“¡Vivas nos queremos!” fue uno de los cánticos y eslóganes principales de este 8M. Y vivas, juntas y luchando por una misma causa, nos reunimos este pasado domingo 8 de marzo en el berlinés Warschauer Brücke, punto de encuentro de la manifestación por El Día Internacional de la Mujer convocada por el colectivo Alliance of internationalist feminists, en la que estuvieron representados distintos colectivos de mujeres de todas las nacionalidades, religiones y razas que marcharon, juntas, hasta la cárcel de mujeres de Lichtenberg.
El 8 de marzo se reunieron unas 20.000 personas en esta concentración que partía desde el barrio berlinés de Friedrichshain. Mientras tanto, otras manifestaciones tenían lugar paralelamente, como la principal de ellas, que partía de Wedding con destino Alexanderplatz, o como la convocada por un colectivo de mujeres artistas en la Alte Nationalgalerie.
©Ana Fernández Pajares ©Ana Fernández Pajares
Pero en esta concentración no estuvimos todas, ni en las demás que se convocaron en Berlín, ni en tantas otras manifestaciones que tuvieron lugar este domingo en tantas partes del mundo. Faltaron, en todos estos lugares, todas las mujeres que nos han matado. Todas aquellas a las que les quitaron la vida. Faltaron todas las que, por miedo a las represalias, las palizas y los gritos, no se atrevieron a ir. Faltaron aquellas que no pudieron ir por estar cuidando a un miembro de su familia y no tener ningún apoyo ni ayuda. Faltaron las que quisieron ir pero aún no se atrevieron. Faltaron muchas mujeres nicaragüenses, aquellas a las que, no solo por la violencia machista sino también por la violencia de Estado de su país, no se les permitió marchar de manera segura, pero a las que no les fallaron sus hermanas en Berlín, gritando fuerte por ellas. Faltaron las que no pudieron ir porque sus parejas, en algunas partes del mundo, no se lo permitieron. Faltaron todas las mujeres desaparecidas. A las que un día “se las tragó la tierra”, pero que, en realidad, no fue la tierra, si no un estado patriarcal que permite que desaparezcan, se maten y se maltraten mujeres cada día en muchos países del mundo, y no se haga nada.
Pero, por y para todas estas mujeres, estuvimos muchas otras, que desde nuestro privilegio, sí pudimos ir y luchar unidas por un feminismo interseccional. Que no se olvida de ninguna raza, color, religión, condición económica ni orientación y condición sexual. Que no se olvida de las mujeres trans y sus derechos ni de los derechos del colectivo LGTBI. Que no se olvida que hay muchos tipos de mujeres y no solo uno. Un feminismo que, en el que caso de todas las miles de mujeres reunidas este domingo por el Día Internacional de la Mujer en Berlín, no se olvida de ninguna de ellas. El mensaje fue claro durante toda la jornada, la revolución será feminista o no será y la revolución feminista será interseccional o no será. La lucha de este nuevo feminismo es además una lucha solidaria que cree que no se puede hablar de feminismo si no se habla de antirracismo como parte de esta lucha.
Otro punto importante durante toda la jornada fue la internacionalidad de la manifestación. Había mujeres representando a España, representando a países de Latinoamérica como Chile, México y Argentina, pero también a países como Turquía o Líbano. El argumento general fue la necesidad de apoyar a las mujeres de otros países y de denunciar el acoso y la persecución que sufren aún las mujeres en muchos países. Se quiso demostrar que, desde Berlín, luchamos también para que se nos oiga en todo el mundo y para acabar con la injusticia del machismo.
Quizás las condiciones actuales en muchas partes del mundo nos hacen pensar que es difícil acabar con el sistema en red que es el patriarcado y que nos afecta en cada ámbito de nuestra vida, pero sí podemos solicitar cambios que, poco a poco ya van modificando nuestra forma de pensar, nuestra sociedad, nuestra política y nuestra convivencia. Aunque quede mucho por hacer.
