En 1975, David Bowie había roto definitivamente con la ilusión glam de Ziggy Stardust y sus versiones más oscuras: Aladdin Sane y Diamond Dogs. Para ese entonces, una nueva fascinación estaría por llegar a su vida: el soul de Filadelfia que le daría paso a la música disco. Esa combinación de soul, funk y rhythm and blues que dominó la escena americana de los 70 fue clave para el origen de Young Americans, álbum que Bowie se encargó de clasificar como plastic soul, quizás evidenciando su carácter artificial: “los despojos de la música étnica tal como esta logra sobrevivir en la época del Muzak rock, escrita y cantada por un inglesito blanco”, dijo en una entrevista. Para el crítico musical Simon Reynolds, “otro sentido de la palabra plástico es moldeable, lo que daba a entender que, en última instancia, el soul no era más que otra fase del siempre cambiante Bowie”.

Fotografía de Jean-Luc (Flickr) bajo licencia CC BY-SA 2.0
Luego de esa experiencia de la que saldría uno de sus primeros hits, Fame (grabado con John Lennon), Bowie empezó a descender en una espiral depresiva que lo llevaría a Los Ángeles, la ciudad donde vivió su infierno personal y donde nació su personaje más siniestro, el Duque Blanco. Años de cocaína, oscurantismo y paranoia que lo dejaron al borde de la locura. Como un vampiro esquelético, Bowie estaba sumergido en la astrología, la ufología, la magia sexual de Aleister Crowley, el gnosticismo y todo un ensamble complejo de creencias. Un libro clave de ese periodo intenso fue Autodefensa psíquica, de Dion Fortune, que le enseñó a defenderse de ataques mágicos. También cayó en una oscura atracción por el fascismo que lo llevaría a hacer varios comentarios desafortunados. “Mi vida comenzó a transformarse en un mundo fantástico, nihilista y extraño lleno de una sensación de ruina latente, personajes mitológicos y un inminente totalitarismo”, recordaría.
A pesar de su frágil estado mental, fue un periodo de gran creatividad para Bowie. En 1976 compuso el papel de Thomas Jerome Newton, protagonista de la película de Nicolas Roeg, The Man Who Fell to Earth, basada en la novela homónima de Walter Tevis. La historia lo muestra como un extraterrestre que deambula por el mundo intentando regresar a su planeta. El personaje, de alguna manera, marca una continuidad con la búsqueda conceptual que Bowie venía haciendo con Major Tom y Ziggy Stardust. Ese año también aparece uno de sus trabajos más significativos, Station to Station, un álbum que marca una transición entre su anterior inclinación por el soul y su nuevo interés por el krautrock. Pero más allá de sus importantes resultados artísticos, su vida estaba al borde de la autodestrucción. “Me sentía total y completamente solo”, llegó a decir sobre ese momento. Entonces decidió reconectar con sus raíces europeas y hacer un viaje transformador. El destino no sería su conocida Inglaterra, sino una ciudad que lo cambiaría todo: Berlín.

Fotógrafo Helge Øverås – CC BY 3.0
Fascinado con el expresionismo alemán, la decadencia aristocrática y la música retrofuturista de Kraftwerk y NEU!, Bowie llegó a Berlín junto a su amigo Iggy Pop, quien para ese entonces había vivido su propio derrumbe personal. Ambos compartían una intensa pasión por el superhombre nietzscheano que había terminado el delirios fascistas. La estadía berlinesa implicó una reconfiguración mental, artística y social. En principio tenía que ver con alejarse de la adicción a la cocaína y a otra droga igual de poderosa: la fama (el lugar donde “las cosas están vacías”, se escucha en Fame). La capital alemana les ofreció la posibilidad de volver a ser personas comunes y salir del traje asfixiante de estrella de rock. En términos creativos fue un proceso radical. Iggy rompió con su pasado crudo de The Stooges y presentó su debut solista: The Idiot, un álbum atravesado por las inquietudes sonoras y estéticas de Bowie. Esas inquietudes tenían que ver con la búsqueda de un nuevo lenguaje musical en donde otro artista fue clave: Brian Eno. Alejado de Roxy Music, Eno venía trabajando en composiciones introspectivas, meditativas y conceptuales que lo convertirían en pionero de la música ambient. Juntos empezaron un trabajo que marcaría un antes y un después en la carrera de Bowie: la Trilogía de Berlín.

Fotografía de OTWF bajo licencia CC BY-SA 3.0
Compuesta por los álbumes Low (1977), Heroes (1977) y Lodger (1979), la trilogía fue un gran salto musical en la obra de Bowie que le permitió tomar distancia del rock y explorar los climas retrofuturistas del krautrock. En esos años se consolidaba el punk en la escena británica y americana, pero Bowie estaba más interesado en la música experimental alemana. Uno de sus álbumes favoritos de aquella época es Epsilon in Malaysian Pale, de Edgar Froese. Además de la transformación musical, Berlín implicó un cambio profundo en su manera de cantar e interpretar las canciones, alejado del artificio característico de sus personajes. Sobre todo en Low, se trata de un Bowie desnudo que habla de su vacío. “A veces te sientes tan solo, a veces te sientes en ninguna parte”, se escucha en Be My Wife. Una desolación que también se puede advertir en una de sus obras maestras, Warszawa. Después vendría Heroes, un álbum más sofisticado, con su canción principal que no sería un éxito inmediato pero se convertiría en un himno de Bowie, donde se puede escuchar la guitarra de Robert Fripp. Y Lodger sería la despedida de Berlín, con un sonido más cercano a lo que haría en los 80. La Berlín de Bowie fue el resultado de una crisis que terminó en revelación y que lo dejó posicionado para lo que vendría después: una carrera con éxitos y fracasos que se impondría a fuerza de experimentación, curiosidad y reinvención. “Sólo soy la persona que la mayoría de la gente cree que soy”, dijo alguna vez.
…
Fotografía de portada: Gabriel Bassino en Unsplash