Bajo luz artificial

Texto de María Amnésica
El relato es parte del libro Lingua Franca, que se publicó el año pasado.

Me fui de Buenos Aires en parte hastiada de un círculo social del cual sentía no poder escapar. La posibilidad de viajar a Europa me había dado a conocer además, otro estándar de vida con menos horas de trabajo y más capital circulando. Pude ver, particularmente en Berlín, como la gente tenía tiempo. Y entre idas y vueltas buscando un permiso que me dejara quedarme más de 3 meses, finalmente volví para instalarme en esta ciudad.  

Llegar en primavera a Berlín es un lujo. La ciudad está teñida de verdes. Los días son cada vez más largos, tanto que anochece entre las 22-23 horas y amanece a las 4am. Más y más tiempo. Tiempo para tomar lo mejor que tienen en Alemania, que es la cerveza. Cerveza en tu habitación, por las calles, en el parque, en el lago. Cerveza hasta en el U-Bahn. Fumar marihuana tranquilamente por la calle. O en el parque. Fumar también tabaco adentro de casi cualquier bar. Nadar en el lago si los días se ponen calurosos. Ir cuantas veces quieras porque se encuentran a tan solo 30 o 40 minutos. Menos trabajo y por lo tanto gente paseando por las calles día y noche.

El espacio también me impactó. Las calles anchísimas, los parques inmensos a la vuelta de cada estación. El transporte público conectando con la mayor puntualidad todos los rincones de la ciudad, acortando enseguida las distancia. El despliegue horizontal de la ciudad, que con sus edificios bajos te permite ver el cielo desde todos lados. Sin cables. Y en el centro se asoma la famosa Torre de la Tele.

Berlín. Tan grande, tan abierto, tan queer, tan liberal, tan flexible, tan individual. Todos tienen bicicleta y todas son recicladas. Quiero algo y lo encuentro en la esquina. Comida, ropa, zapatillas, muebles. Una sala de estar completa. El reciclaje constante. Y todo esto, sin entender que pasa alrededor. Porque aprender a hablar alemán lleva un buen tiempo y la comunicación es mala o escasa. Por un momento tu vida transcurre paralelamente a la realidad. 

Hasta que empezás a entender. Hace falta atravesar el verano y más, para comprender a Berlín, pelada. Y poder leer en las paredes “inmigrantes váyanse”. Anochece cada vez más temprano.   

La ciudad permanece nublada y oscura hasta el próximo verano, tal vez la primavera. En el trabajo te acusan de no saber hablar bien alemán. Por las calles también. 

Entonces llega  la depresión. Una sensación de cansancio estacional nunca antes experimentada. Y todo el mundo te recomienda comprar vitaminas. Extensas góndolas de vitaminas en cada supermercado. Unx empieza a soñar con el sabor y la composición de las frutas y las verduras. Esas que te nutrían. Las extrañás, las soñás. La birra ya te cansa pero es lo único que te motiva todavía un poco. Juntarse en casas, a tomar cerveza y tal vez quejarse. Siempre bajo la luz artificial.  

Y entonces llega tu primera vez con la policía en Alemania. Te paran porque no tenés las luces correctas en la bicicleta, porque cruzaste mal la calle. Te quieren multar por todo. Los inspectores de la BVG, sedientos, por cobrar por comisión. El inaccesible seguro médico “público”, el banco, la deuda eterna, el Ausländerbehörder…  Con eso viene la paranoia de que, para el estado Alemán, siempre algo mal estás haciendo. Y si no es el Estado y su brazo operativo son los transeúntes. Son también los ciudadanos los que te quieren amedrentar. La policía voluntaria. Te señalan sin titubear y se comunican sólo para decirte que estas infringiendo la ley, o que te falta educación, o para preguntarte ¿qué hacés en Alemania si no sabes hablar alemán?

Entonces extrañas ese tiempo anterior. El tiempo en el no podías comunicarte, ni entender lo que te decían. Cuando no podías leer los carteles del AFD o la tele del U-Bahn que criminaliza a los menores “extranjeros” o a los refugiados. La xenofobia. Toda esa xenofobia. Todo ese racismo. Y desde todos lados te observa la Torre de la Televisión. Lo ves con más claridad. Es el panóptico. Te ven pero unx no puede saber quien lo está mirando. Cualquier cosa que hagas te van a acusar. Todo será sancionado. En la calle, en el tren, en el parque, junto al lago y tal vez incluso en tu WG. Nadie duda en llamar a la policía. 

Después de todo, tu única cómplice es la cerveza. Cerveza como vía de escape. O drogas baratas quizás. La libertad es la autodestrucción. 

Esperar al próximo verano. 

Revista Desbandada

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