Temía la escritora Rachel Carson en su libro Primavera silenciosa que el uso masivo de pesticidas, especialmente de DDT, acabara con gran parte de la biodiversidad y tuviésemos que enfrentarnos a primaveras sin ese sonido de fondo de los pájaros o de los insectos mientras paseamos o nos tumbamos en la hierba.
Otro tipo de silencio es el que vivimos ahora en muchas ciudades, donde las restricciones de movimiento y actividad han enmudecido gran parte de nuestro medio ambiente urbano. Hay quien se enfada y entristece por el silencio urbano, sin el ruido de los coches, del consumo desenfrenado. El ruido del daño a la naturaleza. Entretanto prestamos poca atención a lo inaudito de poder escuchar o ver a ciertas especies de animales en medio de nuestras ciudades, tratando de retomar lo que en un momento fue su espacio.
La contaminación acústica genera el mismo efecto que la lumínica. Cuando salimos de la ciudad somos capaces de ver la realidad, de darnos cuenta de que estamos rodeados de estrellas y de millones de organismos vivos a nuestro alrededor. De repente entramos en shock, estamos inmersos en un universo casi infinito, y rodeados por otros seres vivos que no son humanos, lo cual nos genera un inmenso miedo. Es el miedo a lo desconocido.
Dicen las investigaciones sobre el covid19 que este se transmite por aerosoles y que por tanto es más conveniente hablar bajo, sin gritos. Quizá no solo por la expansión del covid19, sino en general, sería bueno que nos callásemos más a menudo y escucháramos y observásemos lo que nos rodea, seres humanos sufriendo y una naturaleza que empieza a agonizar.
A algunos puede darles mucho miedo el silencio en las ciudades, pero hay otra cosa mucho más aterradora, y eso es una primavera silenciosa.
(La propuesta: ver sin audio.)
Desde el eterno silencio del espacio captado desde la Estación Espacial Internacional todo toma una perspectiva diferente.
Imagen de portada: ©Ariel Lo Manno