©Ana Fernández Pajares ©Ana Fernández Pajares
Esos cambios que este domingo gritábamos de la mano, son los que pedimos cada día del año. Pedimos que se acaben los femicidios que se producen cada día. Que se acabe la violencia machista. Que no se nos viole ni se nos agreda sexualmente de ninguna manera. Que no se violen ni agredan a niñas menores de edad. Pedimos cobrar igual que los hombres, que se nos reconozca laboralmente y no se menosprecie nuestro trabajo y labor. Pedimos que en todas las partes del mundo las niñas tengan derecho a una educación, que no se les explote laboralmente. Que se las deje ser niñas. Que esas niñas tengan los mismos derechos que los niños de su edad. Que las leyes para acabar con la violencia machista mejoren y funcionen. Que no se ignore a aquellas mujeres que solicitan ayuda, refugio o asilo. Que nos dejen abortar de manera libre y gratuita. Que no nos hagan arriesgar nuestra vida por ello como ocurre en El Salvador y Honduras. Que podamos salir de casa y volver de noche sin tener miedo, no como ocurre en tantos países de Latinoamérica o Europa. Que no nos juzguen por la forma en la que nos vestimos o por si bebemos y volvemos borrachas a casa, como ocurre en España. Que no se nos juzgue por nuestra orientación sexual, por nuestras relaciones sexuales ni nuestro tipo de vida. Que no nos asexualicen ni nos mutilen como en Uganda, Kenia y Guinea-Bisáu. Que no nos hipersexualicen cuando somos tan solo niñas ni nos obliguen a prostituirnos siendo menores, como en Tailandia. Pedimos que no se nos explote sexualmente, que no vendan nuestros vientres. Que no se nos impongan leyes sobre nuestro cuerpo, creadas además en su mayoría por hombres. Pedimos que no se nos haga elegir entre ser madre o ascender en nuestros trabajos, o simplemente entre ser madre y seguir trabajando. Pedimos una maternidad más justa. Pedimos que no se nos juzgue por no ser la madre y mujer perfecta. O por no querer ser madre, como si fuera un rol impuesto y el único papel y deber de la mujer. Que no nos impongan con quién debemos casarnos, como en India. Pedimos un feminismo que luche contra el racismo, que no se cebe con los derechos de las inmigrantes trabajadoras en muchos países, como ocurre en los campos de Andalucía. Pedimos ser libres, al igual que ellos. Pedimos no hacer del miedo nuestra conversación común.
©Ana Fernández Pajares ©Ana Fernández Pajares
No tenemos certeza de que estos cambios se consigan pronto ni de que se consigan todos. No tenemos certeza de que se nos escuche siempre, ni el día 8 de marzo ni ningún otro día. Pero la magia y fuerza de una manifestación feminista nos hace, al menos, sentirnos más fuertes. Más acompañadas. Más unidas.
Quizás muchas se fueron a casa el domingo pensando que todo ese esfuerzo puesto por parte de tantos colectivos que organizan la manifestación, que se reúnen, planifican y conversan sobre el recorrido y sentido de la misma, o el esfuerzo por parte de todas aquellas mujeres que se pintaron la cara, hicieron pancartas o que, simplemente, acudieron ese día, no servirá para mucho. Quizás algunas se fueron haciéndose preguntas, dudando y pensando si el hecho de manifestarnos sirve más para sentirnos bien con nosotros mismas que para conseguir un resultado real. Pero, para la gran mayoría y con suerte también pronto para ese pequeño grupo que aún duda, la sensación de empatía y hermandad fue la sensación que nos llevamos a casa.
La lucha y energía se contagia. Y de este 8 de marzo, como viene pasando desde hace varios años en este día, salimos todas más unidas y fuertes. Salimos con esa idea dando vueltas por la cabeza de que, ahora que estamos juntas, ya no hay vuelta atrás.
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Al menos en la Manifestación de Madrid no estuvieron todas, desde luego.
No estuvieron muchas mujeres que consideran que el feminismo actual criminaliza a todos los varones por hecho de serlo, sin distinguir entre una ínfima minoría de varones delincuentes y una amplia mayoría de varones que no lo son.
No estuvieron las mujeres de Ciudadanos, a las que otras mujeres expulsaron de la manifestación por no pensar como ellas. Sí estuvieron representadas las trabajadoras sexuales feministas, aunque tuvieron que soportar los insultos (y alguna agresión) de otras mujeres del colectivo abolicionista.
No estuvieron muchas mujeres que llevan luchando décadas en pos del feminismo y que ahora luchan contra la ideología queer y la invisibilización de la mujer biológica como sujeto político.
Las mujeres no son un corpus homogéneo, y ningún colectivo o ideología debería arrogarse el monopolio de la representatividad de todas las mujeres.
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