verdadera identidad europea, que haría que la Unión fuera prácticamente indisoluble y sería mucho más difícil que se produjeran nuevos abandonos de países miembros, dado que los lazos afectivos y emocionales son mucho más difíciles de destruir que cualquier otro. El siguiente paso sería la implantación oficial de la ciudadanía europea, así como de partidos políticos, sindicatos y diversas organizaciones supranacionales que ayudasen a seguir superando la caduca etapa de los viejos estados-nación. Si queremos poder garantizar a nuestra población un nivel de vida digno y contribuir de forma efectiva a la tan necesaria defensa del medio ambiente y de los derechos y libertades en todo el planeta, tenemos que prepararnos para converger en una nueva entidad posnacional y posestatal pero al mismo tiempo profundamente democrática, que podría convertirse en el faro que guiase al mundo hacia una nueva época cuyos pilares fuesen las libertades y derechos sociales, el bienestar y la inevitable defensa del medio ambiente.


Este artículo apareció en su primera versión en Público.

Embajada de Alemania en Varsovia, Polonia, país en el que gobierna un partido euroescéptico.
Revista Desbandada

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