Cuento breve de Sebastián Trujillo
La pequeña bailarina, a través del ventanal, observaba un cuervo salpicar el aire de burbujas plateadas. Estaba tumbada en el sofá. De pupilas azules y en espiral. Las burbujas flotaban a cada picotazo incrustado en sus alas enlutadas. El ave actuaba desde el cableado eléctrico enmarañado en el cielo de la ciudad. Era una estupenda bailarina. Sonreía en semblantes de piratas dibujados por vagabundos del Caribe. No escaseaba dinero en la cuenta bancaria. Heredaba, en el fondo del mar, tesoros escondidos del Rey Midas. Se había rajado el pie. Danzando el número consistiendo en, justo después de rodar el telón, valsar sobre una navaja del teatro. Su único sueño, a los treinta y tres años, yacía destrozado en un talón de porcelana.

Su chico la miró. Escuchaban Rock en el estéreo. Era una estancia agradable en la tormenta. Pero su lengua de cenizas provocó la aparición de la rueda del viejo circo. El viejo circo ubicado aquí y en el más allá. La rueda, invisible y fantasmal, giraba en el suelo de cualquier lugar. En alfombras de espirales. Pistas de hielo. Cuando él preguntó: “¿Me amas?” Ella arrojó el cigarrillo, el café de la mañana. Trozos de piña. Resplandeciendo en la atmósfera gris y musical de la sala. Agarró la mochila y se largó. Sin explicar un carajo.

En el sereno, rociando nuevamente el bulevar, pensó, en la real y desagradable mirada clarividente de su estúpido chico. Corrió a la estación subterránea del tren, dando la impresión de necesitar un bastón. Se arrancó trozos de cabellos dorados. Con una tijera oxidada. Lucía resistente, eternamente confundida. Abordó el vagón. Y, tras recorrer Berlín y parte de su dimensión subterránea, desembarcó en Alexander Platz. Llevaba gafas polarizadas.
Había danzado, hecho malabares. Causaba la impresión de volar, de contemplar, en visiones oníricas, al Artista del Trapecio. Aunque solo fuese un truco grotesco agarrado a tubos y maniguetas del azar. La gente le dio plata. La gente aplaudió. La gente le dijo artista. Tocaron el saxo. Dos o tres pasajeros se burlaron.

En Alexander Platz su chico evocó a Alfred Döblin y los vendedores de periódicos de su libro. En la estación su chico la esperaba. Acostumbrándose a las rutinas de Berlín. Ratas y cucarachas trepaban los zapatos de multitudes marchando más abajo del suelo. De manera consuetudinaria, la pequeña bailarina y su chico interpretaban escenas desplomándose en la existencia, manchados de maquillajes bufonescos, en entornos de lluvia sepia; a blanco y negro. Misteriosamente lograban levantarse antes de contar hasta diez. Remendados. Milagrosos. La pequeña bailarina derramó las últimas lágrimas de la rutina. Tras los lentes. Se abrazaron. Y, en el brillo mágico de las profundidades de la Tierra, los clavos del infierno, perforando el alma, desvanecieron momentáneamente. Emulando la velocidad de trayectoria de estrellas fugaces del firmamento. Regresando a la calle Stettiner, en Gesundbrunnen, un beso los unió. Gesticulando semblantes infantiles, de pureza, sospecharon saborear el Absoluto. La rueda de circo descendía por las escaleras del edificio donde residían. Tropezó en las botas otoñales de una chica con semblante de princesa. Debía tener 18 o 20 años. Parecía los dados de un casino, el clavel más hermoso levitando en la suerte para derrumbarse en un evento llamado fiesta, vida. Buscando a Bob Dylan en la colección de discos, él deseó pintar, al óleo, fuegos artificiales. El caos. Contempló los pinceles, la paleta de colores. Prefirió echarse en el sofá. Con la pequeña bailarina, su chica. Un güisqui a las rocas. Tabaco. Hicieron un amor demente, triste. Sin embargo, al formarse una centella rajando el cielo, y oyendo a Dylan cantar “que algo todavía no oscurecía” creyeron ser felices.
Sebastián Trujillo Sanclemente es comunicador social y periodista con énfasis en prensa, egresado de la Universidad Sergio Arboleda, Colombia. Nació en 1993 en Barranquilla. Trabajó en seguimiento.co, periódico virtual de Santa Marta, Colombia. Después de su estancia en Berlín, vuelve a vivir Colombia, desde donde continúa su colaboración con la revista Desbandada.