La no por esperada menos celebrada dimisión del primer ministro británico Boris Johnson es una mera victoria pírrica dentro de la cruel guerra que estamos librando contra la demagogia, las mentiras y la degradación de la democracia representativa en la que estamos inmersas las sociedades occidentales desde hace ya demasiado tiempo. Al contrario que Mr. Casarejos, no pienso que la figura de Boris Johnson sea en lo personal especialmente tóxica, de hecho me consta que es un tipo culto, inteligente y con un gran sentido del humor. En su último evento internacional como primer ministro del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, la cumbre de la OTAN en Madrid, fue el único de los participantes que estuvo admirando en solitario muchas de las grandes obras pictóricas del Museo del Prado, demostrando su aprecio y admiración por el arte allí expuesto. Es un gran conversador y un orador ingenioso y divertido. Sin embargo, no es este un panegírico, ni mucho menos, de la “sensación rubia” que ha ocupado el número 10 de Downing Street los últimos 3 años. Mi principal discrepancia con Mr. Casarejos al respecto del todavía primer ministro de Su Graciosa Majestad tiene que ver con mi visión de Johnson como un mero síntoma, al igual que su ilustre colega Donald Trump, y no como un causante, de los oscuros tiempos que estamos viviendo.
Alexander Boris de Pfeffel Johnson, nació en el año 1964 en Nueva York en el seno de, como no podía ser de otra forma, una familia de clase alta. Estudió, como no podía ser de otra forma, primero en el elitista colegio de Eton, donde a pesar de sus brillantes resultados académicos los informes pedagógicos ya hablan de tendencia a la ociosidad, la autocomplacencia y la impuntualidad, y después Filología Clásica en la universidad de Oxford. Ya en sus años en la universidad destacaba por el elevado grado de reconocimiento entre sus compañeros de estudios, debido a su singular personalidad. Una vez licenciado decidió dedicarse al periodismo, y como no podía ser de otra forma, consiguió en menos que canta un gallo un primer contrato de prácticas en el prestigioso diario conservador “The Times”. Esta primera experiencia laboral nos revela ya la catadura moral del personaje, porque fue expulsado de la redacción de “The Times” al salir a la luz que había falseado a sabiendas una cita de su padrino Colin Lucas. También esta primera anécdota de la vida profesional del joven Boris nos muestra la evolución, sobre todo ética y moral, de la profesión periodística desde el ya lejano año de 1987. Este primer tropiezo en la andadura profesional de Mr. Johnson, no representó impedimento alguno para que fuese contratado acto seguido por otros periódicos de ideología conservadora, como no puede ser de otra forma cuando se viene de la clase alta y se demuestra la suficiente falta de escrúpulos. Su mayor momento de gloria como periodista se produjo durante el periodo 1989-1994, con sus celebradas columnas como corresponsal en Bruselas para el “Daily Telegraph”, en las cuales no tenía ningún rubor en inventarse todo tipo de legislación europea, a cual más ridícula, con el afán de desprestigiar a la UE en el Reino Unido. Es también durante este periodo cuando se empieza a vislumbrar un rasgo fundamental de la personalidad de Johnson, ser un gran embustero y un embaucador. Rasgo este que no dejó de acentuarse durante su etapa de director del semanario conservador “The Spectator”.
Estos “pecadillos” de juventud no fueron impedimento alguno para que Boris fuese elegido durante 7 años, de 2001 a 2008 diputado “tory” por la circunscripción de Henley. E inmediatamente después alcalde de Londres durante dos legislaturas (2008-2016). Fue en este cargo donde comenzó a ganar auténtica popularidad en todo el país, ya fuera gracias a sus divertidas fotos para popularizar el uso de la bicicleta en la gran ciudad o por ser el anfitrión de los Juegos Olímpicos en 2012. Mientras fue alcalde de la capital británica consiguió cultivar una imagen desenfadada y simpática, de inofensivo “bon vivant”. Pero la realidad era bien distinta. Entre las numerosas relaciones extramatrimoniales que tuvo Boris durante esta etapa, se contaba la empresaria norteamericana Jennifer Arcuri. Esta, como se ha sabido a posteriori, fue beneficiada con contratos y adjudicaciones del ayuntamiento de Londres durante los años en los que fue amante de Johnson. Y como demostró una comisión de investigación del propio ayuntamiento en 2020, el entonces alcalde influyó de forma decisiva en los funcionarios que debían evaluar estas adjudicaciones para que fueran concedidas a su entonces amante. La señora Arcuri por cierto hoy en día destaca únicamente por difundir disparatadas teorías de la conspiración desde sus redes sociales.
