Música inaudita (Unerhörte Musik)

Cuando llegué a vivir a Berlín hace tres años, una de mis expectativas era la oferta de música clásica que una ciudad como esta podía ofrecer al público. Pues bien, no me equivoqué. La variedad de salas, grandes y pequeñas, lujosas y sencillas, de precios exorbitantes o irrisorios, en las que se puede disfrutar de un concierto con toda una orquesta, o de un sencillo recital de un solo instrumento, es enorme. Además, en este campo, en Berlín hay para todos los gustos: desde el típico repertorio del siglo XIX -Schubert, Schumann, Brahms, Mendelssohn Bartholdy…, que los músicos no se cansan de interpretar y los del público no nos cansamos de oír- hasta la música que se compone en estos días, que todavía no ha escuchado nunca nadie, y que probablemente no muchos tengan la oportunidad de escuchar alguna vez en un teatro cerca de casa. La música clásica contemporánea es un dominio difícil de penetrar.

Así que, mientras todo el mundo sabe que Berlín es la sede de una de las mejores orquestas filarmónicas del mundo, que cuenta con tres salas de ópera de alta calidad por donde pasan los grandes cantantes líricos del momento, en cambio casi nadie sabe que en la BKA, Berliner Kabarett Anstalt, una sala de varietés en el sector de Mehringdamm-Kreutzberg, todos los martes en la noche se puede escuchar la más insólita música que se esté componiendo en los años que corren.

El público de música clásica suele ser por lo general muy conservador. Cuando Stravinsky estrenó su ballet Consagración de la Primavera en 1913, en el teatro de Champs-Elysées de París, la sociedad parisina lo abucheó. ¡Aquéllo no era música! Casi toda la crítica destrozó una pieza que contravenía las formas melodiosas de la música del siglo precedente. Ahora Stravinsky es ‘normal’, nadie se escandaliza por los contrastes de sus trabajos sinfónicos.

El público necesita tiempo para adaptarse a lo nuevo. Me pregunto si lo que se escucha ahora en los conciertos de los martes por la noche en la BKA se volverá algún día una música convencional, programable en cualquier teatro de cualquier ciudad del mundo. Composiciones experimentales, de sonidos a veces extravagantes, y ruidos generados por instrumentos no muy habituales; y cuando lo son, cuando se trata de un piano, un violín o un contrabajo, entonces estarán preparados con elementos que transformen/deformen el sonido que habitualmente producen. A veces la composición es una ausencia de sonido, inspirada sin duda en la famosa pieza del compositor estadounidense, John Cage, 4’33 (1952),en la que el músico se sienta ante el piano (puede ser otro instrumento) y simplemente espera a que pasen cuatro minutos y treinta y tres segundos. Se dice que la idea de Cage es que todos los sonidos que se producen en la sala durante ese lapso de tiempo, toses, gruñidos, ruidos de cosas al caer, etc., formen parte de la pieza. Ello a pesar de que, para otros, 4’33 es una obra maestra del silencio. Sea lo que sea, es la obra más conocida de Cage.

Este es el tipo de cosas que se oyen en Unerhörte Musik, una institución que lleva ya 30 años programando estos extraordinarios conciertos. A comienzos de los años 1990, éste era el escenario para los jóvenes compositores y el público interesado de la ciudad recién reunida. Con frecuencia, los solistas o los conjuntos de música de cámara componían especialmente sus piezas para interpretarlas en esta sala. A menudo también, estas composiciones tienen un acompañamiento teatral e incluyen toda clase de instrumentos insólitos, y una avanzada tecnología de medios de comunicación.

Este fue el caso de uno de los conciertos de enero de este año, a cargo del Girr-Duo, dos jóvenes músicos que tocan toda clase de instrumentos de cuerda y percusión. Incluso sus propios cuerpos pueden hacer las veces de caja de resonancia, como se apreció en una de las piezas –Retrouvailles, del compositor greco-francés, Georges Aperghis– en la que los cuerpos reemplazan la batería. La escena estaba llena de gongs de todos los tamaños, xilófonos, platillos, tambores, timbales, cajas, y objetos relacionados, que junto con la voz y los gestos de los intérpretes logran un efecto imprevisible.

A un lugar como éste la gente va, no a oír lo que ya conoce, sino justamente lo que no conoce, lo unerhörte. La gente va para dejarse sorprender por las nuevas expresiones del, a veces, críptico campo de la música contemporánea en su dimensión más experimental en búsqueda constante de nuevos estímulos, de nuevos efectos. El ambiente, un teatro de cabaret con su iluminación de colores, mesas y bar, no puede ser más relajado. En la sala podrían entrar fácilmente unas cien personas pero nunca hay más de una treintena (al menos, las veces que yo he estado), por lo que, aunque ésta no sea la intención, la música que se hace allí le llega solo a una minoría. Por ahora. Porque, quién sabe, quizá dentro de cincuenta años, algunas de estas unerhörte composiciones podrían ser parte del menú corriente de salas clásicas como la Konzerthaus de Berlín, u otras por el estilo.

Amira Armenta

Todo me interesa... en mayor o menor medida.