A pesar de estos “asuntillos” la popularidad de Johnson no dejaba de crecer, fue elegido de nuevo diputado en la Cámara de los Comunes en 2014, y tras un largo periodo de tiempo sin estar posicionado al respecto, decidido abrazar la causa de los brexiters cuando se convocó el referéndum para consultar a la ciudadanía británica sobre la permanencia en la UE el 23 de junio de 2016. El desenlace de esta tragedia en varios actos ya lo conocemos y ha sido suficientemente analizado.
El siguiente paso en la carrera política de nuestro protagonista fue ser responsable del “Foreing Office” de 2016 a 2018 con Theresa May como primera ministra. Aquí tuvieron los militantes del Partido Conservador y la ciudadanía británica de nuevo la oportunidad de comprobar y constatar la fatuidad y falta de ética de trabajo del señor Johnson, que en apenas dos años en el cargo se convirtió en el hazmerreír de gran parte de las cancillerías mundiales. Y sin embargo, y como no podía ser de otra forma, tras abandonar el gabinete de May y esperar pacientemente la caída de esta, fue elegido por abrumadora mayoría por las bases del partido conservador como líder del partido y luego refrendado por los electores como primer ministro otorgándole una mayoría aplastante en las elecciones del 12 de diciembre de 2019. El resto de la historia ya lo conocemos: Firma de un tratado de abandono de la UE que al poco tiempo se pretende incumplir, política errática y dubitativa al inicio de la pandemia que causó miles de muertes innecesarias, fiestas privadas en la residencia del primer ministro saltándose todas las normativas impuestas a la población para intentar contener la pandemia, y así hasta que se le ha obligado a dimitir.
Después de repasar muy brevemente la vida personal, profesional y política de Mr. Johnson viene la cuestión clave: ¿Cómo es posible que primero los militantes de un partido político y luego los ciudadanos de un país sean capaces de elegir diputado, luego alcalde de la capital y por último primer ministro a un probado embustero, holgazán e incapaz? ¿Cómo es posible que el “cuarto poder” encargado de informar a la ciudadanía y de formar una opinión pública no contase quién era realmente este señor? Lo más grave de todo para nuestros sistemas políticos, es que Johnson no es un caso aislado, es un fenómeno que contemplamos a diario en todo el mundo. El próximo capítulo será posiblemente Italia.
En primer lugar, y esto merecería capítulo aparte, debemos mencionar el deterioro de la dimensión ética de las sociedades, en las que comportamientos moralmente reprobables cada vez son más tolerados y justificados por medios de comunicación y ciudadanía, como hemos podido observar en la trayectoria de Johnson. Debemos impulsar un rearme moral de la sociedad y de la política, porque sin ética y comportamiento ejemplar no hay democracia posible.
En segundo lugar, la democracia representativa, tal y como fue ideada por los filósofos de la Ilustración, tiene como condición sine qua non el disponer de una ciudadanía formada política e intelectualmente, capaz de elegir a los gobernantes más capaces para cada momento histórico. La realidad desde los años 90 es que tenemos una ciudadanía que de forma consciente y premeditada cada vez está menos formada, puesto que para producir y consumir no se necesita mayor formación que dominar el propio idioma, algunos rudimentos matemáticos y la lengua del imperio. La historia, la política y el arte no son necesarios, ya que podrían dar lugar a mentalidades más complejas a los cuales siempre es más difícil venderles algo. En esta ecuación falla sin embargo el componente político de la democracia liberal porque si la ciudadanía cada vez tiene una menor formación humanística, más difícil les resultará discernir entre información y propaganda, o como hemos visto durante la pandemia, entre resultados científicos o mera charlatanería. Y de esta forma terminará eligiendo a demagogos, inútiles y charlatanes para dirigir nuestras sociedades y llevarlas de manera ineluctable al más absoluto de los desastres.
La decadencia y crisis de representación de las democracias occidentales va a ser la cuestión política fundamental de los próximos años, porque nos estamos jugando mucho, ni más ni menos que el ordenamiento político y social así como el bienestar que hemos conocido durante los últimos casi 80 años en la mayor parte de Europa. No podemos permitirnos olvidar que “el sueño de la razón produce monstruos” y estos ya están, como en los años 30 del siglo XX, a las puertas de nuestros gobiernos.

Luis Miguel Fernández López. Nacido a orillas del Pisuerga en el ya lejano año de 1976, es profesor de Historia y Lengua Española en un instituto de educación secundaria en Berlín. Apasionado de las artes, las letras y la política, escribe sesudos artículos de esta última disciplina cuando tiene ocasión.